• 21 de Noviembre del 2024
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Indígenas, un mundo olvidado

Pueblos indígenas México / Facebook/INPImx

 

Los pueblos indígenas tienen una riqueza invaluable en su sabiduría, tradiciones, lenguaje, que le dan cohesión

 

Luis Martín Quiñones

“In tata u tsikbalmaj ten u lonmaj bin le x-tabayo’. Tun bin bin xinbal kala’an ka tu yilaj. Juntul ko’olel jach ki’ichpan, chowak u tso’otsel u pol; ka tu machaj [...])”.

 

“Mi papá me ha contado que clavó a la X-Tabay. La encontró en una ocasión en que viajaba borracho. Era una mujer muy bonita, de largos cabellos, que lo sujetó [...]”.

(Cuento Maya).

Hay un mundo alterno, un mundo que, aunque acontece, lo vemos a la distancia, apartado de nuestra cotidianidad. A pesar de que alrededor de 7 millones de mexicanos hablan una lengua indígena, pasan más que desapercibidos. La lengua maya tiene 1,4 millones de parlantes y le sigue el zapoteco, con 700 mil. No obstante que son mexicanos, los indígenas, como cualquiera que habita el territorio nacional, viven bajo cierta realidad alterna y en la perspectiva de los que han pretendido pensar por ellos y explicar su cultura. Y, aunque ha habido un movimiento que defiende y aboga por sus derechos, no ha sido suficiente: hay un evidente rezago y discriminación, además de un racismo que no termina por reconocerse.

Desde “Forjando Patria”, el antropólogo Manuel Gamio plasmó la semilla del indigenismo, que a lo largo del siglo XX, germinó el movimiento que fue acogido por muchos intelectuales que moldearon al indio con diferentes matices. No se puede soslayar que muchos de los rasgos que se le dieron al indio fueron con la perspectiva del mestizaje: había que fusionarlos para integrarse al mundo, con el mestizo, había que “blanquear” su cultura. Punto crítico en el que se ha documentado una eugenesia, sobre todo en el México postrevolucionario, donde no se planteó la integración de las comunidades y su fortalecimiento interno. No en vano José Vasconcelos proclamaba la nueva “raza cósmica”, la nueva generación mestiza. Dentro de este nacionalismo idealizado de Estado, surge el muralismo como una necesidad de glorificar el pasado indígena en las paredes institucionales.

En el siglo XIX el indio pasó a un segundo plano, donde la pobreza se agudizó con una paradoja de injusticia con las Leyes de Reforma proclamada por nuestro insigne benemérito. Las Leyes de Reforma de Juárez borraron la geografía indígena a través de las leyes contra las tierras colectivas indígenas.

La conquista espiritual, geográfica, militar, política y administrativa vino de afuera, del colonialismo europeo; pero quizás la peor, y que se ha prolongado después de la Independencia, es la colonización interna que persiste hasta nuestros días. Torquemada incendió la hoguera, ahora el fuego inquisidor viene de nosotros mismos. La indiferencia, la ignorancia y la apatía por los “otros”, es nuestro peor desprecio. Del colonialismo y poder central europeo, la dependencia ahora es del poder gubernamental y el que marca los designios. Bajo proyectos engañosos se pretende llevar sobre vías trenes milagrosos donde se les promete subir y encontrar la parcela pedida. Y la política se convierte en una medida populista de intereses que tiran el anzuelo de la esperanza para los pueblos. 

Las comunidades indígenas sobreviven al mestizaje y a la marginación gracias a su cultura e identidad, que deriva de un conglomerado mundo pletórico de cosmogonías, leyendas, creencias, conocimientos. Oponen una fuerza a la mirada externa que trata de seguir pensándolos e interpretarlos a su conveniencia. Algunos no han tenido la fortuna de cohesionarse bajo su culturalidad y han sido absorbidos e integrados a la cultura del mestizo, bajo un nacionalismo lleno de intereses y de la retórica de Estado.

El indígena es admirado, alabado, apreciado, pero a la distancia. Los buenos deseos son reemplazados por el racismo, rasgo nacional inaceptado por muchos. Tema abordado por intelectuales, historiadores y un sinnúmero de escritores, no termina de concluirse ni de superarse. La conciliación del pasado indígena-español, español-indígena, continúa siendo una fuente de conflicto. Se rechaza el pasado español para enaltecer el pasado mítico del indio precolombino, heroico, idealizado, de una sociedad perfecta que se echó a perder con la llegada de los españoles; y por otro, se reniega de la sangre indígena, esa que al mestizo le causa náuseas y la vomita con expresiones racistas: “Pareces indio”, “el indio no tiene la culpa, sino el que lo hace compadre”, “indio ladino”, “indio pata rajada”, “el mejor indio es el indio muerto”.  Y quizás, la que causa más magulladuras del amor propio es aquella que se dice con el mayor encono y con la que se pretende terminar un pleito, discusión o desavenencia: “pinche indio”.

No hay sociedad o grupo social que sea por completo inocente y virtuoso. La visión maniqueísta es una tentación que hay que desechar. Y como toda sociedad, los pueblos indígenas no pueden ser excluidos de sus imperfecciones. Como todo grupo humano, siempre deben estar en constante evolución y autocrítica. Y es en su autonomía donde su desarrollo encuentra sus mejores frutos. Como partícipes respetuosos de su historia y desarrollo, es nuestra obligación velar para que se dé esa independencia y libertad hacia dentro de las comunidades y que sean ellos los que escriban sus propias narrativas, su visión, pero sobre todo, que imaginen su futuro.

Los pueblos indígenas tienen una riqueza invaluable en su sabiduría, tradiciones, lenguaje, que le dan cohesión. La fortaleza de su cultura está en la conservación de esa riqueza que los debe llenar de orgullo en su identidad.