En la antigüedad los sueños eran fundamentales para conocer el destino, predecir la suerte de reyes, anunciar catástrofes, saber la muerte. Los griegos se lo tomaron muy en serio y en su cosmogonía encontraron a los dioses para la noche y para esa extraña vida nocturna cuando el alma descansa y destila el extraño suceso que es la vida. Los dioses de la oscuridad, de los valles de la imaginación nocturna, de la muerte, formaron parte del catálogo de su cosmogonía que, para fortuna nuestra, heredamos.
Hipnos y Tanatos son hijos de la noche, de Nicte, dueña y señora de la oscuridad. Son los dioses a quienes en sus manos dejamos el alma libre, para morir o soñar. Muy cercanos Hipnos y Tanatos siendo gemelos nos inducen a pensar que el dormir es algo muy cercano a la muerte, y quizás, celebramos el momento de cada día sin irnos a la eternidad. Morfeo, hijo de Hipnos, nos sostiene la cabeza como lo hizo con su padre, que en un abrazo consolador, nos narcotiza y se nos aparece en forma humana como uno de los tantos seres que toman vida en nuestros sueños.
Muchos son los sueños que han definido los caminos de la historia. A veces evitan catástrofes o ayudan a administrar los bienes, como las siete vacas flacas que se comen a las siete vacas gordas del faraón. Otras, sin embargo, no nos previenen de la catástrofe, simplemente son mensajeros de lo inevitable. Abrham Lincoln relató un sueño que tuvo unos días antes del fatídico 14 de abril de 1865. Preguntó en su sueño: “¿Quién ha muerto en la Casa Blanca?” Y obtuvo como respuesta: “El presidente. Fue muerto por un asesino”.
Borges nos relata en su Libro de Sueños la historia narrada por Heródoto. Creso rey de Lidia y conquistador de Misia y Frigia tuvo un sueño en el que su hijo Atis moriría por una punta de hierro. Ocultó todo el hierro para evitar la muerte de Atis. Adrasto, hijo de Midas, que ya había manchado sus manos con sangre de un hermano, pidió la purificación y el asilo de Creso, que le fue otorgado. Un jabalí amenazaba a la población de Misia por lo que el pueblo solicitó que Atis, guerrero valiente, acabara con la bestia. El miedo de Creso hizo que Adrasto acompañara al joven. No había temor en Atis ya que los dientes del Jabalí no eran de acero. El sueño cumplió su profecía: Adrasto atravesó, por error, la lanza de acero en el cuerpo de Atis.
Para muchos, aún, los sueños son el oráculo, la fuente de consejos para afrontar los días de trasiego; son encontrar el recuerdo que aparece sin que lo evoquemos; los fantasmas del pasado, intrusos no invitados en nuestra pequeña muerte onírica.
Los sueños son el juego de espejos, imágenes de otros, de muertos, vidas ajenas intrusas que interrumpen el subconsciente y te recuerdan que el pasado dobla en una esquina, te encuentra de frente, y el sobresalto es inevitable. Quizás alguien, también, nos sueña, ¿seremos el deseo de otros, la imagen perturbadora, el intruso indudable de alguna pesadilla surrealista? Cuando alguien nos dice: soñé contigo: la vanidad es inevitable.
¿El alma se agota? Al contrario de nuestro cuerpo que al final de la jornada no puede más, el alma se libera para su reposo y su regeneración. Y nos comparte su vagar sin límites, tal vez el alma imagina y en ese recrear del mundo, nos da la vida.
¿Alcanza el tiempo de hoy para soñar?
Tal vez valdría la pena que, cuando el hombre se halle fatigado, exhausto, se acomode en un abrazo de Morfeo y deje libre al alma, al espíritu que descansa trajinando en los sueños.
Los sueños son la continuidad del vivir, una invasión al más allá; o la vida es el sueño del más acá. Quizás por eso Calderón de la Barca nos dice que la vida es sueño, “que la vida es una ilusión, una sombra, una ficción”. Y nos advierte que “toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.”