Acerca de la poesía, fue el escritor granadino Federico García Lorca (1898-1936) quien dijo que: “Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. Una muy bella manera de explicar en una frase profunda, el poderío de la palabra ya sea escrita, dramatizada, o incluso cantada.
Ciertamente, al salir del imaginario de su autor, la poesía ingresa al campo mismo de la fenomenología, pues aunque leída mil veces o adaptada otro número similar bajo diversos ángulos o sentidos, el mismo texto, por decirlo de alguna manera, nunca será tomado por los escuchas de la misma manera en caso de ser leído en voz alta.
Desde el punto de vista de la ciencia; los fenómenos que intervienen en su creación nunca volverían a repetirse exactamente del mismo modo. Por otro lado, aunque tal vez el hilo conductor o motivación originaria de la poesía ha sido la proclamación de la belleza del lenguaje, sus alcances a través de la historia han sido ya infinitos, y no podríamos hablar a estas alturas de una poesía únicamente al servicio de “tal o cual causa”, pues tenemos en la poesía el arte mismo encarnado, y su causa primordial entonces sería la “causa humana”, la expresión pues por la expresión misma; más allá de cualquier gesto academicista.
Nada más inútil e imposible
que repetir lo que hace milenios
rumió el hombre en su noche desmedida.
Al cambiar las palabras
aunque el hombre no sepa aún en dónde está,
nuevo se torna el viejo pensamiento.
Se es original como la fuente
que con otra agua siempre dice
los nombres de la vida.
Este hermoso fragmento del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, pone de manifiesto con todas sus luces el contexto siempre novedoso del imaginario y la creación humana. No se equivoca el poeta surrealista, cuando señala palabras más palabras menos, prácticamente que la repetición no existe, excepto acaso en el contexto del “aquí y ahora” aparente. Cambian las palabras, pero estas tienen y tendrán por objetivo representar con una imagen o mandala (escritura) al objeto mismo, convirtiéndose la poesía en un elemento indivisible de la propia percepción del ser.
La poesía es metafórica, por mucho que el autor intente exorcizar en su creación cualquier clase de ritual de ortodoxia, el ejercicio de darle vuelta a la realidad visual manifiesta, convierte a la poesía en un rito intimista que va más allá de cualquier prejuicio, y que incluso, tendría más ya que ver con la supervivencia de las emociones, que con el lujo de escribir o ser condecorado con los laureles del poeta.
Ciertamente las palabras tienen un sentido que rebasa a la herramienta de la comunicación como tal. En su semántica, dichas palabras han sido construidas como un dibujo fiel y sonoro de aquello que han de nombrar una y otra vez, pero como ya se dijo, nunca de la misma manera, siempre con el grado de contingencia que dota a la palabra de una plenitud que se antoja sensual.
La lengua española por su diversidad, es de suyo poética, pues enaltece al ser cantada, escrita o gestualizada la belleza de la palabra. Hay palabras que provocan regocijo, que brillan por su erotismo, o de plano constituyen el preámbulo de un negro augurio o un muy mal recuerdo. También existen las que nos transportan a la infancia, y nos llevan de la mano hacia un lugar geográfico, el recuerdo de una persona e incluso algo que aparentemente sucedió, como un placebo cerebral inusitado, tratándose de la “falsa memoria”, y los más que célebres deja vú.
Si como dijo el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer: “No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía”. La poesía no depende del poeta. Estaríamos concluyendo sin pretender pontificar que la poesía mora en todas partes, digamos en aquello que vemos, pero también en aquello que imaginamos y que por su contexto sale de la aburrida cotidianeidad.
Puede ser el recuerdo vivido de un sueño que al tocar el aire de la realidad, da a luz un elemento que se inserta en las fijaciones u obsesiones, una metáfora perfecta construida no solamente por el cerebro, sino además por el imaginario como un ente que auto determina su existencia, y se alimenta de imágenes, emociones y un sinfín de fantasías. Es el mexicano José Gorostiza, quien agrega: “En mi propia casa como en la ajena, he creído sentir que la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de significación”.
Ciertamente el poeta es un experto en realizar autopsias lingüísticas, pero además una suerte de taxidermista que luego de auscultar una y otra vez, casi obsesivamente las palabras, extrae de ellas su secreto para hilar una tras otra en la construcción de entidades imaginarias que cobran existencia al leerse, y rebasan aquello que concebimos como línea natural entre la vida y la muerte.
El poeta es también un inventor metafísico, su habilidad descansa en construir palabras que terminan siendo artefactos de guerra, cachivaches que perecen arrumbados ante el olvido, y que recobran fuerza inusitada al ser leídos con la ingenuidad de los niños en otro contexto, las mismas palabras como dijera el poeta Cardoza y Aragón, traen como si fueran mensajeras el vaho de otro tiempo ido, pues tienen el poder de reavivar, cuales arquetipos, un acontecer ancestral.
El tiempo va muriendo nuestros muertos.
Sí, lo concreto y lo cotidiano,
lo real y lo macizo,
lo que imagino y lo que muerdo.
La mujer que soñé siempre la tuve:
las palabras encarnan sus sentidos
reales, por fin. Por fin ¡reales!
Y pierdo pie,
pierdo gravitación
y pierdo sombra en tales
constelaciones
de la pérfida noche que me nombra
hermosuras divinas de la vida.
La poesía ciertamente toma distancia de la muerte, al ser pronunciada, leída o tan sólo pensada, rebasa la línea del tiempo para colocarse en el sendero del ideal, lo bello-utópico que cobra certeza sólo de la mano de tan bellas construcciones. Nadie negaría que la poesía es vida, y que la natura tiene una narrativa visual portentosa basada en sus propios procesos y milenarios códigos que se insertan en la germinación total de las cosas, hasta la muerte misma.
También, en la vida cotidiana existe un lenguaje poético imparable como torrente sanguíneo, por ejemplo, una declaración de amor, un paramédico ayudando a dar a luz a una mujer, o un anciano con las manos extendidas, despidiéndose de la vida. De igual manera todo acto que se antoja novedoso, inesperado desde los linderos de lo casual resulta poético, porque no depende de ninguna metodología para cobrar vida, en ese inter, el devenir mismo nos brinda imágenes poéticas, como la de una joven estudiante europea de intercambio, destruyendo el libro de algún filósofo existencialista en plena calle, luego de escuchar a través de una vieja ventana, el portento de la música de Beethoven.
La imagen sin palabras es certera, y podría ser reconocida u interpretada casi de un modo ecuménico: un ser humano independientemente de su nacionalidad, rindiéndose ante el poder de la música, en evidente abolición de sus propios prejuicios, que ceden ante el poder fenomenológico del músico nacido en Bonn; y lo anterior es una imagen a todas luces poética.
Tampoco objetaríamos por otro lado, que la imagen de Picasso pintando semidesnudo es de un talante poético supremo. Es la metáfora del primer hombre que resistió las inclemencias del tiempo, y tuvo la gracia de pararse frente a las ancestrales cuevas de Altamira, para trazar una línea en la pared, que luego el pintor español repetiría como una fantástica paráfrasis del hombre primitivo dando a luz al arte.
También los minotauros de Picasso son poéticos, enaltecen el arquetipo y viajan a la velocidad de los sueños cuando asaltan de manera nocturna a las doncellas, o se plantan con aire desafiante frente a la cotidianeidad del hombre contemporáneo. El rostro de Galileo, con la mirada perdida imaginando un espacio vasto e infinito también es de suyo poético, tanto como la legendaria Gioconda y la sonrisa elegante que ante el paso de los años se ha tornado más que malévola, de un poder inexplicable sólo a la altura de la poesía.
Concluimos que todo es poesía, pero el ser humano ha de hacer uso de la percepción y el imaginario para alcanzar dicho grado al que tiene acceso, muchas veces sin siquiera adivinarlo. Todo es poesía, pues como dijo Pessoa: “El cero es la mayor metáfora, el infinito la mayor analogía. La existencia el mayor símbolo”. La creación es el virtual poeta que no calla, y el ser humano su invento de luces y sombras, soneto, renglón torcido y paradoja, que pende muchas veces vacilante de las aristas de la vida.