• 02 de Mayo del 2024

Jean Dubuffet, explorador del reino marginal

 

 

Aldo Fulcanelli

Bajo el mantra de que “lo normal es psicótico, pues la normalidad representa ausencia de imaginación, falta de creatividad”, el artista plástico francés, Jean Dubuffet (1901-1985), construyó un estilo de hacer arte denominado art brut, cuyo hilo conductor fue la creación por la creación misma, ausente de todo matiz cultural o pretensión estética que rayara en lo restrictivo.

Muy distante de la retórica convencional, Dubuffet, se lanzó desde muy joven al estudio de la filosofía y las artes, pero sobre todo a la continua observación de los sitios marginales, en los que el arte era descubierto por su mirada de incesante explorador, como un elemento casual; proveniente de la imaginación de los niños o los enfermos mentales. De tal manera, la obra de Jean Dubuffet, representa un intenso viaje exaltado por imágenes urbanas, paisajes, retratos, escenas y universos abstractos, construidos a la manera de artefactos de guerra para la demolición de toda estructura, idea habitual o preconcebida acerca de la creación artística.

Consciente de que las instituciones han buscado desde siempre el monopolio del arte, a partir de la financiación de los movimientos culturales, Dubuffet se alejó todavía más de las instituciones, que, a su juicio, contribuyeron siempre a destruir la espontaneidad del arte, concentrándose en el impulso como chispa creativa que mucho recoge del candor infantil, o el aire resuelto de la locura. En su evolución como artista plástico, Dubuffet experimentó con el expresionismo y el surrealismo, hasta abordar la patafísica o también llamada ciencia de lo absurdo, movimiento cultural que estudia las rarezas y excepciones de lo imaginario. 

En su concepción del art brut, Dubuffet, se convirtió prácticamente en un médium escribiente al servicio de la creación más impulsiva. Es así que las obras del artista francés, pudieran asumirse como los restos parlantes que provinieron de su aparato digestivo, recuerdos, salivaciones, convulsiones catárticas que dieron a luz escenas cotidianas donde su mirada contracultural, alcanzó a retratar auténticas radiografías, aquellas imágenes que consignaron a la voluntad de las personas.

 También de los objetos que parecieran adquirir vida propia ante la paleta multicolor del vanguardista, que concibió le evolución de su arte, como un giro a veces sublime, otro tanto brutal hacia las fronteras de su origen emotivo.

La mirada de este artista es la del viajero sentado a veces plácidamente, otras tantas, incómodo al interior de un tren por donde la vida se asoma a chorros, exaltada bajo la inquebrantable luz del sol matinal, otras veces atacada por las sombras agónicas de los andurriales parisinos; cuando Dubuffet trazó lienzos donde los edificios aparecen cual organismos vivientes, cuerpos de pared y ventanales que agonizan paralíticos por el acoso de un abandono infecto.

Pero Dubuffet, es también el jolgorio que pareciera provenir de las crayolas, para representar gráficamente al jazz de sabor naturalmente polifónico. El ritmo de una batería de sonido intimista, se adivina junto al grave soliloquio de un contrabajo que mucho recoge del sarcasmo, y que tiende a delinear junto al abstraccionismo de sus evoluciones; los colores amarillos, el borbotón del rojo entrelazado sensualmente con un azul tan parco, como una fría salutación vespertina.

Otras imágenes del implacable artista, son como pasajes extraídos del cosmos, enteras vías lácteas sacrificadas más allá del cenit, para el beneficio de la creación más vanguardista. En una entrevista de su tiempo, Dubuffet dijo que uno de los fatales errores del artista, es intentar conmemorar al pasado, buscando caminar bajo los pasos de alguien más, esto significa que según el artista francés, el ideal de la creación única, aunque a veces utópica, debiera ser el hilo conductor que salve a una pieza artística del olvido, o lo que viene a ser lo mismo: de la mirada frígida que se origina en el reino de lo intrascendente.

Las obras de Dubuffet, son en realidad objetos que parecen animados, como afiladas dagas que se vuelven contra la mas asfixiante de las abulias, vertiginosos recordatorios de que el arte, no es “aquello que otros repitieron hasta la saciedad desde sus ortodoxos púlpitos”, sino que el arte, es el ojo retráctil por donde el soldado creador mira siempre, con el mismo interés de un gambusino tras el metal preciado a los integrantes de la fauna humana.

Que el arte, representa la versión de la vida desde la otredad, allá en los rincones donde la falacia adquiere un peso brutal, los sitios donde las palabras no dichas, los pensamientos jamás confesados, gobiernan el devenir del artista desde un imperio subterráneo. Que el arte según Dubuffet, es nuevamente lo que se extrae del impulso eléctrico, que es como el soplo creador expelido por un dios omnipotente, el fulgor de un oído interno que ha retenido la calidez de los sonidos de la infancia, también los espectrales parajes adonde nadie quiere descender a excepción del artista; el artista que al retornar exhausto de su hades personal, consigue domesticar la pretensión logrando retener la algidez del momentum

Ese mismo instante que arranca los suspiros de los otros, como en el descubrimiento de su piedra filosofal, una andanada de conmovedoras ráfagas que tienden a despersonalizar al artista desde adentro; es el dejar de ser, para ser, auténticamente, al menos mientras dura la excitación en el quehacer artístico, o el efecto sugestivo de la mirada sobre la obra, un síntoma que no alcanza; y que tampoco requiere por lo tanto traducción alguna.

Donde sobran las palabras, continúa el viaje místico de Jean Dubuffet, el anfitrión de una estancia tan grotesca como pueril; nos muestra entonces las imágenes asexuadas de personas que se apretujan en el metro, los paisajes urbanos a los que el color sepulta en un alarde, y que demuestran el poder de los hechos sobre las palabras, la espontaneidad sobre la planeación, el instinto sobre las convenciones sociales.

Se avecinan los cuadrantes como postales urbanas alteradas, donde los sucesos de la gran ciudad son servidos en un manjar de tinta, papel, acrílico y emulsión, todo sistema pierde fuerza, se derrumba también el régimen de la estética impuesta por el establishment, la respuesta de Dubuffet, el provocador, es demoledora.

Sus piezas, son como las cartas de un tarot tan hilarante como temperamental, detrás de cada imagen es posible que se oculte un arcano, eso lo explican la psicología y hasta el ocultismo, pero Jean Dubuffet no tuvo tiempo para sumergirse en tales consideraciones, para él, todo ánimo por retener la idea de la creación artística, en una descripción escolástica, fue una total bagatela. Su arte sigue vivo, por lo tanto, Dubuffet se defiende todavía de la actualidad del siglo XXI, de la crueldad sofisticada del primate humano, también de la alienación mental que sufren las naciones por parte de los dueños del capital, aquellos que han saturado sus estancias particulares con valiosas obras pictóricas, o sus bibliotecas de incunables de un valor inenarrable.

 Son ellos mismos los autores históricos de aquella verdad fútil, de que el arte pertenece al exclusivo monopolio de las marquesinas, las alfombras rojas, o los cocteles donde la degradación se elogia al ritmo del Bolero de Ravel. Cada obra de Dubuffet es una declaración contra la insolencia de lo impuesto, lo dicen sus óleos donde el conflicto yace petrificado, como en una pecera surrealista, recordándonos a cada trazo que la oposición es la reina de la vida, allí donde la peligrosa homogeneidad confirma la repelencia de los iguales.

Jean Dubuffet, ha sido el venerable constructor de obras, donde la temida deformidad es recibida con beneplácito. Es el posadero de los menesterosos, los parias que no son convidados a las costosas recepciones del mundo de la moda, el barquero de una laguna inmóvil, ese lugar inhóspito de las regiones límbicas, donde la muerte incandescente; vibra al ritmo de la cotidianeidad inerte.