• 21 de Noviembre del 2024

María Grever y el amor

 

Vale preguntarse: ¿puede el amor regenerarse a través del tiempo?

 

 

Aldo Fulcanelli

Si algo caracteriza a las canciones de la compositora mexicana María Grever (1885-1951), es la universalidad con la que fueron concebidas. El amor, la nostalgia con sabor al terruño que ha quedado atrás, se refleja en las letras que enmarcan títulos donde el telón del arrebato que se origina desde la poesía, se va entreabriendo, poco a poco; “Júrame”, “Así”, “Cuando me vaya”, “Volveré”, “Cuando vuelva a tu lado”, “Alma mía”. Siempre, a manera de introducción que se genera desde el íntimo susurro, la autora sintetizó en breves párrafos, el momento justo donde el amor renace a través de una mirada, un susurro, o acaso un adiós que se convierte en hasta luego desde la remembranza; y cuando desde el centro mismo de esa misma poesía, brilla la esperanza del rencuentro de dos almas, como en una letanía. Vale preguntarse: ¿puede el amor regenerarse a través del tiempo? ¿En su misteriosa mutación se fortalece a partir de la distancia del ser amado? ¿Puede una canción decirse, orarse, cantarse tantas veces como se pueda, y retener, siempre, su propio aire novedoso?

Eso demuestran las letras de quien llevara por nombre María Joaquina de la Portilla Torres (1885-1951), y que en su identidad reconstruida-María Grever era su nombre espiritual- sintetizara su historia emocional a la manera hinduista. Uno nace con identidad impuesta, pero decide al paso de la vida breve su devenir, de ahí que se diga “que nacemos más de una vez”.  En medio de la alegría del fox trot, y desde la Nueva York que ya buscaba parafrasear a la Babel bíblica; ahí, junto a las novelas policíacas de Agatha Christie y la nostalgia revoloteando como una evocación acuática desde la profundidad del Río Hudson, nació y renació la vocación poética-musical de la gran María Grever; pinturera emocional de los sentimientos más recónditos. Mientras Gonzalo Curiel componía al “Temor” y la “Tristeza”, utilizando dichos estados emocionales como un puente metafórico hacia la nostalgia que produce el amor ido, impenetrable ya; Agustín Lara disfrazaría la portentosa sexualidad de la mujer, detrás de imágenes literarias enmarcadas en la poesía de franca influencia modernista, escondidas tímidamente del escándalo que se origina en el burdel. Tras el disfraz carnavalesco de pavo reales, jardines azules y ojeras de mujer que dormitan levemente, casi flotando; sobre los “blancos divanes de tul que aguardan afanosamente, los exquisitos abandonos de mujer”. Pero entretanto, María Grever, lejos ya de la tierra querida, imploraba por revivir la gracia del primer amor desde las letras carentes casi, de cualquier rebuscamiento autocomplaciente, y enmarcadas en sofisticadas armonías que van desde el aroma de vibrante lied, aquel que se canta junto al piano a la manera de una imploración, y retoma los paisajes acuáticos del Impresionismo; como una acuarela que se retoca diariamente, bajo las sombras de los árboles.

“Todos dicen que es mentira que te quiero,

Porque nunca me habían visto enamorada,

Yo te juro que yo misma no comprendo,

el por qué tu mirar me ha fascinado”.

 

Para luego decir…

 

“Júrame

que aunque pase mucho tiempo,

Pensarás en el momento,

en que yo te conocí.

 

Mírame

pues no hay nada

más profundo,

ni más grande en este mundo,

que el cariño que te di”.

Ciertamente, “Júrame” (1926), se convirtió en un rotundo éxito internacional, a partir de la voz del tenor mexicano José Mojica (1896-1974), desde entonces, hasta nuestros días; “Júrame”, ha sido uno de los temas consagración de las voces educadas a la manera del bel canto, con versiones de antología de Nicolás Urcelay, Alfredo Kraus, José Carreras, Rolando Villazón y Juan Diego Flórez, solo por citar algunos. “Júrame”, es toda una invocación al amor ideal, idílico, que busca rebasar los límites impuestos por el espacio y tiempo, para encontrar en la voluntad, espina dorsal del espíritu, la perpetuidad que le hará recomponerse a cada canto. Mucho tiempo después del ingreso al “Hit Parade”, las voces de Bing Crosby, Andy Russell, Dean Martin, Aretha Franklin, la orquesta de Xavier Cugat, o Chet Baker, las versiones en diferentes idiomas, los arreglos y desarreglos reafirmarían el aire irresistible de las canciones de Grever.

Independientemente de la voz o la identidad de los intérpretes, la música de María Grever, tiene el poder de haber sido construida a partir de armonías elocuentes, revestida con versos poderosos que reafirman su afectuosa vocación, se canta al amor ido con la esperanza del retorno, o la reflexión sincera cuando dice: “Porque un beso como el que me diste, nunca me habían dado. Y el sentirme estrechado en tus brazos; nunca lo soñé”. De igual manera cuando canta con aire profético: “Cuando me vaya, por mí llorarás, y estando a solas, quizás pensarás: ¡qué injustamente, la hice sufrir, si por mis celos, sentía morir!”. Pasa del reproche al esperanzador reencuentro de dos almas que terminan latiendo juntas, enalteciendo a la manera de un Salmo, aquello de: “Cuando vuelva a tu lado, no me niegues tus besos, que el amor que te he dado, no podrás olvidar…

El género masculino o femenino, no alcanza relevancia en las letras de Grever, son canciones compuestas al amor, parecen brotar del diario de un ser que logró perpetuar la gracia del primer idilio, parafraseando la sensación del encuentro de dos miradas una y otra vez de diferentes formas, al ritmo de armonías que podrían escucharse todo el día, sin causar hartazgo alguno. A más de medio siglo de su partida física, la compositora que sentenció: “Volveré como vuelven, las blancas mariposas, al cáliz de las rosas su néctar a libar”, demostró que no volvió, nunca se fue de nuestro lado cuando le hizo ver al mundo con sus dones, que hay muchas formas de amar al primer amor, y muchas formas de reencontrarse; una y otra vez en otros ojos.