• 21 de Noviembre del 2024
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Tren Maya, las vías de la ilusión

Tren Maya gráfico / Facebook/Tren Maya

 

La naturaleza del sureste mexicano, región rica y pródiga en culturas, es un sitio sagrado al que habría que conservar sin excusas

 

Luis Martín Quiñones

“«Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad».

Jean-Paul Sartre

La bruma que desprende aromas de siglos, que esconde paisajes de leyendas, ruinas durmientes, cantos de ilusiones, se dispersa en una mañana con los sonidos misteriosos de la selva. Los rugidos que gritan en coro las voces de los dioses, regresan del inframundo en su lucha contra la muerte. El jaguar que ha vencido regresa del sueño a enfrentar su destino sobre las piedras de templos, y que con su aliento, dispersa las tinieblas.

La pretensión poética queda muy lejos de la poesía de la naturaleza del sureste mexicano.  Con sus humedades y sus verdes mágicos, sombras que duermen debajo del sol ardiente a las orillas de espejos dulces de cauces profundos, se esconde una espesura de desbordante voluntad infinita.

Región rica y pródiga en culturas y tierras de antepasados, ha trascendido al imperturbable rigor del tiempo y al obstinado paso del hombre. Provista de exuberante vegetación y de un ecosistema unívoco, es un sitio sagrado al que habría que conservar sin excusas.

Sin embargo en su horizonte se asoman un tren que pretende llevar un progreso, las vías de la ilusión caminan hacia esas tierras con el pretexto de la “modernización”. La realidad es que las comunidades de los Pueblos Indígenas. que lo han aceptado. son víctimas del proyecto del sexenio, que como muchos tantos, pretenden engrandecer una política astuta para ganar adeptos a su bolsillo electoral. Bajo la perspectiva de las propias comunidades, el proyecto pretende objetivos de dudosa veracidad. La economía regional, lejos de ser partícipe del milagro monetario, se verá avasallada por el turismo depredador que acabará por absorber a gran cantidad de indígenas que, deslumbrados por el engaño de la modernidad, abandonarán sus costumbres, sus raíces, su hogar.

La duda viaja por los rieles de la demagogia. Viaja a gran velocidad sin un verdadero sustento de repercusión ambiental. Flora y fauna única en el mundo estarían a la orilla de la existencia. Los dos mil jaguares que habitan la zona verían reducidas sus posibilidades de sobrevivir. Mantos acuíferos, cenotes, ríos subterráneos, podrían verse contaminados por la infiltración de aguas residuales. Serpientes como la nauyaca que habitan microhabitats en cuevas y espacios inaccesibles, se verían amenazadas. Se calcula que la vibración podría agrietar dichas cuevas y rendijas naturales que son el resguardo para muchas especies. La zona de Calakmul sería una de las más afectadas, donde habitan gran diversidad de especies que verían el desmembramiento de su cálido ambiente. Animales como el mono araña, el saraguato, tortugas, lagartos, guacamayas, ya de por sí perseguidos por cazadores furtivos, se verían aún más hostigados por la depredación de un proyecto ferrocarrilero.

La ilusión pierde sentido cuando se enfrenta a la realidad. Las ventajas prometidas y los bienes ofrecidos pronto podrían crear una catástrofe ecológica y social de la que sería muy difícil encontrar la salida. El arrepentimiento y la reflexión muy poco haría por recuperar una de las zonas más ricas del planeta. El valor biológico, social y cultural podría tener sus peores días.

Una incógnita podría derivar todos estos argumentos. Preguntar si hay que dar paso al progreso podría encontrar una respuesta irreflexiva y banal. Decir sí sin un verdadero análisis geográfico, ambiental, social, sería irresponsabilidad total. Decir sí porque debemos guiarnos por refrendos chamánicos donde la tierra “habla”, sería indignante.

El tren Maya es un proyecto neoliberal, lejos está de ser la panacea social y económica que se pregona. El futuro del mercado turístico donde las ganancias llenarán los bolsillos únicamente de las grandes empresas, se asoma escondido tras fines rapaces.

Las esperanzas se pueden convertir en un campo minado lleno de desilusiones, un terreno feraz para el cultivo de la desigualdad, transculturación, y el ecocidio.

El tren Maya podría ser un gran paso para el sexenio, pero un paso en falso para el país, y la bruma que esconde aromas de siglos y una tierra que reposa el silencio de los tiempos, podría disiparse para siempre.