• 07 de Octubre del 2024
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Frente a Isaac Asimov

 

 

Aldo Fulcanelli

Dijo el escritor Isaac Asimov (1920-1992), que la ciencia ficción demostró la cercanía entre dos posiciones aparentemente irreconciliables, a beneficio de la racionalidad, logré constatarlo.

Concibiendo a la imaginación como un puente hacia el conocimiento, pude reconocer el rostro de Isaac Asimov frente a mí. Se trató de un escenario ficticio, pero indudablemente, Asimov existió, la memoria guardó su rostro en mi cerebro, aunado a sus profundas disertaciones de voluntarioso divulgador, que contribuyó, desde el saber, a la innegable democratización del conocimiento.

Lo miré bajo el color azul de un sorprendente spotlight, portando un saco a cuadros grises, verdes y blancos, que nadie, excepto él mismo, se atrevería a llevar. La frente amplia como el discernimiento, solo fue la introducción de una elocuente fisonomía, que admitió grandes espejuelos como accesorio, mismos, que parecieran reflejar las grandes ciudades galácticas que el propio Asimov imaginó en sus libros.

 Su rostro coronado por largas patillas blancas, me llevó a compararlo con un gran simio, el plus ultra del primate sofisticado, que me obsequió una sonrisa, rememorando el ecumenismo del humor. Así como Asimov escribió versos humorísticos, también Einstein mostró su lengua a un paparazzi, en una imagen de antología, que bien podría servir para exorcizar de dogmas, a una humanidad harta de doctrinas. 

Tampoco hay que olvidar que Groucho Marx- el inolvidable padre de la socarronería-, fue capaz, igualmente, de llevar a cabo profundos razonamientos filosóficos, de la mano de su irresistible vis cómica. Asimov, el ya vetusto desacralizador de la ciencia, me mira expectante, mientras yo le confieso que me inicié en el conocimiento con una obra suya: “El libro de los sucesos”, un libro que, en palabras del propio autor, es “una mezcla deliciosa, un panorama de hechos que tratan, prácticamente, acerca de todos los aspectos del universo, humanos y no humanos, animados e inanimados, de la Tierra y de más allá de ella”.

Al encenderse una tintineante luz de neón, contemplo la biblioteca que Asimov ha convertido en estudio. Alrededor, libros de todas clases y colores, maquetas, afiches, pizarrones con ecuaciones, globos terráqueos y una colección de acetatos, entre los que distingo las obras de Mahler y Saint-Saëns. Mientras Asimov, me dice haber escrito más de doscientas obras entre novelas, cuentos, artículos de divulgación científica e histórica, pienso que él, es el Saturno que Goya dibujó en aquel temible cuadro, que todavía sorprende por su carácter grotesco.

El Saturno cincuentón de barriga estadounidense, que le arranca la cabeza a la irracionalidad para demostrarnos la agonía de la superstición, y el triunfo del Pensamiento Humano desde las fronteras inmarcesibles de lo novelesco.

Asimov, el más científico de los novelistas, el más novelista de los científicos, utilizó a la literatura como herramienta, para imaginar escenarios motivados desde su profundo amor a la historia, los datos o sucesos, proponiendo apasionadas tramas donde la ciencia y tecnología, acompañan la aventura humana en un futuro no exento de corrupción e intrigas. Así pues, las obras de Asimov, representan un verdadero escaparate coronado por la amplitud del saber, y su imperecedera preocupación por el triunfo de la razón, el poder de los hechos por encima de la creencia o los dogmas; que cíclicamente han empujado al mundo hacia la barbarie.

En obras como “Fundación”, “Fundación e imperio”, “Segunda fundación”, es posible advertir aquella clase de ciencia ficción dotada de una elocuente castidad, tan vigorosa como esclarecedora.

Se trata de obras ausentes de cualquier autocomplaciente cromatismo literario, cuyo amor por el detalle nos llevan a creer, más que en una ficción, propiamente, en un escenario posible, donde el auge de la tecnología se aproxima al imaginario, de modos escasamente vistos antes del propio Asimov.

Él, ríe discretamente, cuando le confieso mi figuración sobre la obra de Goya; desde el interior de su vieja máquina de escribir, brotan imperios galácticos, rayos cósmicos, neuronas mecánicas y electrones, una totalidad de paraísos imaginarios donde, por si fuera poco; triunfa el racionalismo de la mano de una ciencia benefactora.

Cuando su agua de colonia barata inunda el estudio, Asimov y yo, viajamos por el tiempo hasta llegar a Trántor, la capital del Imperio Galáctico. Lo hacemos desde una cápsula espacial de apariencia panorámica, contemplando aquella gigantesca metrópolis abundante en edificios de titanio.

A la manera de un vidente-cronista, Asimov, se convierte en la voz en off de mis sueños futuristas, ampliados por la presencia de heroicos robots en los que desconfío, pero la mano sobre el hombro de aquel preclaro escritor ruso, nacionalizado estadounidense, que solo existe ya, a través de sus omnipresentes libros, logra calmar el incesante horror mío al porvenir de lo incierto.

 Ya de vuelta en el estudio, pregunto al escritor ¿cómo logró convertirse en el divulgador científico más respetado?, el avezado sabio, que se atrevió a hurgar con lupa en el abrevadero humano, todo, desde la Biblia, los agujeros negros, el tiempo y la bioquímica.

Tras un generoso trago de brandy, y luego de admitir frente a mí el haber recopilado, analizado y tamizado más de 6000 datos tan solo para un libro, ha puesto en el tornamesa el “Bolero”, de Ravel. Mientras el acetato gira al ritmo de una realidad asombrosamente atemporal, he preguntado al escritor su concepto de la fe, pero él, ha dicho no creer en otro dios que su propia consciencia.

Ha dicho temer al juicio de la consciencia, reniega elocuentemente, a voz pausada, del cruel sistema de castigo y recompensa que proponen las religiones, mediante la explicación, supersticiosa, del cielo y el infierno.

Ríe-otra vez-, cuando le digo que bien podría representar una moderna encarnación de Santo Tomás, el Apóstol de la incredulidad, y mientras la música de fondo va in crescendo, noto que Asimov, es el hombre que siente, el ser que fluye más allá del cuerpo.

El hombre que ordenó, en un collage esplendoroso, todo el saber contenido en fichas bibliográficas, datos, citas históricas, el mismo hombre, que deslumbró a la literatura desde su propia vocación de artesano de las letras, cronista atemporal que demostró, la conexión de los mundos imaginados, desde el desbordante apetito intelectual.

El disco avanza al ritmo de la noche, Asimov dice que la gracia del “Bolero”, de Ravel, radica en su inquietante repetición, ¿Cómo es eso? -le pregunto-, él responde que se trata de una misma melodía, repetida una y otra vez, mientras se van uniendo los instrumentos, una genial escapatoria ante la monotonía.

Algo así como un reo que ha logrado cavar un túnel al interior de una terrible celda, solo para escapar de una rutina que porta la piel ennegrecida de un ogro.

Para mi sorpresa, se ha levantado de su reposet para bailar al ritmo de esa irresistible melodía, que Ravel, concibiera como un homenaje al desenfado; se ha puesto una capa que sobre el majestuoso color purpura, pareciera llevar ecuaciones y delirios cuánticos.

Asimov desparece, cuando en mi mente recuerdo su pasión sobre los hechos tangibles, una pasión, inusitadamente afecta a la construcción de realidades alternativas.

Mientas continúo escuchando el “Bolero”, me pregunto: ¿cómo puede caber una orquesta al interior de aquella pieza giratoria de acetato? ¿Cómo Ravel pudo burlarse tan graciosamente de la monotonía?, volviéndonos sus cómplices en la eterna escapatoria de la abulia.

Así burló nuestra mente Isaac Asimov, únicamente para demostrarnos el poder de la razón. Si como lo afirmaron los espiritistas, “no hay muertos ni hay muerte”, podríamos decir que tampoco existe le ficción, todo es posible desde lo imaginado. El futuro no es mañana, todo es parte de un eterno presente en la memoria; un presente de titanio, teletransportación y villanos disputándose el poder de la galaxia.