• 21 de Noviembre del 2024
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Manzanero y la canción romántica

Armando Manzanero / Facebook/Armando Manzanero Canche

 

En vida lo consiguió todo, el Premio Billboard, el Grammy Latino, el Grammy a la carrera artística, el cariño de su público

 

Las Vegas, 1972. Con sus acordes majestuosos, la orquesta marca el inicio de una canción inolvidable. La introducción es tan perfecta como la voz de un Elvis Presley idolatrado por la multitud, es el tiempo de los arreglos musicales pletóricos, el talento servido a la manera de un suculento platillo a tres tiempos.

Y aunque el plato principal es el propio Elvis, envuelto en traje para llevar, la canción que interpreta está a la altura de otros grandilocuentes hits que conforman la quintaesencia del romanticismo internacional: “My Way”, “The Way We Were”, “I Will Wait for You”, “Yesterday When i Was Young”, solo por citar algunos ejemplos del mismo calibre sensorial.

Se trata de “It´s Impossible”, la adaptación que el letrista Syd Wayne hizo del bolero “Somos novios”, compuesto años antes, en 1968, por el autor mexicano Armando Manzanero, y que Elvis hizo suya aquella noche de los felices 70’s, entre el sabor de los martinis de las alocadas fanáticas, el humo de los cigarrillos de los gentleman, y el sudor en la frente de aquel ángel de piel bronceada que decidió vivir una experiencia humana, dentro del cuerpo de aquel chico de Misisipi.

Años antes de aquella interpretación de campeonato, un jovencísimo Armando Manzanero, en los albores de su éxito internacional, apareció -con orquesta y todo- en la Radio y Televisión de España, convencido por la gran Chabuca Granda de convertirse en cantautor, aquel pianista de bar, infaltable escudero de los cantantes de centro nocturno, interpretó “Somos novios” como nunca, arropado por el sonido de los violines que musitaron el romance, acariciando el oído de los adolescentes de la segunda mitad del siglo XX.

Pero “Somos novios”, apareció antes en el escenario anglosajón, antes de Elvis, de la mano del también cantante estadounidense Perry Como, quien la grabó en el año de 1970, haciendo de dicha canción un sonado éxito internacional.

Aquel hombre de pequeña estatura, pianista consumado, creador de acompañamientos únicos, se abrió paso en el difícil negocio de la música a finales de los años 60’s, ya como un compositor de marca, que logró sonados premios en certámenes internacionales de la canción, con temas como: “Adoro”, “Esta tarde vi llover”, “Contigo aprendí”, “No”, “Voy a apagar la luz”, entre muchos otros que dieron cuenta de la habilidad del yucateco -paisano de músicos de raigambre como Ricardo Palmerín o Guty Cárdenas-, para crear temas provistos de sofisticadas armonías; canciones fáciles de escuchar, difíciles de interpretar, imposibles de olvidar.

La capacidad de Manzanero para trasladar la cotidianeidad a la poesía, y al papel pautado o viceversa, le convirtió en un inobjetable autor no de temas musicales únicamente, sino de verdaderos estados de ánimo, siempre acordes con la nostalgia, el pensamiento idílico, el amor dicho y cantado a través del mundo, como un estandarte que ratifica el poder del romanticismo.

El ideal compositivo de aquel joven maya a quien, en sus inicios, le tocó lidiar con las inconsecuencias disruptivas del Rock and Roll, pudo salvar la vida del bolero, género ya en franca agonía durante los años 60’s, y que, gracias a autores como el propio Manzanero, e incluso Luis Demetrio (“La puerta”, “Voy”, “Si dios me quita la vida”), sobrevivió con renovados bríos.

La crítica y el público, acostumbrados ambos a la degustación de largas horas al lado del aparato de radio, los programas televisivos de variedades a la medianoche, la colección arrebatada de los acetatos de moda, encontraron en Armando Manzanero, a un digno sucesor de los viejos titanes del romanticismo, que pusieron a cantar al mundo con marcado acento latino: María Grever (“Júrame”, “Cuando vuelva a tu lado”, “Ya no me quieres”), Gonzalo Curiel (“Vereda tropical”, “Incertidumbre”, “Temor”), Consuelo Velázquez (“Bésame mucho”), Alberto Domínguez (“Frenesí”, “Perfidia”), Vicente Garrido (“No me platiques más”, “Te me olvidas”), entre muchos otros. 

En lo musical, Manzanero fue un  consumado armonista de rigurosa formación clásica, pero como letrista, fue un denodado poeta que no le pide nada a Jaime Sabines o a Mario Benedetti, por quienes el grafiti de los muros urbanos se volvió literario, alguien que supo entender que la vida sintetizada en la voz humana, o el sentir del alma que el piano traslada hasta la superficie, mantienen un tono, un sentimiento, una postura ante la acción del tiempo que navega entre las tardes lluviosas o la cotidianeidad de la noche a solas, cuando el recuerdo se confronta con un presente arrebatado por la insoportable levedad del ser.

Las regiones de Manzanero, fueron, han sido siempre las de un intimismo que renace en los sitios donde según la estatura de su inspiración, nada que lleve el nombre del amor resulta una bagatela: “ahí donde todo lo puedo, donde no hay imposibles, que importa vivir de ilusiones, si así soy feliz”.

“Te morderé los labios, me llenaré de ti”.

La sugestión del amor de la que escribió atinadamente el poeta español Ortega y Gasset, alcanzó su máximo en expresiones estilo Manzanero, como: “Aprendí, que la semana tiene más de siete días, a hacer mayores mis contadas alegrías, y a ser dichoso yo contigo lo aprendí”.

Pero el que, en ocasiones, el devenir del tiempo parezca no importar ante la brevedad del instante en que se convierte la vida, la vida observada desde lo alto de las regiones emotivas, no le resta un ápice al talento evocador de Manzanero, el autor es todo, menos un escritor de canciones superficiales o ramplonas, y para muestra un botón:

Esperaré a que sientas lo mismo que yo,

a que a la luna la mires del mismo color,

esperaré que adivines mis versos de amor,

a que en mis brazos encuentres calor.

Esperaré a que vayas por donde yo voy,

a que tu alma me des como yo te la doy,

esperaré a que aprendas de noche a soñar,

a que de pronto me quieras besar.

Esperaré que las manos me quieras tomar,

que en tu recuerdo me quieras por siempre llevar,

que mi presencia sea el mundo que quieras sentir,

que un día no puedas sin mi amor vivir.

Esperaré a que sientas nostalgia de mí,

a que me pidas que no me separe de ti,

tal vez jamás seas tú de mí,

más yo, mi amor, esperaré.

Arquitecto de la emotividad forjada entre los estertores de una gran ciudad plena de smog, y charlas confeccionadas para buscar no morir antes de tiempo, el poeta yucateco alzó la antorcha de la canción latinoamericana tan alto como pudo, alumbrando con su talento las regiones de Iberoamérica.

Ninguna de las grandes voces de la canción se resistió a interpretar a Manzanero, convirtiendo al autor en un declarado creador de standars, todo a partir de 1967, cuando el cantante Carlos Lico grabó la canción “Adoro”, y posteriormente la orquesta de Paul Muriat hiciera lo propio, en una versión realmente emotiva.

También en 1968, el ya consagrado cantante estadounidense Tony Bennett, grabó la canción “Esta tarde vi llover”, versionada al inglés con el nombre de “Yesterday I Heard The Rain”, destacando una actuación en vivo del propio Bennett, acompañado por la orquesta de Count Basie.

Tampoco las cantantes de habla inglesa Dione Warwick y Shirley Bassey, resistieron la tentación de grabar esa misma canción, y años después, “Esta tarde vi llover”, fue declarada la canción más influyente de la música en español, por encima de “Bésame mucho”, esta última considerada la canción del siglo XX. 

El universo parnasiano de América Latina, admitió que voces como las de los mexicanos José José y Eugenia León, las cubanas Celia Cruz y Olga Guillot, la ídolo brasileña Elis Regina, más adelante Luis Miguel o Andrea Bocelli, cantaran con denuedo las melodías de Armando Manzanero, quien, con letras como esta, y al igual que García Márquez o Neruda, demostró que el español es indudablemente, el idioma del amor:

Te extraño,

como los árboles extrañan el otoño,

en esas noches que no concilio el sueño,

no te imaginas, amor,

cómo te extraño.

Con más de medio siglo de trayectoria ininterrumpida, donde viajó, interpretó, acompañó con los acordes inconfundibles de su dilecto piano, acompasó con sus melodías los latidos de una América a la que contribuyó a volver entrañable desde sus creaciones, Armando Manzanero falleció el 28 de diciembre del 2020 a los 85 años de edad, luego de haber saboreado la consagración que brinda la gloria.

En vida lo consiguió todo, el Premio Billboard, el Grammy Latino, el Grammy a la carrera artística, el cariño de su público, el privilegio de ver morir un siglo, el nacimiento y la prematura agonía de otro, el siglo XXI, que se debate entre la influencia del fundamentalismo, el fenómeno de las redes sociales y la realidad virtual.

Junto a los espasmos de una modernidad inconsecuente, que aborda nuestra realidad desde el ciberespacio, la cultura de la selfie, o los artilugios del perreo intenso, Armando Manzanero expiró ahogado por el COVID-19, pero nos sobrevive su música, las grabaciones del recuerdo donde podemos degustar de su talento, aquella voz apagada de linda entonación.

Nos quedan sus canciones, aquellas donde la poesía sobresalió encubierta, entre mares de corcheas, tonos disminuidos, acordes sostenidos y bemoles, adiós al pequeño gigante de la canción, que percibió la magia del momento contemplando a las aves enamoradas en la ciudad irreductible, al que le fue dado encontrar en la ausencia del otro, la llave tonal para caminar sobre los pasos de la nostalgia.