Aldo Fulcanelli
Los bancos controlando nuestras vidas. Las llamadas a tope de la empresa de telefonía “por excelencia”, y su acoso permanente. Las noticias (de no creerse) de los “mireyes”, a la sazón, jóvenes empresarios y políticos, herederos de las familias del rancio porfiriato, a los que papá soltó el timón para ver qué pasaba; y no pasó nada: tiempo de lores y ladies.
Mientras tanto en las redes sociales, los usuarios esperan el nuevo escándalo, o el video de la denuncia ciudadana, aquel donde el policía es golpeado (por abusivo), sólo para confirmar que, en el país sin ley, para muchos y cada vez de manera más frecuente, la mejor justicia es la mano propia. Mientras intento escribir, una operadora del Banco Santander me llama para ofrecerme 3 Millones de pesos a cambio de morir o enfermarme, y por la módica cantidad de 8 pesos.
No puedo evitar sentirme ofendido cuando me lanza un: ¿está de acuerdo que en toda su vida no reunirá usted esa cantidad de dinero?, es decir, en el lenguaje de la crueldad administrativa de los bancos, habrá que suscribirse a la idea de una muerte anticipada para ingresar al mundo de las red carpets y el glamour, mientras esto sucede, reflexiono que en nuestro país, hundido en la degradación social, el dinero -sustituto falaz- pero efectivo, es como el genio de la lámpara maravillosa; habría que frotarlo para que éste emerja solícito, “dame 8 pesos diarios, piensa en morirte, y podrías ser un millonario póstumo”; es el idioma de las perversas instituciones de crédito.
Las voces inhumanas de robot, ofreciendo la felicidad inmediata a cambio de un “si”, son sustituidas por imágenes del “face”, donde se difunde la última ocurrencia de Carmen Salinas, o bien la declaración desafortunada de algún legislador, al tiempo que otra funcionaria habla de prevenir la homosexualidad tomando verduras, cuando en la red, circula la cara del algún futbolista que salió del closet. Ante la ausencia de gobernabilidad en México, el piloto automático ha sido encendido.
El devenir social lo determina cada quien con su propia verdad, cuando todo mundo se disputa el pedazo de banqueta, el estacionamiento, el espacio de la cola para pagar, y la Suprema Corte de Justicia, con sus irredentos jueces barrocos, ha sido sustituida por una camarita de celular, destino infausto. Mientras que el poder público es declarado peligrosamente incompetente ante el embate de los escándalos y los señalamientos de corrupción, la histeria colectiva toma el mando.
Entretanto, el ciudadano común pierde espacio vital ante la cultura del despojo, y la aprobación de leyes que a todas luces atentan contra la libertad de expresión. En las redes sociales proliferan los memes y chistes cáusticos, donde se exhibe lo más granado de una pobre idiosincrasia: un galopante machismo, y una homofobia que da miedo. Contra todo, no hay meme ni humor barato, telenovela o selfie, que puede detener el malestar social, en una nación donde la clase política radicaliza sus métodos de ataque, y el objetivo pareciera, es la paz del ciudadano.
México, el país de la primera gran Revolución del siglo XX, enaltecido por las crónicas de John Reed o Martín Luis Guzmán. Nación que por su multiculturalidad, fuera inspiración de escritores como D. H. Lawrence, o Malcolm Lowry, incluso, en la menos condescendiente pero igual de valiosa descripción de Graham Greene, de una idiosincrasia siempre atávica, hoy luce desdibujado.
Cuando la mala fama, a la par de las alertas consulares parecen no dejar de distinguirnos, la reflexión del humorista Eduardo del Río “Rius”, (conocedor a fondo de la mexicanidad soterrada) salta a la palestra cuando dijo que el peor de los presidentes de la República que hemos tenido, fue Miguel Alemán Valdez (1903-1983).
Ciertamente, fue Alemán, quien bajo la sombra de un galopante progreso, convirtió las finanzas públicas en una enorme transacción que aún no acaba de finiquitarse, con los bienes de la nación enaltecidos, como máximo botín. A Miguel Alemán, le atribuyó “Rius” en su libro: “¿Cuándo se empezó a xoder Méjico?” (Grijalbo, 2015), no únicamente la creación del PRI, sino, además, la construcción de una falsa democracia, a partir del apuntalamiento de una oposición orgánica en manos del Partido Popular Socialista, instituto político en aquellos años, condescendiente al poder presidencial en turno.
El caricaturista fue más lejos, al agregar que el narcotráfico sentó sus reales desde entonces, de la mano de los grandes jerarcas, amparados siempre bajo la sombra del “cachorro de la Revolución”. Lo cierto es que como ya se ha demostrado, el narco inició en nuestro país después de la Revolución Mexicana, en medio del conflicto de la Segunda Guerra Mundial, cuando los viejos jefes revolucionarios, aquellos que no se convirtieron en nombres de calles o carátula de billetes, incursionaron con éxito en el trasiego de droga, bajo la guía de hábiles operadores controlados desde el extranjero, y de ahí hasta nuestros días.
Guadalajara, Jalisco. El fallecido exguerrillero y maestro universitario Jesús Morales Hernández, lanzó en su momento una reflexión, rodeado de ex compañeros de lucha. “Yo creo que la lucha debe continuar, pero ya estamos viejos para seguirla”, lamentó. Sobreviviente de un tiempo feroz contra el sistema a partir de los años 70’s, Morales creyó finalmente que la lucha armada ya no tendría por qué tener lugar en nuestros días, sin embargo, agregó que la posibilidad no debería descartarse plenamente, mientras su y voz y semblante inquebrantables, se fueron nublando junto a una de aquellas tardes lluviosas de la Perla Tapatía, con aroma a tierra mojada.
Al tiempo, no puedo dejar de imaginar sentados en una misma mesa a Jesús Morales, Paco Ignacio Taibo II, “Rius” y Adolfo Gilly, para que nos platiquen, el porqué la Revolución Mexicana fue interrumpida por un grupo de generales insaciables y políticos bribones, que decidieron burocratizar esa misma Revolución, condenándola a la cuadratura de un círculo fatal, que deberá tarde o temprano ser quebrantada, si lo que se busca es que haya justicia social.
Al igual que Gilly, pienso que la Revolución social de Zapata, fue ahogada abruptamente, para dar paso al amasiato permanente con el poder. Igual que Paco Ignacio, siento que la Decena Trágica, marcó uno de los momentos más vergonzosos de la historia de nuestro país, clave para entender el encumbramiento de la oligarquía que hoy nos gobierna todavía. También, al igual que “Rius”, creo que el gobierno de Miguel Alemán, fue fundamental para comprender la descomposición social que ahora vivimos. Estoy convencido, tal como Jesús Morales, de que estamos peor que nunca en México, cuando la caducidad, el circo y el teatro, pululan por doquiera que se mire.