• 25 de Abril del 2024

Lucian Freud y el retrato psicológico

Reading/Lucian Freud / YouTube/vozni

 

Fue un navegante ecléctico que atravesó la senda del surrealismo mostrando el universo paralelo donde el carácter humano ha cohabitado siempre con las flores y los gatos

 

 

La vulnerabilidad, la sordidez o el desacato, son algunas características que enmarcan la poderosa obra del artista plástico Lucian Freud (1922-2011), dilecto representante de un figurativismo de innegable raigambre psicológica.

La frase de: “pinto a las personas no como quisieran ser, sino como son”, fue el grito de batalla de este autor que hundió su pincel en la profundidad del lienzo a la manera de un escalpelo, para denunciar las inconsecuencias del alma humana, la mirada de Freud es una furtiva hoguera que no paró de consumir-alumbrando- a las creaturas que retrató como parte de una inquietante zoología, estremecida acaso por el color que cede siempre ante la emotividad.

Freud fue un navegante ecléctico que atravesó la senda del Surrealismo mostrando el universo paralelo donde el carácter humano ha cohabitado siempre con las flores, los gatos y caballos, también los paisajes naif poblados por pájaros, seres que flotan sobre riachuelos reflejando el mundo interior simbólico de un artista que logró ver más allá de lo evidente.

Su expresionismo retrata las sórdidas callejuelas de una Europa de la posguerra, galerías infrahumanas por las que cuelgan figuras que se antojan provenientes de regiones abismales, denotando su devoción por el culto a la mirada de los seres que retrata, miradas pálidas, mortecinas, miradas que inciden en el ambiente como los recuerdos barrocos de una naturaleza muerta que se revitaliza solamente a partir del sentimiento del espectador.

El pincel de Lucian Freud agranda las facciones humanas o de plano las reduce a nivel de una visión fantasmagórica en algún pasaje onírico, se pasea por el lienzo rescatando poses, perspectivas, lances, semblantes; claroscuros que terminarán por integrar ese universo hermético que se desborda a partir de las figuras que conservan el verismo de la línea humana, tanto como la oscura languidez del retrato post mortem.

Su intensa exploración del realismo es como un paso adelante de la utopía, sus obras en este sentido recogen el poder vibrante de la música orquestal o el aire histriónico de la danza, alcanzan la catarsis a partir del desbordamiento de la fauna, los jardines, los floreros y plantas que palidecen ante la furia de los ocres, amarillos, verdes, los grises que expresan la silente nobleza de la melancolía, pero igualmente muestran a los cuerpos en estado contemplativo, flanqueados por las sabanas que se retuercen contenidas por el aire dubitativo de un insomnio místico.

También retrata las casas que florecen frente a los basureros citadinos. Fachadas ausentes de personas, profundas ventanas que emergen como cuencas vacías. Integran esa fauna retorcida las chimeneas, los adobes que parecen apresados por la mirada de un artista que entendió a temprana hora que aquello que la voz humana oculta lo denuncian los gestos, para Lucian Freud todo grita, aún el silencio que la expresión del rostro termina por quebrantar como en un ritual donde la esencia de las cosas, emerge del color dentro de un ensordecedor alarido.

El tarot plástico de Lucian Freud admite desnudos obesos cuyas carnes pródigas se desparraman entre los biombos o floreros, entre las sábanas desfloradas por la aridez del tiempo, los sillones agujerados o los colchones destripados que también protagonizan esa inquietante radiografía de la cotidianeidad desde un radiante ocio.

Las figuras femeninas dormitan junto a sus perros, atravesadas por el influjo de un sueño que admite la parada necesaria en la estación donde los deseos prohibidos encarnan, desde la profundidad de los edredones y las almohadas blancas que perdieron su gracia ante el infame olor de los fluidos corporales.

Dado a luz entre el exilio y la posguerra, el arte de Lucian Freud comprobó que el cuerpo es un contenedor rabioso que sostiene apenas a la personalidad como una leve apariencia entre el relicario de los huesos y la piel, esa febril percepción de lo políticamente correcto cede siempre ante los fusiles ocres de este incansable artista que blandió sus dedos bajo la ropa con la prestancia de un seductor contemporáneo, cada retrato es un reflejo de la procacidad humana, la esencia de los bajos fondos pero también la altivez o la heroicidad del carácter de las criaturas a las que pintó.

Sentados o recostados, con aire principesco, solemnes, absortos por el estado de gracia que brinda el sueño profundo o la lividez cadavérica, descubiertos como un cervatillo a la mitad del bosque por la mirada lasciva de un depredador hambriento, así concibió Lucian Freud su relación con el mundo exterior y las creaturas a las que interpretó con el rigor de un exorcista.

El reino humano pactó con Lucian Freud una eterna amnistía basada en la creación artística, ellos y ellas le prestaron su silueta, sus facciones delineadas a partir de una genética prodigiosa, capaz de generar miles de seres lastimosamente similares, pero nunca iguales.

Él, como intercambio, les liberó del peso insoportable de los prejuicios, para concluir una vez cada siglo que las cosas nunca son como parecen, que los objetos o las personas siempre cambian, se contraen, oxidan, se expanden o dilatan mientras aquel espirituoso pincel les otorga vida extra. Lucian Freud se fue corporalmente alguna vez dejando tras de sí los rastros de una obra que comprueba en cada pieza que la mirada nunca muere, es la daga apocalíptica de la voluntad humana, su columna vertebral, su piedra de toque.

Esa mirada de infante que al nacer contempla únicamente a los objetos desde la luz que irradian. Esa mirada de adulto que se dilata ante la búsqueda del placer inmediato. Esa mirada de anciano que se va hundiendo entre la carne propia con el recuerdo de las voces interiores, una mirada que no muere, se reproduce como un hechizo ante la sola pronunciación de su nombre: Lucian Freud, el artista genial que detuvo al tiempo en un gesto, para enriquecer aún más la inmensa galería del bulevar de los sueños rotos.