• 29 de Marzo del 2024
TGP

Don Goyo, un retrato de la vejez

Old-boat / Myriams-Fotos/Pixabay

 

Llegar a viejo podría ser una fortuna. Pero un viejo olvidado y sin dinero, podría ser una desgracia

 

 

Don Goyo espera con fatigados ánimos una ayuda económica de la Unión Cañera que tal vez nunca llegue. Bajo el calor del municipio de Ángel R. Cabada, don Goyo aún corta caña bajo unos incesantes 34 grados. Sus 94 años cargados a la espalda no le impiden realizar sus labores; en una espalda que, además de llevar una eternidad encima, se le dobló de una forma extraña.

La escoliosis que padece no ha sido obstáculo para trabajar, sobrevivir y llevar el sustento para su perro Chocolate y sus gallinas que son su única compañía. Para él, seguramente, no hay mejor música que la de los ladridos de su perro cuando le lleva su comida y no hay mejor concierto que el cacaraqueo de sus compañeras plumíferas.

Llegar a viejo podría ser una fortuna. Pero un viejo olvidado y sin dinero, podría ser una desgracia. Muchos son los que llegados a edades avanzadas se encuentran solos, con la familia ausente, y sin ningún peso en el bolsillo. La veneración a la longevidad parece haberse quedado en un rincón del desierto de la humanidad.

Sin embargo, entre los 33,528 habitantes de Ángel Cabada, Karla Obil Mayoral acunó en su pensamiento la gentil y altruista idea de ayudar a don Goyo. Gracias a que hizo una publicación en su Facebook el 18 de marzo solicitando apoyo para el venerable anciano, llegaron de diferentes partes de México y el mundo, dinero, alimento, servicios médicos y dentales, aunque quizás lo más importante, la solidaridad que deberíamos tener con cualquier ser humano que se halle en la tragedia de la vida.

Muy próximo a la región de los Tuxtlas y del mar, entre flores de zuchiles, entre los arrullos silenciosos de las ramas de las caobas, ceibas y cedros, el anciano camina con su espalda curva, escucha los pasos de los tlacuaches, armadillos, alguna que otra comadreja que se acerca sigilosa a sus gallinas, y tal vez un coyote que con su canto acompaña alguna noche de luna llena. Después de su larga jornada en los cañaverales, bajo ese calor sin fronteras, reposa para comenzar un nuevo día, con el trajín de sus quehaceres, pero con un inimaginable y voluntarioso empeño.

Pero parece que nunca es tarde para recibir el ensalmo, la mano desinteresada que acaricie a una atribulada alma. Gracias a Karla Patricia hoy don Goyo tiene mejores condiciones de vida; un techo digno, atención médica, alimentos. Ahora puede sentarse una tarde, respirar la brisa lejana del mar, los árboles silenciosos que con sus murmullos le acarician los pensamientos, pensamientos que seguro lo llevan a cierta nostalgia por la ausencia de su familia que se ha quedado lejana en la distancia y el tiempo.

Ahora disfruta una tarde donde el horizonte de un atardecer calma los calores tropicales, acaricia el pelaje oscuro de su perro, y alimenta a las aves, que con su coro entusiasmado, alientan la esperanza de un nuevo y mejor mundo para un anciano.