Luis Martín Quiñones
Las temperaturas alcanzadas en el país están rompiendo récords. En la Ciudad de México, los 34,2 grados del día 15 de abril, nos derritieron las entrañas, el juicio y los pensamientos. El calor no se detiene y el 9 de mayo en Tacubaya se llegó a la histórica de 34,3.
Los Celsius aumentan, incontenibles suben y se quedan para la estadística: San Luis Potosí, 40 con sensación de 50, diez muertos; Ciudad Victoria 47,4; Progreso, Yucatán. 44,2. Según la aplicación del clima en mi celular, hoy 13 de mayo, la temperatura en Salto de Agua, Chiapas, 42 grados.
Por si fuera poco, además de la ausencia de lluvia, un cielo contaminado nos amenaza en la Ciudad de México. Las escasas nubes que nos dan una sombra de limosna se alejan y sólo regresan unas cuantas al día siguiente, menos densas y más ligeras: seguimos sin lluvia.
Ni a quien echarle la culpa. El cambio climático nos anuncia tiempos apocalípticos, no el final pero sí una condena por lo mal que se le ha tratado a la Madre Tierra.
El sopor, la humedad y el calentamiento es insufrible en plazas públicas. El metro, y en general el transporte público que, con su exacta impuntualidad y la caldera que se produce por el vapor humano, atormenta a los pasajeros. La calle es un horno de hormigón. El suelo, los pastos y terrenos polvosos, secos, ansían la lluvia. Como en Luvina de Juan Rulfo “la tierra, además de estar reseca y achicada como cuero viejo, se ha llenado de rajaduras”.
Los ventiladores han hecho evidente que no hay suficiente energía eléctrica. Los apagones nos dejan sin luz y sin el auxilio del aire bendito de los molinos de viento. Abanicos, poca ropa, y el aire que a veces se compadece de nosotros, nos rescatan del infierno.
Conozco de calores, no me es ajeno. Los viajes a la tierra natal eran un bello retorno, pero la temperatura en el pueblo de Salto de Agua era cosa seria, me agobiaba y dificultaba la respiración. Mi mamá sólo decía: es la humedad hijo. Ni modo, me aguantaba. Estuve alguna vez en Arcelia, Guerrero (hoy a 39 grados), maravilloso paisaje, arena, laguna: quemaduras. En un viaje de verano en el paso fronterizo del norte, la camioneta se calentó y se detuvo a unos pasos de la línea divisoria. Un pasajero en crisis. Oficial, ambulancia, oxígeno, paso preferencial. Atención de primera. Todo resuelto. La camioneta volvió a arrancar.
La ropa sobra, pero es que no estamos en el trópico donde se puede estar sin camisa o casi desnudos. Sin embargo, no sé si el calor ha alterado a algunas personas. Alrededor de los 30 grados a las 8 de la noche, una mujer atravesaba Río Rhin y Reforma con una chamarra michelín, negra, de invierno. Parece mentira, pero esas cosas suceden. En fin, cada quien su termostato.
La lluvia aún nos es lejana, ni atisbos de ella ni de nubes oscuras. ¿Hasta cuándo pasará la sequía? ¿Hasta cuándo el calor? ¿Hasta cuándo los incendios? ¿Llegará un aire redentor? ¿Hasta cuándo tanta fatalidad? Solo nos falta que nos sople un aire caliente, total, que más nos da.
Recordando otra vez a Rulfo, como en Luvina, todo es por el mandato de Dios, y cuando el sol se arrima mucho, nos chupa la sangre y la poca agua que tenemos en el pellejo.