Aldo Fulcanelli
Alguna mente lúcida, mencionó que el humor sirve para hacer llevadera la realidad. Otras reflexiones similares, sugirieron la manera en que la risa, a partir de lo que sea, incluso, si se quiere, a partir de alguna desgracia propia en un momento inesperado; tiene la potencialidad de mostrarnos la realidad de una manera muy distinta.
El humor es tan relevante y necesario en nuestras vidas, que ha sido catalogado como otro sentido más de la existencia humana, desarrollarlo es de vital importancia, para sobrellevar la cada vez más angosta vida en sociedad, con sus tendencias o costumbres que sin duda; tienen el deleznable propósito de conformar un tejido social cada vez más lineal, sin esperanza en lo diverso.
Hablo del sentido del humor como un recurso, una salida hacia la creatividad más indómita, que permite incluso, la estimulación de hormonas que generan respuestas somáticas saludables. Esto es algo que tal vez en estricto sentido científico; ignoraron los primeros mimos de la historia, pero resulta innegable que, desde la antigua Grecia hasta nuestros días, la risa ha representado uno de los remedios más eficaces frente a los efectos desgarradores de los grandes problemas humanos: guerra, enfermedad, fanatismo y miseria.
El nacimiento de los personajes construidos por los humoristas Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd o Cantinflas, por ejemplo; no son otra cosa que la evolución del humor frente a la catástrofe de la posguerra, la Gran Depresión, la migración, o la acentuada lucha de clases, aparecen dibujados como una puntual interpelación a las realidades agobiantes del entorno social donde se originaron.
Pudo ser allá en el teatro nómada, para rematar directo al vodevil de la mano de la muy poderosa comedia de situación, los hilarantes monólogos; que no pudieron menos que atraer el interés de los productores de la entonces pujante industria fílmica.
Así nacieron los “Hermanos Marx”, quienes anclados en poderosos gags que ameritaron la ejecución de instrumentos musicales, canciones y parlamentos que parecieron tener por objeto llevar al límite al prójimo, provocando sendas carcajadas en el público, pasaron casi de manera natural del teatro de variedades de los años veinte, a los chispeantes anuncios en las marquesinas de Broadway, y de ahí al celuloide.
La gran pantalla descubierta en su proceso de expansión, como un medio masivo de innegable poder vinculador; a la postre un arma de inmejorable contexto propagandístico. Con el recurso de la pantomima, la comedia musical y el disfraz hilarante, amparados tras sesudos guiones y una dirección escénica que retomó el aspecto más espontáneo del vodevil, los “Hermanos Marx”; han hecho reír a generaciones enteras, en por lo menos una quincena de memorables cintas, cinco de las cuales, se encuentran dentro del catálogo de los mejores cien filmes de la historia del cine.
A este grupo de magníficos artistas, perteneció el personaje conocido con el mote de Groucho Marx (1890-1977), quien, con su aspecto exótico y sus diálogos auténticamente disruptivos, hizo de la comedia, un suceso digno de apreciar a la manera de un caro platillo gastronómico.
Tras los lentes, la mirada acentuada por un leve estrabismo, un gran bigote pintarrajeado sobre la boca, las cejas más que pobladas, el eterno habano como parte fundamental de sus rasgos, también, los gestos de un histrionismo tendiente a hacer sorna de la solemnidad y los convencionalismos sociales. El lenguaje a cierto tiempo onomatopéyico, amén del caminar ridículo, convirtieron a Groucho Marx, en el humorista de mayor celebridad en el planeta, interpretando el papel de un bribón, poseedor de una retórica tan envolvente como barroca que a menudo; buscó descomponer el lenguaje en sus afanes por conquistar la atención del prójimo.
La presencia de Groucho Marx, acompañado con regularidad por sus hermanos, en cintas como: “Pistoleros de agua dulce” (1931), “Sopa de ganso” (1933), “Una noche en la ópera” (1935), “El hotel de los líos” (1938) y “Una tarde en el circo” (1939), fue tan habitual como el sarcasmo empleado por el comediante, con la elegancia de un practicante de esgrima, acostumbrando al público estadounidense a depender de la inigualable presencia de una nueva suerte de bufón, vestido de smoking, frac o levita.
Apareció sentado a la mesa, para interpelar graciosamente los rituales de lo habitual de la aburrida sociedad, ofreciendo a cambio rutilantes diálogos surgidos de una más que preciosa vis cómica, la que emergió acrecentada por un apabullante ingenio enriquecido en el manejo del tiempo y la improvisación: Groucho Marx; fue el comediante locuaz que transformó al humor en un chispeante encordado, en el que la mordacidad sustituyó al canibalismo.
La creciente popularidad del actor, le llevó a inaugurar uno de los episodios más exitosos de la radio y la televisión, con el programa de comedia y concursos titulado: “You bet your life”, transmitido de 1947 a 1961. En dichos episodios, Groucho Marx, hizo las delicias de un público ávido de contemplar las delirantes ocurrencias de su actor exclusivo, quien, sin mediar palabra, hizo sorna de los concursantes a través de alocuciones a partir de los comentarios o errores de estos, en medio de sonoras carcajadas de los presentes en vivo, convirtiendo al estudio en un pequeño teatro al servicio de la genialidad más elocuente.
Los años de dominio en la comedia de situación, el manejo puntual del contexto costumbrista, así como la afición por un humor auténticamente corrosivo, hicieron de Groucho Marx, un auténtico peso pesado de la comedia, hecho que se reflejó en el control de la gestualidad y el manejo del espacio, un verdadero animal al servicio de la risa, incluso, en los momentos en que inusitadamente, guardó silencio frente a las cámaras, moviendo apenas los ojos tras los espejuelos, convirtiéndose en el histrión favorito de la gran audiencia estadounidense.
Por si no fuera suficiente, luego de una prolífica trayectoria de por lo menos cuarenta años, la huella indeleble a su paso por el teatro, el cine, la radio, y un lugar conquistado en el afecto de los amantes del séptimo arte, el célebre Groucho Marx, además de haber heredado a la humanidad un estilo irreverente, digno de ser continuado por las nuevas generaciones de comediantes, regaló a la posteridad un compendio de frases de una inteligencia tan punzante; como el incisivo sentido del humor que le caracterizó.
Recordamos aquello de: “La inteligencia militar es una contradicción en sus términos”, “O este hombre ha muerto, o mi reloj se ha parado”, “Bebo para hacer interesantes a las demás personas”. “El matrimonio es la principal causa de divorcio”, "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso; y aplicar después los remedios equivocados"; solo por citar algunas de frases, que, pronunciadas desde el intelecto más sagaz, buscaron arrebatar una sonrisa al público.
Pero el propósito del más reconocido integrante del clan de los “Hermanos Marx”, no fue adquirir notoriedad en su faceta de mordaz filósofo, sino pasar a la historia, gracias a su ánimo por desequilibrar a una audiencia, ya ávida del estilo socarrón y corrosivo.
En el siglo de los stand ups, la aburrida tendencia de aplaudir lo fácil o altisonante, los programas televisivos o radiofónicos carentes de todo contenido, la sombra de Groucho Marx, su figura extravagante reluciendo en la gran pantalla; es más que necesaria y referencial, desde un tiempo donde la creatividad fue un requisito para ingresar a los medios o adquirir notoriedad.
Hoy más que nunca, necesitamos revivir al dilecto Groucho, a través de las imágenes que de él han quedado en los medios a nuestro alcance. Hoy que las aberrantes piras del oscurantismo arden nuevamente, amenazando la libertad de expresión, bajo el rostro de un puritanismo de apariencia amable pero igual de tóxico, o las noticias estallan por las referencias cotidianas a las crisis financieras, y la continua amenaza de un conflicto nuclear, curémonos en salud bajo el humor irreverente de Groucho Marx.
Viajemos en un tiempo donde el blanco y negro, las melodías encubiertas tras los telones que aguardaban a la orquesta, o el sonido de las risas en los programas en vivo, contagiaron a generaciones.
Ejercer el sentido del humor, en un mundo de algoritmos, claves de acceso y un mar de procesos que parecen al final no conducir a ninguna parte, es una necesidad primordial para el contento del alma; larga vida a la memoria de Groucho Marx, el quijote de estrambótica figura que hizo reír a millones.