Luis Martín Quiñones
Qué extraña sensación. El dolor se ha ido, pero también han partido las caricias, las voces y el olor a comida. ¿En dónde estoy? No lo sé, pero debo decir: ¡Se parece algo a un jardín! Todavía tengo en la memoria los recuerdos inmediatos. Un dolor inmenso, mi espalda maltrecha por los años había llegado a su fin. Triste realidad. Pobre de mi dueño, inútilmente me sobaba y creía aliviar el dolor. Más me consolaban sus caricias y su voz: “ya pequeño, todo va a estar bien, te aliviarás pronto…”. Su voz era mágica, escuchaba mi nombre y desencadenaba en mí una serie de sensaciones placenteras: ¿me va a dar comida, un huesito de carnaza? ¡ahhh… seguramente vamos a dar un paseo! Por el tono de su voz lo sabía. También reconocía cuando estaba triste y melancólico, era muy sentimental. Música, sí, era su distracción favorita. Un tal Chopin era escuchado todas las noches cuando tenía un problema. ¡Tan lindo estar a su lado, en su cama! y me abrazaba diciendo: “sólo tú me comprendes, eres mi mejor amigo”. Así estuve a su lado cuando lo dejó su novia, cuando murió su padre y cuando no le dieron el trabajo esperado. Sus ilusiones partían.
¿Y saben? Ahora está en problemas, últimamente estaba muy sólo y mi compañía era lo mejor para él. Todavía me queda algo de mi sentido auditivo, ¡por algo soy un perro! Y alcanzo a escuchar el Nocturno en Mi bemol mayor, su pieza favorita para la tristeza. Ha llorado mucho mi ausencia.
“Su compañero de tantos años, está en una situación complicada -dijo el veterinario-", sonaba algo grave, nunca lo había escuchado decir cosa tan terrible. “Su espalda está dañada por una enfermedad degenerativa común en los animales viejitos, quince años le han caído encima”. ¡Viejito yo! Si todavía tengo ilusiones: pasear diario, mover la cola, ¡comer!, jugar. Porque saben, los perros nunca dejamos de querer jugar, sólo que los humanos lo olvidan. “Además, por los estudios realizados una insuficiencia renal complica el cuadro clínico –concluyó el veterinario-". Estuve un par de días hospitalizado, me sentía muy mal, escuchaba decir cosas como: no pasa la noche, será mejor…. Mis compañeros enfermos me platicaron varias cosas como: “dicen, cuentan, que al partir de este mundo llegamos a un río y esperamos ahí para ayudar al espíritu de una persona a atravesarlo, sin nosotros no lo pueden hacer”. ¡Qué vanidad! “Guiaremos sus pasos al más allá”, dijo un Bóxer con cara de enojado.
Escuché a lo lejos decir a mi amo: “¡pero algo ha debe poder hacerse, por favor, haga el último intento!”. Y empezó a llorar. Lo mejor era estar en casa con él y esperar el último aliento.
Esa noche parecía tenebrosa, el aire estaba frío, intuía no sé qué cosa, mi cuerpo estaba rendido, no podía más. Postrado, sí. Sólo mis ojos se movían y lo miraban, nos mirábamos, su cara era la de mayor tristeza en mucho tiempo. Me acariciaba, y me decía: “te voy a extrañar mucho, fuiste mi mejor amigo, cuántos recuerdos llevo en mi corazón” Y lloraba. Desde cachorro me gustaban las caricias en mi cabeza. Entonces la recargaba en su pierna y me quedaba petrificado, ignorando al tiempo. Fui cerrando los ojos y su cara comenzó a perder forma, cada vez lo veía más borroso, así su imagen se iba, y quedaba impregnada en mi alma. Un túnel largo recorrí y una luz al final me esperaba. Ya no tenía dolor, volteé a ver mi cola y… ¡se movía, sí! No supe más de él por un tiempo. Hasta que recordé una promesa que hicimos:
"Si tú mueres primero, vendrás a visitarme todos los días de muertos. Te pondré una veladora, una fotografía y tu comida favorita".
Así, ha llegado la fecha y aquí estoy, viendo mi retrato; y aunque él no me ve, me da gusto verlo feliz recordando con su familia y amigos todo el amor que me dio en vida, y que aún, siente por mí, después de muerto.
Sigo pensando que nuestra amistad no se terminó, cuando di, el último suspiro.