Luis Martín Quiñones
El espíritu contenido, aquel que ante la adversidad posterga el juego liberador, tarde o temprano busca un encuentro con el desenfreno. Y entre más es la ausencia de la satisfacción de los deseos, mayor la pasión con que nos entreguemos a esa liberación tan esperada. Sin embargo, puede darse el caso de espíritus moderados que resisten lo imposible a las tentaciones de los suculentos y atractivos placeres que sobre la mesa nos suele poner el más alegres de los dioses.
Dionisos (también Dioniso, y Dionisio, como quiera decírsele), el dios griego, ha encontrado una fuerte resistencia de los mortales para soltar las riendas del alma y del cuerpo. La pandemia lo contuvo hasta cierta medida dejando las celebraciones para momentos más íntimos, alejados de las reuniones masivas.
Creado por Zeus en unión con Sémele, y criado por las ninfas y favorecido por la miel con que ellas lo alimentaron, Dionisos encontró un sitio privilegiado en la cosmogonía griega. En contraste con los otros dioses, más severos y terribles, fue un dios consentidor que invitaba a la celebración, al placer y a las libaciones desmedidas.
Las dionisíacas y también llamadas bacanales por los romanos, y más tarde transformado en el Carnaval cristiano, se convirtieron en fiestas frecuentes y muy esperadas por sus pobladores. Lo consideraban un acto de sobrevivencia. Y el mito echó raíces hasta lo más profundo de la naturaleza humana. Y es que la misma calidad de humano es imposible sin la locura del cuerpo y del espíritu.
El mito ha seducido a artistas que, ante el embeleso de este dios inquieto y jacarandoso, lo han plasmado en obras sublimes. En un autorretrato Caravaggio creó una de sus obras más conocidas. Con una cara de adolescente y con una copa de vino en su mano, el dios se encarnó en el pintor italiano en uno de sus varios autorretratos.
El escritor Pedro Henríquez Ureña al igual que Eurípides, sintió los influjos de Dionisos y escribió su propia versión del drama. Y en su obra lo describe con emoción al decir que “Él dará a los humanos nueva riqueza, causa a la vez de gozo y de mal: el jugo de la vid de purpúreos racimos. Él será libertador de los corazones, animador de los labios, generador de los pensamientos elocuentes, inspirador de pasiones ardorosas y de iras horrendas.” Ese texto tuvo su origen en un extraño acontecimiento. Cuenta Susana Quintanilla que la noche del 25 de diciembre de 1909 se reunieron en la casa de Agustín Reyes en la colonia Santa María la Ribera donde se dieron cita personajes como Alfonso Reyes, sobrino de Agustín, Antonio Caso y el referido Pedro Henríquez Ureña para una celebración peculiar: festejar el nacimiento del dios Dionisos. Unos días después, en el mes de enero de 1910, el drama vería la luz pública en uno de los ejemplares de la revista Moderna.
Sin embargo, el poeta Hesíodo desdeña, en su Teogonía, al dios. Sólo merece que diga que es hijo de la cadmea Sémele, que hace un trato amoroso con Zeus, para dar origen al risueño, inmortal hijo de una inmortal. Y que “el de dorados cabellos, a la rubia Ariadna hija de Minos la hizo su floreciente esposa.”
Pero fue Eurípides que en su tragedia las Bacantes advirtió del riesgo de despreciar al dios y negar su existencia. Penteo, rey de Tebas que, ante la locura de las mujeres tebanas que bajo el embrujo dionisíaco se destrampan sin medida ni recato, muestra su desacuerdo ante hechos que considera repugnantes. Toma preso a Dionisos sin pensar ni reparar en las consecuencias y pagará muy cara su soberbia: será degollado por Ágave, su propia madre. Su cuerpo será desmembrado por las bacantes y será la víctima propiciatoria.
Vale la pena meditar la muerte trágica de Penteo. ¿Nos conviene realmente no creer en ese dios favorecedor de la alegría, de la disipación, de la lujuria; incitador de los placeres, y liberador de las ataduras que sujetan el espíritu?
La soledad y el recato acumulan la reflexión, el análisis; y los espíritus contritos evitan las tentaciones. Sin embargo, el desate a los impulsos espera una oportunidad. La pandemia parece llegar a su fin y con ella las puertas del desahogo están abiertas. Viajes, celebraciones, libaciones, el roce y el goce del cuerpo, todos ellos dejados para luego, son una irresistible tentación hasta para el ser más solitario que espera el desate a los impulsos junto a muchos prójimos para la multiplicidad de la alegría y del regocijo.
Como buen dios, espera la admiración y fidelidad de los mortales. ¿O acaso alguno piensa correr la suerte de Penteo? Dionisos juguetón y parrandero, nos tiende trampas y espera el momento para tentar los ánimos. Quizás, el resistirse no sea la mejor opción, después de todo, no está tan mal, algo de placer, de vez en cuando.