Aldo Fulcanelli
Doroteo Arango, mejor conocido como “Pancho Villa” (1878-1923), ha sobrevivido al tiempo convertido en libros y leyendas, regenerado a pesar de las intermitencias de la tradición oral, a la manera de un colorido anecdotario, revestido de imágenes de adelitas que cuelgan de los trenes como los abalorios exaltados por Ramón López Velarde, en su legendario poema “La suave patria”.
Bandolero, estratega militar brillante, político, figura referencial de las incontables correrías revolucionarias, a partir de que dejó (solo parcialmente) la clandestinidad, para unirse a la causa de Francisco I Madero, inspirado por la figura del político Abraham González. Pero más allá de los axiomas históricos, que retrotraen la presencia de Villa, más como una imagen difuminada por los devaneos mitológicos de una nación sumergida en la orfandad, es innegable que Pancho Villa, es una figura imprescindible en el panteón iconográfico de la cultura popular.
Bragado, mujeriego, amigo de sus amigos, implacable contra sus enemigos, protector de los humildes y letal persecutor de los hacendados, cualquier descripción, por muy academicista que se antoje, resultaría insuficiente frente a la radiante personalidad del que fuera llamado por justicia “Centauro del Norte”, por su bravura en las batallas, un poder que pareciera brotar incluso de las viejas fotografías sepia, como un brutal relámpago.
Su fama de implacable guerrillero, no únicamente provocó el terror de las tropas enemigas a las que combatió con ánimo voluntarioso, sino, además, la granjeó la admiración de la entonces naciente Industria del Cine, logrando aparecer en dos míticas cintas producidas por la empresa Mutual Film Corporation, la primera de ellas titulada: “The Battle of Ojinaga” (1913), y la segunda: “The Life of General Villa” (1914). En ambas cintas, el guerrillero se interpretó a sí mismo, convirtiéndose en el único personaje revolucionario, en encarnar su propia historia para el celuloide.
Los acuerdos entre Villa y la empresa productora, son parte ya del anecdotario popular, se dice que Villa cobró una alta suma de dinero por aparecer en las películas, obligando a los estadounidenses a conseguir uniformes nuevos para la tropa. El idilio entre Francisco Villa y los medios de comunicación de su tiempo, fue un amor a primera vista, el otrora forajido norteño se trasladaba de batalla en batalla acompañado por escribanos, periodistas, fotógrafos y hasta intelectuales como John Reed (“México insurgente”) y Martín Luis Guzmán (“Memorias de Pancho Villa”).
Cuando el tiempo y las circunstancias lo ameritaban, Villa se dejaba fotografiar o entrevistar, resultando tal experiencia, la delicia de los cronistas que no dejaban de preguntarle al general acerca de su origen, amores, motivaciones, secretos, sin embargo, cualquier elucubración se quedaba corta ante la fulgurante presencia de un Villa que hablaba por si sola. Alto, de personalidad impositiva y mirada de rayo, la fama de Villa, también propagada por los oficios de la prensa de su tiempo, creció a la par de las batallas que protagonizó, la Batalla de Tierra Blanca, la Batalla de Ojinaga, la Batalla de Torreón o la de Celaya por ejemplo, donde no dio margen a sus enemigos, conquistó parque y provisiones, así como el corazón de muchas féminas que cayeron rendidas ante el poder de aquel ex forajido convertido por la circunstancia, a la par de un talento innegable, en uno de los protagonistas de la primera gran gesta del siglo XX; la Revolución Mexicana.
De la mano de la llamada División del Norte, una importante formación militar, Villa combatió a Huerta, Carranza y Obregón. Encarceló hacendados decomisando sus propiedades, no tuvo empacho en fusilar a los traidores frente a sus tropas, para así propagar una imagen aterradora que ampliara su fama de feroz combatiente. Transformado en una leyenda más allá de las fronteras, no solamente por sus habilidades estratégicas, sino también por su talento propagandístico, Villa tomó la Ciudad de Columbus (Nuevo México) el 09 de marzo de 1916, de la mano de mas de quinientos elementos, convirtiéndose esta, en la primera invasión de tropas latinoamericanas a los Estados Unidos.
Como respuesta a la afrenta, el Gobierno del vecino país envió militares a nuestro país encabezados por el general John J. Pershing (1860-1948), con la intención de capturar a Villa, en la denominada Expedición Punitiva. Pero ni la experiencia del avezado militar estadounidense, ni el buen nombre del ejército que encabezó, le permitieron salir triunfante de nuestro país; la expedición finalizó el 07 de febrero de 1917 sin haber capturado a Francisco Villa, el resultado: un sonado fracaso que aumentó la fama del guerrillero mexicano, el único revolucionario capaz de haber desafiado al ejército más poderoso del mundo.
En contraposición a su fama de chacal, en su breve paso como gobernador de Chihuahua, Villa promovió la cultura, fundó escuelas, otorgó servicios básicos a los grupos vulnerables. Convertido en una figura venerada por nacionales y extranjeros, Villa se retiró de la lucha armada, gracias a un acuerdo con el Gobierno de México. En su Hacienda “El canutillo”, continuó impulsando la apertura de escuelas y el desarrollo de las comunidades olvidadas. Pero lo que no logró ni siquiera el Gobierno de Los Estados Unidos, ni Huerta o Carranza, tampoco los cazadores de recompensas pagados por los terratenientes para asesinarlo, lo consiguió una conjura aparentemente orquestada desde las oficinas de Palacio Nacional por el presidente Obregón y el General Joaquín Amaro.
El 20 de julio de 1923, Doroteo Arango cayó bajo el fuego de una emboscada en la Ciudad de Hidalgo del Parral (Chihuahua), tiempo después, su cadáver fue profanado, arrancada su cabeza y trasladada-se dice- a los Estados Unidos- donde sus enemigos la conservaron como el aterrador símbolo de una añeja afrenta. Aunque era ya un ídolo antes de su muerte, la figura de Pancho Villa se internacionalizó aún más, provocando una total fiebre alrededor de su vida, triunfos militares y hasta cuitas amatorias.
El celuloide se encargó de amplificar el legado de Villa, en más de una treintena de películas desde 1935 hasta la fecha, varias de ellas, filmadas en la Meca del Cine. Es el caso de: “Vámonos con Pancho Villa” (1935), ¡Viva Villa! (1934), “Así era Pancho Villa” (1957), “Villa Rides” (1968), o “Reed, México insurgente” (1970), solo por citar algunas piezas del universo fílmico donde el guerrillero mexicano, es la figura venerada. En la gran pantalla personificaron a Villa no únicamente los mexicanos José Elías Moreno, Domingo Soler o Pedro Armendáriz, también actores anglosajones, europeos y un español, es el caso de Wallace Beery, Yul Brynner, Telly Savalas, y hasta Antonio Banderas.
En pleno siglo XXI, Villa ha sobrevivido al interior de una imagen que le convirtió en una celebridad ya parte de la memoria visual del mundo, encima de un caballo furioso, como los ideales de la revolución todavía inconclusa. Hoy Villa, el hombre que se forjó a sí mismo entre los estertores de la guerra, la clandestinidad o la persecución, rebota en nuestra memoria revestido de bronce, nombres de calles o avenidas, billetes, y una mención perpetua que brota del imaginario latinoamericano que es todo, menos silencio.