• 21 de Noviembre del 2024
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México y sus nuevas desigualdades: Automatización y cambio climático

 

 

Por Ricardo Martínez Martínez

@ricardommz07

“¿Por qué dejaron su planeta?”, pregunta Jin Cheng a una emisaria de la civilización extraterrestre San Ti, que planea invadir la Tierra. “Por el caos”, responde ella. “Nuestro sistema solar hacía imposible la vida estable y continua”. Ustedes, los humanos, han desarrollado su civilización y progreso gracias a la estabilidad y a la tecnología.

Esta paráfrasis del diálogo de El dilema de los tres cuerpos, novela de Cixin Liu, adaptada por Netflix, sirve como punto de partida para recordarnos que, en gran medida, el progreso humano ha sido posible gracias a la estabilidad de nuestro clima y la posibilidad de aprovechar los recursos del entorno mediante la tecnología.

Hoy en día, sin embargo, la presencia cada vez más recurrente y caótica de sequías, abundantes precipitaciones, temperaturas extremas y tormentas, resultado de los efectos del cambio climático, han agregado nuevos elementos a las desigualdades ya imperantes en nuestro país.

Nos encontramos como caminando en una pista de hielo que puede quebrarse bajo nuestros pies. Sin embargo, esta no es la única nueva invitada a esta “rifa del tigre” de las nuevas desigualdades.

La creciente incorporación de automatización e inteligencia artificial en los procesos productivos también sugiere un aumento en la desigualdad y la eliminación de empleos, según indica el Artificial Intelligence Index Report 2024 del Stanford Institute for Human-Centered Artificial Intelligence (HAI).

Una mirada al desafío que enfrenta la automatización y la inteligencia artificial nos revela que, de acuerdo a Vélez Grajales y Monroy-Gómez-Franco, “cerca del 65 por ciento de las plazas laborales en México ya podrían ser sustituidas, o estarían cerca de serlo, por máquinas” (2021, p. 143).

Además, según el Artificial Intelligence Index Report 2024, solo el 20% de las organizaciones en América del Norte consideran que los riesgos de equidad son relevantes para sus estrategias de adopción de IA. Esto sugiere una menor conciencia o priorización de la equidad en IA en esta región, lo que podría contribuir al aumento de la desigualdad a medida que la IA se integra más en diversos aspectos de la vida y la economía.

El desafío de la inteligencia artificial y la automatización es grande, y lo es aún más el del cambio climático y sus consecuencias, cuya visibilidad no hará sino agudizarse.

Muestra de ello es lo que encontraron María Eugenia Ibarrarán, Elizabeth Malone y Antoinette Brenkert al evaluar la capacidad de las entidades federativas mexicanas para enfrentar los impactos del cambio climático. Esta capacidad, denominada resiliencia, depende de los recursos económicos, humanos, cívicos y ambientales disponibles en cada estado, así como de su vulnerabilidad relacionada con la infraestructura, los servicios de salud, la seguridad alimentaria y los ecosistemas.

Descubrieron, lamentablemente pero no sorprendentemente, que los estados del sur de México presentan una resiliencia más baja y una mayor vulnerabilidad. Concluyeron que las regiones que probablemente sufrirán mayores daños por el cambio climático son también las que tienen menos recursos para mitigar sus efectos: Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Veracruz, campeones de la desigualdad en nuestro país.

Ante este panorama, ¿cuáles son los desafíos de estas nuevas desigualdades? En materia de políticas públicas, es crucial cuidar y redirigir el relato, orientándonos hacia una respuesta resiliente, tanto en materia climática como en el avance tecnológico que se avecina.

La visión que se tenga de estos desafíos es crucial. Uno se presenta en formato de problema y otro en formato de conflicto. Los problemas se resuelven; los conflictos buscan enemigos y culpables. Dado que el “enemigo” nos sobrepasa, bien haríamos todos los mexicanos en formar un frente común para evitar estas desigualdades climáticas y tecnológicas.

El Estado debe ser un agente promotor y firme en su papel regulador. Aunque nada de esto parezca “urgente” ni políticamente rentable, es fundamental que, como sociedad, visibilicemos y discutamos estos temas, buscando múltiples soluciones, reflexionando y actuando desde un cuestionamiento ético fundamental: ¿Seremos buenos ancestros?