• 21 de Noviembre del 2024
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Natalicio de Juan Rulfo. Pedro, el Páramo de Rulfo

 

Rulfo comentó sobre su bien ganada fama de solitario, reconociendo su temor a las multitudes

 

 

Aldo Fulcanelli

En una entrevista que el escritor mexicano Juan Rulfo (1917-1986) concedió para la televisión española de los años 70’s, éste se refirió a su libro “Pedro Páramo”, como una novela de fantasmas, de fantasmas que vuelven a la vida y la pierden nuevamente.

Momentos antes habló de su pueblo natal, Apulco, situado en Jalisco, un pueblo casi inexistente ubicado en una barranca, un pueblo de calles retorcidas y empinadas. Casi lacónicamente, hablando entre dientes se refirió a la Guerra Cristera de la que fue testigo, habló de ella misma como una rebelión originada por el matriarcado católico, abundó en el saqueo y la violencia de esa terrible guerra intestina.

El avezado entrevistador, como si tuviera el don de ver a través del corazón de Rulfo, le zampó en la cara la muerte temprana de su padre, la de su abuelo, la posterior de su madre que orilló al niño Rulfo a ser recluido en un orfanato. En la entrevista, Rulfo se refirió al orfanato como un sitio terrible y carcelario, atribuyendo a la estancia en ese lugar su temperamento depresivo, un temperamento que él mismo reconoció; le acompañó en su vida de adulto.

Rulfo comentó sobre su bien ganada fama de solitario, reconociendo su temor a las multitudes, señalando con soltura que aquellos que quisieran dedicarse a buscar los paisajes que él mismo narró en sus obras, no lo conseguirían. Rulfo en la entrevista, pareció efectuar una velada paráfrasis de su novela “Pedro Páramo”, obra publicada en 1955, de reputación universal, y que desde que vió la luz ha sido reconocida como una de las novelas más significativas de América Latina.

Rulfo, al reconocer que la novela ya estaba en su cabeza pero habría que escribirla, admitió sin decirlo tácitamente, que plasmó en ella su propio sentimiento de abandono, soledad y desarraigo.

Su gusto por ahondar en las regiones del imaginario, a las que siempre consideró más poderosas que la realidad misma, dio origen a ese pueblo de nombre Comala, un lugar proscrito por los mismos seres que deambulan en él, y a donde Juan Preciado-el protagonista-, acude tras haber hecho la promesa en lecho de muerte a su madre, de que buscaría a su padre Pedro Páramo:

 “—No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.

En su andar hacia Comala, el hombre al que Preciado se encuentra en el camino-y que también dice ser hijo de Pedro Páramo-, se refiere a Comala: “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija”.

En su irresistible narrativa sobre el camino hacia Comala, el autor ahonda: “El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja.»  Con la plenitud de un avezado narrador que utiliza un lenguaje sencillo, tan poético como descriptivo, Rulfo construye un delicioso aguafuerte literario donde Comala, la sombría comarca, se convierte en el sitio fantasmal donde deambulan los espectros, y donde una narrativa sin tiempo ni estructura literaria-ortodoxa-, permite reconocer la voz de los recuerdos que se entrelazan en el ahora, en un ir y venir tan pulsante como las imágenes que recogen los sueños de todos.

En Pedro Páramo, predomina la sensación de atemporalidad, el presente es representado por la voluntad de Juan Preciado, que acude a la búsqueda del origen propio; pero que en su aventura encuentra a la muerte, su muerte y la muerte de los otros que llega a sus oídos como en incesantes susurros mientras la confusión lo embarga. Lo único real y posible son las letras del autor plasmadas en el papel, las mismas letras a las que el lector se adhiere como hipnotizado tras descubrir un mundo alterno imbuido por el poder de una región espectral donde los frutos se secan, el viento arrastra el aire de la muerte, se comprueba la aridez de una tierra maldita que guarda en su espacio el eco de la venganza y la tragedia.

Pero una vez adentro de la trama de Rulfo, es imposible negar o afirmar lo que ocurre en -Comala, la obra es una puerta dimensional hacia un mundo paralelo, aun así, gracias a Rulfo; no importa ya si es realidad o ficción, ante esas letras pulsantes uno se entrega frenéticamente a la irracionalidad del imperio onírico; justo donde el pasado resuena para interrumpir los gemidos del aquí y el ahora.

Como extraído de una pintura de María Izquierdo, o una fotografía de Gabriel Figueroa, esas donde se admira el sol escapando como un prófugo por entre las nubes hinchadas de cielo, o la polvareda levantada por el cabalgar de los caballos, aquellos donde los jinetes de la Revolución se aparecían como centauros, Rulfo irrumpe en la densa mediocridad de lo habitual con esta pieza maestra que nos mantiene en vilo tras la insidiosa voz, que a veces en tono de murmullo, otras de predicación que arrastra un mal agüero, nos presenta una imponente trama donde lo sobrenatural triunfa sobre lo racional.

La cotidianeidad es sustituida por el poder de una superchería que deja de serlo, para convertirse en un artefacto narrativo aterradoramente certero, mientras se agolpan en el pensamiento, traídas por las letras de Rulfo, las nostálgicas andanzas de un tiempo ido: “«...Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada...»

Rulfo nos ofrece una galería de personajes cuyos nombres bien podrían emerger de alguna lápida: Susana San Juan, Lucas Páramo, Toribio Aldrete, Dolores Preciado, Fulgor Sedano. A medida que la trama avanza, los personajes van feneciendo, pero retornan en voz o espectro a despedirse de los deudos, y Rulfo dibuja desde su imaginario un lugar situado en una geografía imposible, un lugar poseído por Pedro Paramo, el cruel cacique omnipotente que al cruzarse de brazos mata a su pueblo de hambre.

Nuestro lazo conductor hacia la otredad en que se fortalece la historia, es Juan Preciado, quien a la manera de un Dante pueblerino desciende guiado por el arriero Abundio, hasta los infiernos donde la única respuesta es el eco de las voces de los muertos, la Comala de los arrayanes agrios, la que contiene en su magra atmósfera, el ruido insidioso de lo inexplicable, las mórbidas frases de quienes la habitan, y que se agolpan como el rumor de un enjambre para contar las tragedias del pueblo.

 La voluntad representada por Juan Preciado, es absorbida por el poder de aquella tierra maldecida donde el amor se ha encogido, Pedro Paramo es una novela distópica sobre el destino de los hombres que parecieran condenados, a seguir escuchando sus pensamientos aún después de muertos.

Girar en una rueda plena de sombras o sensaciones idas, como si se tratara de un hades, un hades narrado con insólita genialidad y arrojo, por quien parece haberlo vivido, por aquel que seguramente escuchó agolparse esas voces desde el oído interno, las voces del imaginario seductor, amenazante, que interrumpe con sus fuegos de artificio las palabras de todos.

Y mientras, nosotros, los profanos que no vivimos en Comala ni buscamos a nuestro Pedro Páramo, dudaremos si estamos vivos cuando nos pase lo que a Juan Preciado, que descubrió que él también era un fantasma al escuchar aquel: “"Ruega a Dios por nosotros".