• 06 de Octubre del 2024
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Milei, Presidente de la República Argentina

 

 

Alberto Ibarrola Oyón

Javier Milei no es un drogadicto, sino el presidente de la República argentina. La diferencia es notable, aunque el ministro Óscar Puente no la perciba como tal, cegado tal vez por su ideología y sus prejuicios contra el ultra liberalismo. O tal vez esa polémica desatada por sus exabruptos contra el mandatario argentino responda a una estrategia gubernamental calculada y relacionada con las próximas elecciones europeas.

Tal vez se haya provocado intencionadamente para poder confrontar públicamente contra la actual extrema derecha, representada por dirigentes políticos como Milei, Trump, Le Pen o Abascal. En cualquier caso, las que salen perjudicadas son las relaciones entre los dos países hermanos, algo que no conviene a ninguna de las partes. Argentina es un bello país de habla hispana, donde España mantiene fuertes intereses empresariales y económicos, y donde siguen existiendo comunidades de personas en las que se mantiene intacta la identidad de algunas regiones españolas.

Asimismo, la comunidad de argentinos en España es muy numerosa. Culturalmente, hemos consumido muchos trabajos artísticos hispano-argentinos, por ejemplo en el cine. Como filólogo destacaría que hay un elenco de escritores argentinos que forman parte de la cultura general de los españoles: por ejemplo, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, pero también Domingo Sarmiento o José Hernández. Musicalmente, no sería necesario mencionar a Carlos Gardel y al tango, del cual el malevaje representa una versión todavía más inquietante. 

Dos no riñen si uno no quiere, dice la sabiduría popular, y es cierto que la reacción airada de Milei no se corresponde tampoco con lo esperable de un presidente de una República occidental. Ahora bien, la salida de tono del ministro español resulta especialmente desagradable por las connotaciones que encierra. La droga no es buena. Y las personas que consumen drogas no recorren una senda de verdad. A la droga pueden llevar los problemas familiares, el acoso escolar, los abusos, los malos tratos y sus problemas psicológicos, y un sinfín de conflictos afectivos y emocionales.

Hay también un grupo social que consume drogas, especialmente cocaína, por creer erróneamente que les va a proporcionar ventajas en la consecución de sus objetivos cuando además les confiere de un estatus social elevado en ambientes de moral relajada, pero de alto poder adquisitivo. Y a priori podría parecer que sí les otorgue algún efecto dopante de aumento de energía, pero eso lo van a pagar muy caro en un plazo indeterminado de tiempo, muchas veces antes de lo que se creen. Y ese precio no solamente lo van a abonar en salud mental y física, sino que su espíritu también se va a ver resentido porque ese consumo de drogas, por ejemplo, de cocaína, conlleva un deterioro de los valores morales y éticos de la persona.

De ahí que muchos políticos se dejen arrastrar al fango de la corrupción y que cuando se les atrapa y se acaba su impunidad, parezca increíble que hayan podido cometer la enorme estupidez de haber sido seducidos por el dinero sucio cuando sus sueldos y su proyección profesional ya eran boyantes sin necesidad de torcerse.

Además, que esa referencia a la droga, que conlleva una banalización y una normalización de su consumo, aparezca en boca de un ministro socialista recuerda a épocas pasadas, que creíamos ya superadas, cuando en la época del felipismo en los medios de comunicación públicos aparecían en horario de máxima audiencia pseudo intelectuales proclamando las supuestas virtudes de las drogas, y causando un daño irreparable en decenas y decenas de miles de jóvenes, hasta el punto de llegar al concepto de primera generación perdida de la democracia.

Sin olvidar que están todavía pendientes los estudios sociológicos que establezcan una relación causa/efecto entre el fenómeno de la droga y otros como el terrorismo. Esperemos que esas chanzas ministeriales no escondan una realidad semejante en nuestros días, aunque los que tenemos cierta edad y experiencia ya hayamos podido percibir abundantes mensajes subliminales a favor del consumo de tóxicos como la cocaína en nuestros actuales dirigentes políticos.