Luis Martín Quiñones
Te levantas en el primer día del año, das los primeros pasos, quizás tomas un café, te sientas a solas, y con un suspiro profundo das comienzo al recuento de acontecimientos que tuvieron un significado en tu vida. Con ímpetu de explorador te das a la tarea de disecar esos recuerdos como un anatomista del pasado. Paso a paso, con esmero minucioso recuperas las mañanas luminosas de mayo, las tardes airosas de octubre y las noches largas de diciembre. Transitas por los esteros de una lluvia que no cesa y envuelve los rumores de las voces entre amigos.
Sin duda las alegrías por propósitos consumados te provocan más que una satisfacción y un pequeño orgullo que se muestra en una sonrisa discreta, símbolo del éxito. Con nostalgia te asomas a esos momentos en que la vida te dio un espacio para la felicidad.
Probablemente, con agradecimiento, recuerdas aquella sonrisa inesperada; la mano amiga que palmeó tu espalda y reconfortó tu angustia; el buen camino que te brindó prosperidad; y el consejo qué alivio tu espíritu.
Pero en el armario encuentras también tus fracasos, tus mezquindades, errores, y alguna pasión desbordada que te hizo perder el control. Un pequeño resquemor se vislumbra en tu rostro y te preguntas si el ciclo terminado también bien se ha llevado tus miedos, fracasos y acciones de dudosa bondad.
Evocas los días de enfermedad, de la súplica por el alivio. Recuerdas el aroma del encierro, de los muebles polvosos y humedades que dormían escondidas. Miras los momentos de zozobra en que unas manos te salvaron del naufragio, de una soledad que parecía interminable.
Sin remedio retornan las voces y siluetas de los que ya no están, en vano caminas tratando de encontrarlas y sientes la angustia por la ausencia.
Con ilusión festejas el nuevo comienzo, tus promesas se desbordan en sueños, futuros reencuentros y un destino prometedor. Pero también sabes que serán inevitables los instantes de tristeza, de adioses postergados. Verás florecer el erial de tu vida, la esperanza. Pero no ignoras las oscuridades, las tormentas que anegan los buenos augurios; los ríos que en su temible y turbio caudal esconde las corrientes que te llevarán, a las tinieblas insalvables de la vida.
En ese primer día, observas la taza vacía, y después de un largo suspiro, decides que es un buen momento para comenzar de nuevo.