La hora de la desgracia quedó registrada a las 22:25, momento en que los pasajeros del Metro regresaban muy probablemente a sus hogares. A esa hora del destino una estrepitosa y violenta sacudida los lanzó con una inercia descomunal hacia el frente en menos de un segundo.
Fue tan breve el momento que no alcanzaron a percibir que eran víctimas de la fatalidad. Lo mismo sucedió con los conductores que circulaban por la avenida Tláhuac que, ante el impacto y el ruido monstruoso sobre sus autos, sus gritos quedaron ignorados
Justo entre las estaciones Olivos y Tezonco de la Línea 12 del Metro capitalino la desgracia encontró espacio en una de las estructuras que sostienen las vías elevadas. En el momento del accidente comenzaron las conjeturas y las culpabilidades.
Pero también comenzó la ayuda invaluable de la ciudadanía que pone su mano generosa en los eventos desafortunados. Los gritos que solicitaron ayuda fueron consolados por esos hombres y mujeres que de inmediato se convirtieron en héroes popularmente anónimos.
En esta noche más de 70 familias esperan que sus seres queridos, que ya son atendidos algunos en hospitales y otros aún en el sitio del accidente, sanen pronto sus heridas y vuelvan a casa lo más pronto posible. Para los deudos de las trece personas que hasta ahora han perdido la vida, la esperanza quedó sepultada en esta noche trágica.
De inmediato acuden a nosotros los recuerdos del ya lejano 20 de octubre de 1975 en el que 70 personas perdieron la vida y 31 fallecieron. Y también recordamos el despliegue periodístico de entonces en el que la radio y la televisión eran las fuentes inmediatas.
Hoy, en Twitter, las noticias viajan con la misma velocidad vertiginosa de la caída de los vagones infaustos. Prácticamente la noticia y las imágenes dantescas ya estaban disponibles a los pocos segundos. Esto, por suerte, permite que la ayuda sea más rápida y oportuna.
El aroma de la desgracia parece diseminarse con un olor infecto alcanzando nuestros deseos más optimistas, y más cuando se han vivido tiempos apocalípticos donde la muerte merodea con total libertad.
Pero la otra desgracia puede ser aún mayor: los rumores (que sí son atentados), las culpabilidades (el responsable de la construcción de la línea), los linchamientos, y la inevitable curiosidad infructuosa e insaciable por la desventura ajena.
Sin embargo, la solidaridad nos permite salir del espasmo para liberar nuestro espíritu subyugado y mostrarla a las víctimas que tanto la necesitan. Es en estos momentos cuando más el ser humano puede liberar sus mejores atributos. Aunque es poco el tener buenos deseos, es un buen comienzo.
Esperamos que las más de 70 personas pronto regresen a sus hogares y que las 10:25 horas de la noche, queden a la distancia, sólo como un mal recuerdo.