• 21 de Noviembre del 2024
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La habitación del poeta

Fireplace / chulmin1700 Pixabay

 

Ha dejado unas hojas sueltas, unas páginas en silencio; quizás en su última noche los demonios lo atormentaron

 

 

Era una casa, qué digo, un cuarto, un pequeño espacio donde la luz se asomaba con timidez, donde el frío era un cómplice de la penumbra que se amontonaba en los resquicios, en los rincones que ocultan sus historias.

Tal vez en ese espacio, el poeta deambuló en sus mejores tiempos, sonámbulo de empeños. Fueron esas cuatro paredes los testigos de una pálida entelequia; de sus futuros inciertos, sus noches de insomnio. Su muerte es aún desconocida, su existencia se ha escondido discreta en las humedades que esperan un instante, el haz de un sol amable para aspirar sus secretos, sus inconfesables misterios.

Ha dejado unas hojas sueltas, unas páginas en silencio; quizás en su última noche los demonios lo atormentaron y su última batalla fue contra la hoja en blanco, donde quiso dejar sus últimas palabras; tal vez algo impronunciable. Una botella de vino parece desdichada, medio vacía; dos copas que revelan un encuentro.

Sobre una mesa desvencijada, que ha perdido sus colores alegres, sostiene una flor seca, testigo de una cita. La luz de la ventana raya las paredes, desgarra el silencio; un aire fino y breve mueve el polvo y les da vida a los fantasmas; una fotografía en el suelo con cristales de acero, hieren con su reflejo.

En la cama un ramo de nardos espera, conspiran la coincidencia de un momento; extrañas flores que perviven, frescas, de una esperanza de océanos sonrientes que quieren llevar sus aguas a las nubes serias e inundan los valles llenos de ausencias, de hojarascas, de páramos maltrechos.

Un par de zapatos lustrados, que miran asomándose a la puerta, caminan al encuentro de la noche; de la noche que a un sepulcro de distancia, de ignota silueta, en su ausencia, marchitó al poeta. Un olvido derramado vaga sin consuelo, arrinconado de recuerdos rotos.

Una partitura yace junto a un piano; en un melancólico mi bemol, las corcheas viajan en el río que se vierte en unas sonata enamorada, mas un acorde en sol menor evoca la tristeza de la musa inalcanzable, lejana, innombrable.

Un plato en el suelo guarda la sombra de un gato, testigo de los amores imposibles. La sombra furtiva se desliza sedienta de recuerdos; observa detrás de los libros del escritorio que cruje de nostalgias: poemas inconclusos, sueños insatisfechos, absurdos futuros.

La habitación del poeta ahora está en penumbra, el sol ya no raya las paredes, el gato brinca y roza una taza de café, donde yacen los sorbos perdidos, de una acerba y solitaria melancolía.

Hay que partir. La puerta entreabierta deja ver un par de siluetas inexpugnables que invaden la penumbra; una llama revela las miradas cómplices, de alguna vez, locura de apasionados. Las siluetas se asoman, se miran, se besan; fundidas en un abrazo, sólo se escuchan los susurros parlanchines, palabras de enamorados, los ecos discretos del silencio.