“Parece que el fanatismo, indignado desde hace poco por los éxitos de la razón, se debate bajo ella con más rabia”.
Voltaire
Pensar al otro, reconocer su existencia, respetarlo, reconocer que piensa y puede ser diferente sería un buen comienzo para lubricar el engranaje social. Por el contrario, las manifestaciones de odio, de racismo, de intolerancia y fanatismo podrían conducirnos a una vorágine sin retorno.
La historia nos dice que el odio, el resentimiento, la ignorancia, más una pequeña dosis de fanatismo, pueden encender la hoguera para el fatal destino de muchos inocentes. Las ideas radicales que rechazan otras diferentes o contrarias, y defendidas con una pasión extrema, pueden ser el comienzo de guerras, distensiones sociales, asesinatos; y sin ir tan lejos, ser el inicio de agravios familiares y “bloqueos” en redes sociales que enardecen los ánimos y preparan la hoguera de resentimientos.
Voltaire, en su Tratado sobre la tolerancia se manifiesta en contra de la barbarie y el fanatismo religioso. En Toulouse, Francia, Jean Calas es acusado injustamente de asesinar a su hijo Louis. Como telón de fondo está el fanatismo religioso. Jean Calas y su familia son protestantes. Pero su hijo Louis se convierte al catolicismo. Y en un acto de tolerancia acepta dicha conversión. Al respecto Voltaire puntualiza: “Parecía tan alejado de ese absurdo fanatismo que rompe con todos los lazos de la sociedad, que había aprobado la conversión de su hijo”.
Más cerca de nuestros tiempos, el escritor Amos Oz en su libro Contra el fanatismo, nos lleva por el intrincado camino de la incapacidad de tolerar al otro. El perder la capacidad de aceptar que no tenemos la verdad absoluta, que existen pensamientos y hombres diferentes, conduce a un no buen sendero. Y Amos Oz es determinante cuando expresa: “El fanatismo, desgraciadamente es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal”. Y es categórico cuando sentencia que “la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”.
El caso de Jean Calas condenado a la rueda de la tortura y a su familia al escarnio y linchamiento moral, es un triste ejemplo de los extremos, de un radicalismo cruel que se incuba bajo un ambiente de intolerancia y fanatismo. Es Toulouse el infierno en el que en el año de 1762, una familia era destrozada por el suicidio de su hijo, la condena del padre y la humillación pública de la madre. Voltaire nos deja ver de manera muy concisa al decir: “Este pueblo es supersticioso y violento; considera como monstruos a sus hermanos si no son de su misma religión”. Llega el día del nueve de marzo de aquel año en el que la furia del fanatismo avasalla dando muerte a Jean Calas.
Cabe preguntarse si realmente somos tolerantes, si aceptamos que existe lo otro, que más allá de nuestros pensamientos y convicciones existen distintas ideas y preceptos muy contrarios y, no por eso, dejar espacio al resentimiento y a la violencia. Ya sea en religión, política, trabajo, relaciones familiares, debemos aceptar que hay un más allá de pensamientos y convicciones que se pueden poner en la mesa para que sean escuchadas.
El terrorismo es la expresión suprema del fanatismo. Las Torres Gemelas no cayeron por casualidad. Había que humillar al enemigo con víctimas inocentes. Niza fue testigo del más abominable acto con el asesinato de 86 personas y más de 400 heridos. Los actos de racismo como el de George Floyd dejan ver el extremo del odio y la ausencia total de justicia. El fanatismo religioso y su extremismo cobra víctimas cada año en los sitios menos impensables.
El fanatismo y la intolerancia son una alquimia letal que corroe el alma y aleja la posibilidad de bondad alguna. Son las cuerdas que tocadas en sus extremos estallan en nuestras manos. Y Amos Oz nos lo deja muy claro: “La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”, y de una manera muy simple explica que “muy a menudo, el fanático sólo puede contar hasta uno, ya que dos es un número demasiado grande para él o ella”. Y finalmente hace una aguda observación respecto a que la semilla del fanatismo puede originarse en el culto a la personalidad y la idealización de líderes políticos y religiosos que propagan la idea de que tienen una superioridad moral.
En 1765 después de analizadas las circunstancias y los acontecimientos, Jean Calas reivindica su nombre y su familia recupera su dignidad. París celebró que al fin se hiciera justicia.
Los juicios sumarios, conclusiones precipitadas, negar la posibilidad de la razón en el otro, pronto conducen a desenlaces imperdonables.
Tal vez, de vez en cuando, podríamos alejarnos de la idea de que poseemos la razón absoluta, ser tolerantes, y en un momento de desacuerdo, por qué no, contar hasta tres.