• 21 de Noviembre del 2024
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El mueble

Lost places / MichaelGaida/Pixabay

 

Es un sofá cama viejo, de azul celeste que ha ido perdiendo su color y su viveza. Opaco, ya no refleja la luz que entra por la ventana

 

Luis Martín Quiñones

En ese espacio lacónico pero vasto de silencio y soledad se esgrimen las pocas ideas que me ayudan a sobrevivir. Es un sillón desvencijado, ya maltrecho por el tiempo, con un azul desgastado y un brillo que evoca su constante uso y maltrato.

Aunque sus dos metros de largo me permiten recostarme de vez en cuando, el rincón que habito en ese mueble se reduce a donde me siento a leer y escribir. Sostenido por seis patas de metal, un día se doblaron para no enderezarse jamás.

Ahí quedaron sus patas dobladas lo que produjo que el respaldo se angulara de tal manera que, cuando me siento, la espalda queda demasiado inclinada. Entonces, un cojín va en mi ayuda para no sofocar el físico.

Es un sofá cama viejo, de azul celeste que ha ido perdiendo su color y su viveza. Opaco, ya no refleja la luz que entra por la ventana. Pero aun con su respaldo recargado por obligación en la pared, sirve de sostén para mi cuerpo que se encorva por su angulado respaldo.

También es un rincón dentro de otro rincón. Lo flanquea por la izquierda un ventanal de cortinas delgadas, blancas y transparentes que permiten el paso franco de la luz. El ventanal también es un sostén virtual de un librero que lo adorna como un dosel. Del costado derecho se asoma una puerta que es el preámbulo a una escalera. Y en esa pared a un lado de la puerta está otro librero que asciende por la pared unos tres metros. De frente al sillón inspirador: el televisor. Nos separan tres metros y muchos días sin acordarme de qué existe una pantalla. Debajo de ella un tercer librero.

Al sillón azul lo cubren unas cobijas rosa y azul claro que son el lugar preferido de mis perros. Madre e hijo se acomodan uno a cada lado de mí y sólo se escuchan sus suspiros por el amor al amo.

Ahí, sentado y con esos cuatro ocelos que no pierden detalle a los movimientos, veo el ventanal, como lo raya el sol, y escucho al viento que golpetea los cristales. Ahí, en ese sillón viejo, maltrecho, de pies doblados, que ha ido desgastando su azul alegre, está el hueco de mi asiento que me espera, y un libro, que ante mi olvido, yace abandonado.