Luis Martín Quiñones
Entre mudanzas, un niño con una vida trashumante y un fantasma que es testigo de secretos familiares, Rafael Pérez Gay nos brinda una crónica que nos conduce a un pasado al que ha agregado lo más significativo: la imaginación. No existe pasado más que aquel que hemos remendado con pequeñas o grandes dosis de creatividad.
En ese recorrido de la ciudad de los años 60’s y 70’s encontramos el pasado en común que tenemos los que nacimos en esas décadas. Los cines gigantescos, los programas en los televisores blanco y negro, canciones, telenovelas y un mundo de la Ciudad de México que se ha perdido en el paisaje.
En “Todo lo de cristal” me encontré con algunas coincidencias, quizás demasiadas. Si bien nunca me asignaron la delicada y meticulosa tarea de guardar vasos, tazas, y demás objetos de cristal, sí fui partícipe de muchas y la hice de todo. Como el mismo Rafael Pérez Gay dice, “sé de mudanzas”.
De repente me encontré con un alter ego, con el cronista que, sin saberlo, narra la vida de otro. Y que a través de las coincidencias sufrimos algunos mismos reveses de la vida. Mi papá sufrió de una pancreatitis, aunque mi experiencia fue más funesta; mudanzas, no tantas, pero suficientes, no sombras, pero sí oscuridades; no el dolor de la lealtad, pero sí secretos incómodos; no cuartos de azotea, pero sí precariedades; papás distintos, pero geniales; y sí, dos madres con la inteligencia para sortear innumerables obstáculos.
Con un lenguaje sencillo, sin adornos innecesarios, pero abundante de una filosofía de lo cotidiano, nos deja frases que podemos archivar en nuestro acervo de la melancolía, de lo triste que es la vida en ocasiones, hasta afirmar que “la realidad es un alambre de púas”, pero que dentro de lo trágico, hay modos de siempre hallar la salida.
Partiendo desde Atlixco 34, hasta Cadereyta 16, pasando por las calles Nuevo León, Herodoto, Antonio Sola, Pachuca y Cervantes Saavedra, el autor nos platica una vida llena de sobresaltos mudanceros, y los pormenores de los apuros y limitaciones familiares, pero menudamente contrastados con añoranzas que terminan con un aforismo digno de un filósofo.
“Conocí el efecto sedante de la mentira y el dolor de la lealtad”, nos dice Pérez Gay recordando a su padre cuando le compartió su gran secreto: un romance. Y es que la complicidad tiene sus riesgos, y la lealtad se termina cuando la mentira se torna incómoda. No hay quien esconda algún secreto, que algún día la vida y el tiempo, no nos exijan liberarnos de la carga.
En Todo lo de Cristal encontramos una biografía que se aleja de la exactitud para dejarnos el camino para la imaginación y algunos que otros puntos suspensivos. Nos seduce también con cierto voyeurismo, esa curiosidad que nos hace asomarse a la ventana del vecino y saber qué pasa adentro.
Entre coincidencias de un pasado, de hígados encebollados, peleas de box memorables, combustibles para el boiler y la incertidumbre de un hogar, releo el libro y coincido con el autor: “soñar con el pasado es un sedante indulgente”.