• 03 de Diciembre del 2024

Lee Ritenour, cristalino como el jazz

 

 

Aldo Fulcanelli

Los Ángeles, tiene innegablemente, dos grandes legados culturales. Uno de ellos, Sunset Boulevard, con todo lo que una calle como esa, salpicada de recuerdos, afiches, teatros y toda clase de monumentos a la cultura popular puede otorgar; el otro, el guitarrista Lee Ritenour (1952).

No es para nada exagerado, admitir que ha sido este magnífico guitarrista estadounidense, uno de los que ha sabido reinventar el jazz, un género tan insepulto como los zombis de George A Romero en “La noche de los muertos vivientes”.

Ciertamente, los melómanos, veníamos de contemplar las evoluciones casi barrocas del tremendo Wes Montgomery, que, con aquella capacidad para sublimar el pop, y convertirlo en un imparable torrente de múltiples reacciones jazzísticas, refrescó al acontecer musical. ¿Cómo olvidar su antológica versión de “Bésame mucho”? toda una masterclass donde el jazz, pareciera reafirmar: ¡heme aquí! Justo en los años de la efervescencia rocanrolera.

Después, vendría Joe Pass, y aquellas notas tan sentidas. No me equivoco al decir, que Joe Pass vino a ser para la guitarra, lo que Aníbal Troilo para el bandoneón, o Itzhak Perlman para el violín, otro par de chamanes musicales tocados por el Eterno.

A finales de los 70’s, fue imposible evitar la fiebre por George Benson, y esa irresistible manera de acompañar las notas, con su bien timbrada voz que habría que decir: nos arrancó los botones de la camisa con hits como “This Masquerade”, luego con “Give Me The Night”, solo por citar un par de trancazos comerciales, sin dejar de mencionar, que el rey Benson es mucho más que lindas canciones cool.

Omito a otros grandes guitarristas del jazz, no por desconocimiento, sino por afección, sin dejar de lado mi admiración rendida por Pat Metheny, quien ha llevado a la guitarra a rozar el verdadero Nirvana; pero esa es otra historia.

Cargado de la frescura que vino a entregar el smooth jazz, el guitarrista Lee Ritenour, nos regaló en su primer álbum titulado “First Course” (1976), una manera deliciosa de presentar al jazz como un plato a tres tiempos, con digestivo incluido. Y cómo no alabar la presencia de músicos tales como Dave Grusin (piano), Ernie Watts (sax), Ed Greene y Harvey Mason (batería), solo por citar algunos de los músicos participantes en el primer paso de Ritenour como solista.

El resultado, fue una muy apetecible manera de pasar el tiempo en el lapso de casi una hora, donde uno puede sentir, en nueve tracks, los deliciosos estertores de una década muy ácida, experta en automóviles enormes y una muy sensual manera de vestir, hacia un incipiente fusión; que ya se empieza a percibir en algunos acordes. Hay sonidos que evocan la guitarra clásica, como “Memories Past”, y el infaltable coqueteo con sabor latino; como la inclusión de “Ohla María” de Antonio Carlos Jobim, en el álbum.

Con “First Course”, Ritenour vino a demostrar el ser un guitarrista dispuesto a intentar sin cortapisas, la creación de diversas atmósferas con ritmos distintos, solo para demostrar su gusto por atraer al oyente a través de las cuerdas, las cuerdas que hacen las veces de un puente que conduce hacia un profundo sentir; siempre armónico, sonoramente vigoroso.

Ya en 1981, Lee Ritenour anotó a su trayectoria un éxito comercial, se trata de la canción “Is It You”, que grabó junto al vocalista Eric Tagg, y que se convirtió en un hit. El musico de Los Ángeles, demostró desde entonces, un talento insospechado por seducir a las audiencias, ya sea con el pop, el sabor latino; o las improvisaciones arropadas por acordes provenientes de una vasta inventiva; tan atemporal como cristalina.

Así lo demostró en vivo, desde el Festival de jazz de Montreal en 1991, con la canción “Etude”, y un final mano a mano con el genio del bajo Abraham Laboriel, donde ambos ratificaron que el jazz es comunicación, intención, juego, picardía; y un necesario conocimiento de la música.

Pero antes, al lado del pianista Dave Grusin, Ritenour fabricó el álbum “Harlequin” (1985), una joya donde el fusión se purifica bajo la sonoridad de talentos musicales como Abraham Laboriel (bajo), Paulinho da Costa (percusiones), Alex Acuña (percusiones), Carlos Vega (batería). En este álbum merecedor de un premio Grammy, Lee Ritenour mostró su rendida admiración por el toque latino de conexión brasileira. “Harlequin”, es una caja de sorpresas aderezada por la voz del cantautor carioca Ivan Lins.

Para la posteridad jazzera, quedaron los álbumes “Fourplay” (1997), al lado de los talentos Bob James, Nathan East, y Harvey Mason. De principio a fin, este trabajo es una indiscutible caricia para los sentidos, que basa su magistralidad en arreglos sofisticados, ritmos cálidos acompañados de coros, y voces que invitan a la intimidad. Sin duda, Lee Ritenour inauguró la década de los 90’s, abriendo el telón con sugestivas melodías, verdaderas acometidas contra el aburrimiento.

Con la llegada del álbum “Wes Bound” (1993), el guitarrista realizó un sentido homenaje al dilecto Wes Montgomery, uno de sus maestros espirituales. Los tributos continuaron y vieron la luz con “A Twist of Jobim”, un homenaje a Antonio Carlos Jobim, sin dejar de lado “A Twist of Marley”, donde nuevamente, Lee Ritenour demostró ser un todo terreno, dispuesto a hacer del reggae un nada despreciable leitmotiv, efectivo para nuevas y más candentes evoluciones musicales.

Faltaría tiempo para seguir hablando del resto de sus álbumes, donde incluso se entrelazan magistralmente el jazz y el funk, su presencia en Sudáfrica, su pasión por lo afro.

Usaré los últimos renglones, en este trozo de libertad llamado escritura, para referenciar una actuación de este brillante guitarrista, en Pori Jazz Festival de 1985. Difícil definir con palabras una sensación tan poderosa, como la de ver a este emisario de la música, provocando las más diversas emociones guitarra en mano.

Cada nota vibra por su elegancia, un excitante estilo que hace de ese jazz fusión, algo de verdad tan sexi, como una larga sesión de kamasutra con aroma de pachuli incluido. No importa lo que haya tocado, ni siquiera importa si aquello es una canción, lo trascendente, es la manera poderosa en que Lee Ritenour exalta la música, hasta hacer de ella un ritual en honor a la más artesanal de las libertades.

Todo forma parte de un acto eucarístico, irrepetible. Desde el cabello rizado, las amplias hombreras de aquel saco ochentero. El movimiento de los hombros que evocan algún ancestral guiño, como el hecho de pensar que tal vez África; es la verdadera madre del mundo.  Lee Ritenour dejó el alma en la guitarra, o lo que es mejor, esta, tomó su personalidad para disolver cada parte de su ego, entre las cuerdas de aquel objeto ya propio de la nigromancia.

Esa misma tarde, Lee Ritenour demostró estar hecho de material celeste. Sofisticado, hermético, como un pequeño perfume que deslumbraría por su precio. Cada nota salpicó al público por su aroma a sándalo, también, el misterioso je ne sais quoi tan propio de él, que en el crepúsculo se disolvió hasta perderse en la profundidad de aquellas pupilas azules.