• 11 de Diciembre del 2024

Bowie, el camaleón que sedujo al mundo

 

 

Aldo Fulcanelli

Idolatrado por millones de almas alrededor del orbe, David Bowie, supo construir durante al menos medio siglo de trayectoria, una personalidad acorde con la disruptiva obra que lo catapultó hasta la leyenda.

Desde su Space Oddity, en 1969, que se convirtiera -como todo lo que el artista británico tocó-, en una auténtica joya de culto, la vida de Bowie transcurrió en los escenarios donde la teatralidad escaló toda frontera.

Forjó personajes icónicos como Ziggy Stardust o Aladdin Sane, pretextos visuales que sirvieron al artista para comunicar una narrativa absolutamente novedosa, tan andrógina como insolente para la época. Con álbumes de campeonato como "The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars", "Young Americans", "Let's Dance", entre otros, David Bowie, se convirtió en el Oscar Wilde de la música: extravagante y seductor como un cisne.

Su estatura, su mirada bicolor y presencia inquietantes, a la par de una formación teatral y hasta dancística, le permitieron dar a luz a un personaje que nació para atraer todas las miradas; incluso las menos receptivas a su música que lo admiraron en secreto.

Creador de atuendos únicos, sonidos hasta entonces inimaginables, e inclusive, atmósferas alimentadas por la ficción y el histrionismo, la obra musical/visual de David Bowie; solo es comparable con la Opera. Al igual que Verdi, Mozart, Wagner, Bowie construyó a los héroes de una tragedia hilarante, nostálgica, pulsante como la irrealidad de una utopía cruda y a todo tiempo avasalladora.

Alimentado por una innegable vena actoral, Bowie cedió a los encantos del Cine, únicamente para terminar de enamorar a sus enloquecidos groupies. En el celuloide, Bowie encarnó a un vampiro, y un extraterrestre, también a un irresistible gigoló, papeles dispares pero todos potentes, siempre magnéticos bajo las órdenes de David Lynch, Martin Scorsese, o Christopher Nolan, por ejemplo.

Tocado por las adicciones y la fama, Bowie logró emerger de aquellos abismos convertido en una estrella en plena adultez, ideológica y musical. En Broadway se convirtió en el Hombre Elefante, conquistando el aplauso de la crítica por su magistral actuación.

Pero en la vida real, no habría manera de separar al chico de Brixton, con el cúmulo de personajes que parecían tomar el aliento de su creador para asfixiarlo. Como todo genio, Bowie atravesó una temporada en el infierno, y cuando abrió los ojos desde las tenebrosas fronteras del Seol, la tierra de los muertos, ya era el indiscutible príncipe del Glam Rock.

Bowie, al final un mortal-aunque parezca increíble-, nos dejó un 10 de enero del 2016. Todavía añoramos su voz profunda, de una sensualidad desorbitada. Su ropa colorida de arlequín cósmico, también, esa figura erguida que siempre bailó al ritmo insolente de la libertad. Gracias por tanto al camaleón que renueva su inmortalidad, mientras el acetato derrama todo el esplendor de aquella gloria británica.