• 21 de Noviembre del 2024
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Cameramán o la prosa andante

Libro Cameramán Plinio Enríquez / Facebook/Libros Moulin

 

Voz como pocas, la de Plinio Enríquez parece despertar de una profunda meditación, de la escritura libre

  

El caso del periodista y escritor pastuso Plinio Enríquez (1890-1944), autor de una rareza bibliográfica de la literatura nariñense titulada «Cameramán. Relatos de un presidiario», publicada por Editorial Universo en 1932 en Valparaíso, Chile, es contra las vigentes formalidades literarias regionales.

Del autor cosmopolita, influenciado por autores europeos, especialmente franceses, sabemos que, aparte de «Cameramán», escribió las novelas «La historia triste de un vagabundo alegre» (inédita) y «Don Juan del Trópico, ciudadano de los Estados Desunidos del Sur» de la que se publicaron, entre 1925 y 1932, algunos capítulos en la revista Ilustración Nariñense.

«Cameramán», según la escritora y crítica literaria nariñense Cecilia Caicedo, es «de los primeros tiempos, la mejor obra producida por escritores nariñenses». Dicha aseveración radica en que es «la primera novela de ciudad en Nariño», a la vez que se plantea como un antecedente revelador en la historia de la novela colombiana. 

Toda escritura es un viaje, se podría establecer desde «Cameramán», pues se narra, a través del uso del monólogo interior (técnica narrativa que Enríquez heredó de James Joyce), un transitar en el caos. De manera que esta novela no cesa. Cuando parece tomar una dirección el rumbo cambia. Lo importante es la pausa y la marcha como si lo narrado estuviese atado con seguridad y prisa.

Voz como pocas, la de Enríquez parece despertar de una profunda meditación, de la escritura libre, atenta del fracaso que juega a consumirlo todo y termina rebasándose a sí misma. En esa dimensión, se crea una vibración, un llamado que es la travesía interior en cualquier ciudad, un laberinto que no se agota. Enríquez nombra para registrar. Él trata de registrar el mundo y lo deja morir al instante. De inmediato, el turno pasa al lector que lo resucita a su manera.

Leo a Enríquez como escritor y pienso en la fuerza que palpita en su escritura. Se lee con cada rasgo universal donde la mirada es la madera que lo habita. «Cameramán» tiene una fuerza que se muestra como un libro inconcebible para la época, un libro actual, un libro del viaje en el que aparecen todos los viajes y se escuchan todas las escrituras. El eco que queda origina un fondo luminoso, una bóveda insondable contra la que se recorta un relámpago que parece articular los fragmentos esparcidos del mundo que conoció Plinio Enríquez. Así «Cameramán» más que una novela, es una obra en sí misma, que sucede en los lugares del rastro del viajero y que, a la vez, se proyecta como testimonio y memoria de lo que se conoce y de lo que se puede conocer.    

El asunto de «Cameramán» está en seguir las huellas de la prosa andante que el narrador va sembrando en cada página, que lo mismo sería estar en Pasto o en Chile. Lo que queda, la sombra de esa escritura es la de un escritor que, como lo decía el escritor nariñense Jorge Verdugo Ponce, se convirtió en mito porque «teje una literatura superior a la de Joyce o Virginia Woolf», pero lo anterior se da «por falta de lectura de su obra más que por conocimiento de ella».

El nombre de Plinio Enríquez perdurará entre la remoción que, como lectores de su obra, nos genera y que no es otra más que la historia de su narrativa hecha cámara y viajes.