• 21 de Noviembre del 2024
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Las venas abiertas de Eduardo Galeano

Eduardo Galeano / Facebook

 

La voz insurrecta de Galeano habló del amor, señalando que el lenguaje a menudo delata a las cosas, antes de que estas puedan ser torcidas por la visión egocéntrica del hombre-macho

 

 

Aldo Fulcanelli

“Vistos desde arriba son todos enanos; vistos desde abajo, son todos gigantes, hay que recuperar la visión horizontal, solidaria, respetar a los demás, saber que por suerte todos somos diferentes, y nadie tiene el derecho de imponer su verdad”. Cada palabra parece arrancada de la letra de algún tango melancólico, acariciada por aquella voz tan grave, como los temas que desentrañó.

Uruguay, es los tangos de Julio Sosa, los poemas de Benedetti que, exaltados con letras rojas en los muros callejeros, a la manera de un tatuaje, adquieren grado de manifiesto. Uruguay también es el fútbol, pronunciado con el acento sudamericano que hace llorar a las palabras. Y claro, Uruguay, es sobre todo y más que nunca Eduardo Galeano (1940-03 de septiembre de 2015), escritor puntual cuya máxima preocupación, fue sin duda la profunda desigualdad de América Latina.

A temprana hora, y motivado por una vena periodística incendiaria, dio cuenta de esa preocupación en su obra: “Las venas abiertas de América Latina”, donde reflexionó acerca del saqueo a una región que a todas luces continúa siendo despojada por un sistema neocolonialista, que desarraiga todo lo que toca, sumergiendo en el olvido a las personas. En palabras de José Mújica, Galeano fue un poeta buscador de verdades ocultas.

Cierto que plantear que existe una pobreza, la más vil de todas, aquella que deriva de la contradictoria riqueza de la tierra, resulta poético y avasallante. De igual manera, el planteamiento de que el desarrollo es un viaje con más náufragos que navegantes, es tremendamente real. ¿Por qué poético? Porque América Latina con su pobreza, que ha sido lastimosamente exaltada en su crisol de idiosincrasias, también lo es.

En ese crisol mismo, intervienen imágenes que, de modo intermitente, parecen entrelazarse con las palabras escritas de Galeano. Son la crónica y las citas históricas, hábilmente delineadas por una honestidad literaria que se torna punzante.

Pero también y como flashbacks que persiguen a esas letras nómadas, vibra lo fantasmal de Rulfo, la muerte caricaturizada de Posadas, las letras de Octavio Paz, que derrotan al hombre, pero no a su poesía, e invitan a percibir la otredad de las cosas. Todo eso, adosado por el sonido de un bandoneón que no da espacio al silencio, convierte a la obra sin par de Galeano en una verdadera exquisitez.

Pero Galeano tuvo del mismo modo una personalidad poética. Clavó la mirada en el interlocutor, piadosamente, mientras sus palabras amparadas por la vibrante dicción se fueron hundiendo en los oídos; como la conciencia. La voz insurrecta de Galeano habló del amor, señalando que el lenguaje a menudo delata a las cosas, antes de que estas puedan ser torcidas por la visión egocéntrica del hombre-macho.

Así pues, entendamos que todas las cosas se llaman como se llaman por alguna razón, convirtiéndose la palabra en el espejo de las cosas, tratándose esa misma palabra, de una suerte de crónica minimalista de aquello que busca nombrar. Se convierte la palabra pues, en el objeto en la mente del hombre, así como en la mente lúcida de Galeano, se podría sintetizar América Latina, en un centenar o mucho más de páginas. Galeano cuenta historias a partir de la historia misma, desmitificándola, jugando con el tiempo y el ritmo, con la precisión de un hábil cirujano.

Reflexiona sobre el miedo, la homosexualidad y hasta los besos, utilizando cada mención, para enaltecer su profundo amor por la libertad. Una libertad sin sabor a desarrollo, ese desarrollo cruel, que a cambio de una modernidad basada en la comodidad a costa del otro, aleja a los seres humanos de su origen, llevándolos a la muerte espiritual. Pero nada como una de esas citas, en voz del autor mismo, con aquella voz tanguera y gutural, que retumba por las cuatro paredes del recinto, donde el mismo lee su obra.

Diciembre

18

Hoy, Día del emigrante, no viene mal recordar que Adán y Eva fueron los primeros condenados a emigrar en toda la historia de la humanidad.

Según la versión oficial, Adán fue tentado por Eva: fue ella quien le ofreció la fruta prohibida, y por culpa de Eva fueron los dos expulsados del Paraíso.

Pero, ¿habrá sido así? ¿O Adán hizo lo que hizo porque quiso?

Quizás Eva no le ofreció nada, ni le pidió nada.

Quizás Adán decidió morder la fruta prohibida cuando supo que Eva ya la había mordido.

Quizás ella ya había perdido el privilegio de la inmortalidad, y Adán eligió compartir su castigo.

Y fue mortal, pero mortal acompañado.

Un atronador aplauso inunda con sus ecos el recinto. La musicalidad de la palabra tiene por nombre Eduardo Galeano, que con sus letras ausentes de rebuscamiento, se asemeja a Picasso con aquellos trazos que detienen el aliento todavía. Los trazos de Galeano son las palabras que, con la brevedad de los poemas orientales, son una síntesis del hermoso pensamiento humano.

Sin embargo, de vez en cuando algún rubor casi instantáneo que pasa sin detenerse por su místico semblante nos recuerda que el periodista, colaborador de publicaciones de verdadera antología, fue también un perseguido por las dictaduras de su tiempo, y su obra insistente y mordaz algunas veces, pero a todo tiempo certera, invita a no olvidar el peligro de la esclavitud con sabor a modernidad.

Con profundo amor por la tierra y su gente, el autor uruguayo escribió:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la

Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica

Roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Tiempo atrás, otro escritor defensor de la libertad, Nicolás Guillén, escribió:

Cuando me veo y toco

yo, Juan sin Nada no más ayer,

y hoy Juan con Todo,

y hoy con todo,

vuelvo los ojos, miro,

me veo y toco

y me pregunto cómo ha podido ser.

Tengo, vamos a ver,

tengo el gusto de andar por mi país,

dueño de cuanto hay en él,

mirando bien de cerca lo que antes

no tuve ni podía tener.

Zafra puedo decir,

monte puedo decir,

ciudad puedo decir,

ejército decir,

ya míos para siempre y tuyos, nuestros,

y un ancho resplandor

de rayo, estrella, flor.

Uno y otro escritor, luchadores sociales ambos desde sus trincheras, se unen por el poder de la poesía atemporal, exaltada como un manifiesto que no se cansa de retumbar, mientras exista la injusticia.

“Hay que recuperar la visión horizontal, solidaria, para no ser gigantes o enanos”, resuena la voz de Galeano desde su reflexión eterna, y no puedo evitar que ruede una lágrima inesperada.

Me pregunto, ¿Cómo sería una tarde en su grata compañía? Aquel hombre inmenso como un roble. ¿Regalaría dulces a los niños en los parques como lo hizo Brahms? ¿Disfrutaría de la paz del mar y los caminos anchos como Neruda? ¿Se alejaría a sufrir en soledad sus dolencias físicas como Freud? Hoy que ya no tenemos al Eduardo en cuerpo, nos abarca su voz transparente como el viento; Gracias siempre.