• 21 de Noviembre del 2024
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Tortura III, Carlos Chichimecatecuhtli

Auto de fe / Facebook/México en el Corazón

 

Educado y criado por el conquistador, había aprendido a escribir y había sido bautizado y adoctrinado bajo los cimientos católicos

 

Luis Martín Quiñones

La Santa Inquisición había impuesto la condena: Carlos Chichimecatecuhtli iba a ser quemado en la hoguera. Aquel 30 de noviembre de 1539 la plaza pública de la Nueva España sería testigo de la tortura del cacique de Texcoco y de los terribles alcances del tribunal eclesiástico.

Las pruebas en su contra eran suficientes para condenarlo. El culto a sus dioses mexicas y el desprecio por el dios de los invasores, el intentar persuadir a los indios de no someterse a las nuevas leyes y creencias, eran imperdonables para los inquisidores. Fray Juan de Zumárraga no iba a dudar en poner un escarmiento a los intentos de rebelión. Las palabras de Chichimecatecuhtli serían el estigma de su destino: “¿Quiénes son estos que nos deshacen, perturban y viven sobre nosotros y los tenemos a cuestas y nos sojuzgan?”.

El cacique nieto de Nezahualcóyotl e hijo de Nezahualpilli ofendía a los nuevos señores del Anáhuac y sus palabras eran las voces con filo de obsidiana que laceraban los oídos cristianos. Su abuelo jamás le había dicho que debiera obedecer otras leyes y a otros dioses. “¿Qué verdad es la divinidad que deseamos? Nuestros antepasados también fueron profetas y supieron lo pasado y por venir, y nunca dijeron quiénes habían de venir”.

Los dioses de piedra lo habían delatado. Tláloc, Xipe, Tecoatl, Tecoaculli fueron los testigos mudos de su idolatría, de su pasado cercano que se resistía a morir. Sangre y copal decoraron la escena de unos sacrificios. En su casa estaban sepultados sus dioses, sus creencias y sus esperanzas.

La sentencia fue unánime. Los últimos cuatro meses de la vida de Carlos Ometochtzin Chichimecatecuhtli los pasó en soledad donde la única compañía era la angustia de un final esperado. Fue un 4 de julio de 1539 cuando pisó las mazmorras del temido Santo Oficio.

El tribunal fue implacable con el otrora protegido de Hernán Cortés. Educado y criado por el conquistador, había aprendido a escribir y había sido bautizado y adoctrinado bajo los cimientos católicos. Solo y sin testigos que no le permitieron presentar en las audiencias, y con todo el peso de las leyes, sería sentenciado a la hoguera. Su sacrificio sería la imagen de una muerte dantesca bajo las llamas bendecidas por la iglesia; sería una tortura persuasiva para evitar rebeliones en contra de los dogmas cristianos.

El cacique, el señor de Texcoco, el nieto de Nezahualcóyotl moriría en la hoguera aquella mañana del domingo 30 de noviembre de 1539. El pregonero, un día antes, hizo oír su estentórea voz que por toda la ciudad anunciaba: “Mañana domingo habrá Santo Oficio y sermón, y todos deberán ver y oír, so pena de excomunión”.

Carlos Chichimecatecuhtli murió con la esperanza del perdón de una religión que no comprendía; y sin la ayuda de sus dioses, los que en vano adoró y sepultó, para no verlos jamás.