En un acto que sólo puede describirse como un auto-homenaje a la impunidad, más de 3 mil militantes priistas votaron para permitir la reelección hasta por tres periodos consecutivos del dirigente nacional del PRI, así como de los líderes de los comités estatales. En otras palabras, el PRI decidió que la democracia interna es opcional cuando se trata de perpetuar a los mismos rostros.
El show comenzó con Alito echando la culpa de la debacle priista a figuras emblemáticas como Manlio Fabio Beltrones y Carlos Salinas de Gortari, aludiendo incluso al asesinato de Luis Donaldo Colosio. Porque, claro, cuando todo falla, ¿por qué no tirar un hueso viejo al público y esperar que se olviden de tus propias fallas? “Se acabaron las vacas sagradas en el PRI”, proclamó con la solemnidad de un pastor evangelista, ignorando convenientemente que él mismo está en camino de convertirse en una de ellas.
Es curioso cómo Alito acusa a otros de corrupción y de lastimar al PRI, mientras él mismo ha sido acusado de desviar recursos destinados a la capacitación de mujeres, según la diputada Montserrat Arcos. Es como si el carnicero se quejara de la falta de vegetarianos en su carnicería. Pero, no hay problema, porque en el universo paralelo de Moreno Cárdenas, la culpa siempre es de los otros, de los “perfiles rancios” que buscan “romper la unidad a cambio de impunidad”.
La cereza del pastel fue la reforma al artículo 178 de los estatutos del PRI, que permitirá a Moreno y a la secretaria general, Carolina Viggiano, extender sus mandatos. “No es un tema que me quite el sueño”, dijo Viggiano con la indiferencia de alguien que acaba de obtener un cheque en blanco para el poder. Y Moreno, con su habitual evasión, se limitó a decir: “No’mbre, hermano, para eso falta muchísimo”, cuando se le preguntó si buscará la reelección.
El PRI, en lugar de hacer una autocrítica seria y profunda tras sus desastrosos resultados electorales del 2 de Junio, decide que la solución es más de lo mismo: los mismos líderes, las mismas prácticas, la misma arrogancia.
La ironía es que mientras Alito se asegura un futuro en la cima, el partido se hunde cada vez más en la irrelevancia. Al final, puede que la reelección de Alejandro Moreno no sea más que el último clavo en el ataúd del PRI, un partido que una vez gobernó con puño de hierro, pero que ahora se desmorona bajo el peso de su propia hipocresía.