• 21 de Noviembre del 2024
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La letra H

Niños en bicicleta / YouTube/Leonardo Contreras

 

Nos miramos y regresamos caminando, con la bicicleta que acompañaba nuestros pasos y giraba sus ruedas con tristeza

 

Luis Martín Quiñones

El 6 de junio de 1944 daba inicio el día D. El general Eisenhower era el estratega para dirigir la Operación Overlord que permitiría la entrada a Europa para derrocar al régimen nazi. Atravesar el Canal de la Mancha, llegar a las playas de Normandía, sería una tarea colosal. El exitoso final, ya lo conocemos. Ese día tan trascendente ha quedado marcado en la historia con la simplicidad de la D. Sin embargo, acaso los días que marcan nuestras vidas o simbolizan eventos imperecederos, los recordamos con simpleza: “Aquel día”, “El primer beso”, El día D, El día H.

Una bicicleta, sí, deseábamos tenerla y compartirla. Mi amigo Josué tenía una pero los estragos del tiempo ya le eran visibles. Con ella volábamos y era parte de nuestra existencia infantil. Pero necesitábamos otra para cabalgar como jinetes en los terrenos del vecindario. Vimos una gran oportunidad, de esas únicas, impostergables. La promoción era tentadora: juntar las letras en cada helado que compráramos para formar la palabra Holanda. A cambio, una flamante y veloz bici. Seríamos socios de singular empresa. Fuimos comiendo helados hasta que por fin sólo nos faltaba una letra. Una, muda por cierto: la H.

Mientras ese momento llegaba, ese par de niños de once años continuaron con sus juegos mágicos. Atrapaban alguna lagartija, alguna exuberante araña en el jardín merecía su asombro; y el lodo en sus pies era el símbolo de la felicidad. Y viajaban creando aventuras y sueños sobre dos ruedas.

Así pasaron los días, y la esperanza de que la ansiada H saliera de la envoltura del helado, se hacía más lejana. Había sólo una oportunidad: suplantarla. La complicidad oculta el pecado. Como artesanos nos dedicamos a hacer nuestra propia letra. Segmentos de la L y la E fueron utilizadas para nuestra aventura del día H. La calle fue el lugar secreto, dos verdaderos espías maquinando el engaño. Pegamento blanco, un cúter, las herramientas, lo mejor, una delicada y milimétrica colocación de los segmentos de las azules E y L. Como un demiurgo logramos la magia de la suplantación. Mi madre, que ignoraba nuestra personal y secreta Operación Overlord, emocionada aceptó que fuéramos solos a intercambiar nuestra planilla.

Había llegado, impostergable misión debía ser culminada. Montamos la bicicleta añeja y nos dirigimos a nuestro destino. La calzada Ignacio Zaragoza sería nuestro Canal de la Mancha, el peligro acechaba en cada automóvil que esquivábamos para llegar a la otra orilla. Llegamos, reclamamos lo que creíamos nuestro legítimo derecho: habíamos comprado muchos helados: merecíamos la bicicleta.

“Venimos a canjear, ya completamos la palabra, por favor, ¿nos puede dar la bicicleta?”. Comprendimos el fraude publicitario: la letra H nunca aparecería. Una señorita muy amable nos dijo que no era posible, que esa letra aún no había salido. “Puedo llamar a las autoridades, pero mejor váyanse a su casa, no lo vuelvan a hacer y esperen a que salga la letra H”. Había descubierto nuestro plan. Un miedo inesperado nos acorraló. Llegaría la policía y nos detendría. Nos harían presos y purgaríamos una condena por falsificación. Salimos cabizbajos, con temor de que llegara la autoridad y nos acusaran del pecado cometido. Nos miramos y regresamos caminando, con la bicicleta que acompañaba nuestros pasos y giraba sus ruedas con tristeza, y sus manubrios como dos ojos que nos observaban, querían soltar una lágrima.

Ya por nuestros rumbos, parecía que nada hubiera sucedido. El olvido es el mejor antídoto para el fracaso. Le pedí a Josué que me dejara manejar y él se paró en los diablos traseros. Volamos y nos perdimos entre los callejones amigos, entre nuestras banquetas de aventuras, y la bicicleta recuperó su alegría. Mi madre nos vio despegar del piso y gritó emocionada: ¡¿Esa es?! Con una sonrisa y con nuestras cabezas negamos que “no era esa”. El viento y el sol de la tarde acarició nuestros ánimos, y un par de rostros hasta hacía poco vencidos, olvidaron aquella derrota y volvimos a buscar lagartijas, arañas extrañas y nos llenamos los zapatos de lodo.

Después seguimos comiendo helados, ya sabíamos que nunca encontraríamos la esquiva letra. Hasta el día de hoy, no he encontrado la H.