Luis Martín Quiñones
Hermano gemelo de Quetzalcóatl y su acompañante de aventuras por el cosmos, Xolotl sobrevivió al tiempo y a las andanzas por el Mictlán y a las fuerzas omnipotentes del universo.
No obstante ser visto como una deidad menor y servidor del gran Quetzalcóatl, Xolotl se ganó un sitio en la posteridad, y hoy sus descendientes se encuentran en cautiverio en cualquier parte del mundo, incluso siendo un acompañante acuático doméstico.
Vinculado con lo anormal y monstruoso, se le representó en los códices como figura de perro. No en vano el perro pelón mexicano recibió el nombre de Xoloitzcuintle.
Los dioses debían dar vida al universo, los astros no se movían y el sol no arrojaba sus llamas vivificantes. Huitzilopochtli, Xochipilli y Tezcatlipoca se sacrificarían vertiendo su sangre y arrojándose al fuego. Pero Xolotl se resistió: “Me voy a Teotihuacán”, dijo y huyó.
Astuto y con una habilidad para la transformación, eludió por mucho tiempo a Ehecatl, dios del viento. Se le vio como guajolote, maguey, maíz y xoloitzcuintle. Pero no pudo más: se arrojó al agua para convertirse en un ajolote. Finalmente, Ehecatl lo encontró, fue conducido a Teotihuacán y su sangre avivó el fuego de los dioses.
Ese anfibio escurridizo, que se negaba a su destino, fue compensado por las divinidades como un ser encarnado y que tiene el encanto de una sonrisa inmutable y una extraña inmadurez que le permite ser un adulto-niño eterno. Su misterio lo mismo asombró a tenochcas, españoles y visitantes de la Nueva España, como Alexander Humboldt que los llevó a Europa para que fueran estudiados. Y su fascinante vida submarina, pero que puede darse el lujo del aire atmosférico, ha asombrado también a pintores, escritores y poetas.
El pintor José María Velazco lo plasmó en sus lienzos y no en vano el primer nombre científico que llevó fue el de Ambyostoma velasci. Julio Cortázar cuando en París clavó su mirada en el anfibio, se convirtió en ajolote, y vivió en el estanque pensando que algún día, quien lo observara, escribiría un cuento del dios gemelo de Quetzalcóatl.
Xolotl se niega a consumirse, dice Octavio Paz, ...Se escondió del maíz/ Pero lo hallaron/ Se escondió en el maguey pero lo hallaron/ Cayó en el agua y fue el pez axolt/ El dos seres/ Y “luego lo mataron”.
José Emilio Pacheco vertió su creatividad e inspiración para decirnos que “el axolotl es nuestro emblema y que encara el temor de ser nadie y de perderse en la noche incesante en que los dioses se pudren bajo el agua”. Juan José Arreola nos sorprendió en su Bestiario al decirnos que la hembra ajolote padece de “catástrofes menstruales”. Y Salvador Elizondo le creó su propia ciudad: Axolotitlan.
Debido a su extraña capacidad para regenerar partes de su cuerpo mutiladas, ha originado múltiples estudios científicos. La esperanza de descubrir en sus células el milagro terapéutico para enfermedades como el cáncer, ha generado simpatías en el pequeño anfibio mexicano. Lamentablemente en su oscuro mundo acuático entre las chinampas ancestrales, enfrenta el peor de los destinos: su extinción.
Hoy, como maldición de los hombres y no de los dioses, Xoltl se encuentra atrapado en un pequeño reducto en los canales de Xochimilco. Su legendaria mitología corre el riesgo de sólo quedar en cautiverio, ser un platillo exótico, o ser recordado como un tradicional jarabe para la tisis y las fiebres tercianas.
La humanidad para la que vertió su sangre no ha cesado en su voracidad para acorralarlos a las aguas exiguas y oscuras, donde podría no regenerarse para nunca más en la naturaleza. El ajolote huyó de los dioses y al final dio su vida y su sangre para salvar a los hombres. Hoy, huye de los hombres implorando encontrar su salvación con los dioses.