Llega un momento en la escritura en el que la inspiración no alcanza para llenar la página en blanco. Ni por esforzados intentos que hagamos, la transpiración no se transforma en inspiración.
Bien podría disertar acerca de esta mañana fresca, de la monotonía de la vida; podría sumergirme en meditaciones personales hasta llegar a una crisis existencialista; o tal vez deslizarme en el pozo de agua dulce cristalina y fresca de un nocturno de Chopin.
Sin embargo, la realidad interrumpe cualquier pensamiento con pretensiones poéticas. Y las elecciones del 6 de junio seducen hasta la mente más extraviada en algún edificio monacal del virreinato. Además, como mi cautiverio meditativo es sólo espiritual, estoy expuesto a los mares informativos y publicitarios de los partidos políticos. Así que opinar de las elecciones puede ser un buen pretexto para llenar esta página.
Previo a la votación del tan esperado seis de junio, el caudal de información llegó al tope en mi pequeño cerebro. No obstante, tuve la capacidad de evaluar las propuestas de la verborrea política y llegar a conclusiones que no tienen nada de novedosas. El jaloneo entre partidos fue el mismo de siempre, los agravios y agresiones, igual a los de antaño. Los ajustes de cuentas no faltaron, desapareciendo a uno que otro candidato.
El gobierno en turno -como siempre- haciendo proselitismo a pesar de la veda electoral. Caray, ¿de verdad no hay próceres en este país?, pregunta que se disipa en el calor que me adormece y que sólo encuentra balbuceos inconclusos en los sueños vanos en este insignificante ciudadano atribulado.
La mañana del lunes 7 fue aún peor. Candidatos proclamando el triunfo y pretendiendo levantar el trofeo de la democracia. Democracia que, por cierto, toma veredas insospechadas, por eso quizás Borges tenía razón al decir que es un abuso de la estadística y, en estos tiempos, un abuso disfrazado de populismo y otras patrañas.
Y para colmo de males, ahora resulta que la Ciudad de México está dividida en dos por los colores de los partidos ganadores y un muro que pretende separar ideologías, poder adquisitivo y otras aseveraciones, que no son más que un mejunje de idioteces disfrazadas de análisis político.
En fin, la democracia rueda y quienes la empujamos somos los electores para bien o para mal, para perpetuar ineptitudes del poder o para echar de la silla del águila artimañas fosilizadas del pasado.
Después de un ayuno de creatividad, benditas elecciones que han permitido tener el pretexto de llenar estas líneas. Benditos políticos que nos dan de qué hablar e imaginar que con el voto tendremos un mundo mejor.
Y bendita vida que me permite disfrutar de esta tarde lluviosa en algún lugar de la Ciudad de México; percibir los vapores que suben alegres hacia el cielo, y abrazar con mi mirada a la luz crepuscular que me recuerda que ya debo terminar este texto, y que gracias a los sinsabores electorales, he llenado el vacío de este espacio en blanco.