En su más reciente película, el laureado director mexicano Michel Franco, narra las tribulaciones de un grupo de personas de la clase alta, quienes se reúnen en la mansión familiar para la celebración de una boda. La nueva joven pareja, goza del respaldo de los padres, y la admiración de los amigos, quienes celebran sin tapujos el enlace.
Cuando todo pareciera ser miel sobre hojuelas, un grupo de manifestantes ingresa a la residencia con ayuda de algunos trabajadores de la familia (guardaespaldas y servidumbre), que se encuentran en combinación con los rijosos, estos toman rehenes, roban joyas y dinero, masacran a los presentes. Minutos antes, Marian (Naian González Norvind), la joven prometida abandona en secreto la residencia, bajo la compañía de Cristian (Fernando Cautle), un miembro del servicio de la casa, con la intención de pagar la cuenta para la operación de otra antigua servidora de la residencia.
Pero la osadía de Marian, su acto de solidaridad por los trabajadores de la familia que la vieron crecer, le costará muy caro, no volverá a la residencia familiar. La ciudad es presa de disturbios, los accesos han sido cerrados, en medio de una gran tensión, Marian es detenida por los militares, quienes la conducen a campos clandestinos, ahí, ella será humillada y posteriormente violada. Las escenas de la urbe bajo el colapso de los disturbios son de gran verismo, ante la gravedad de las manifestaciones, cientos de personas son detenidas ilegalmente. Torturados y vejados, los detenidos, deberán soportar además de la desnudez, la colocación (con plumón) de un numero de clasificación en su frente.
Como era de esperarse, la ruptura del orden constitucional supone la integración de una junta militar, una dictadura en ciernes, que lo mismo otorga pases de trabajo, decreta toques de queda, tolera la corrupción de los militares rasos, quienes cobran sendos rescates a las familias de los detenidos, estableciendo una aterradora clase de monopolio de la violencia.
Herido de gravedad durante los disturbios en la residencia, el padre de Marian, Iván Novello (Roberto Medina), hace lo imposible por salvar la vida de su hija desaparecida. En conjunto con Daniel (Diego Boneta), su otro hijo, Iván establece negociaciones para el pago del rescate, que traiga a Marian de vuelta a casa.
Los militares, utilizan de placebo a los trabajadores de la casa (Cristian y Marta), ellos entregan el dinero del rescate, sin embargo, durante el desarrollo de la trama son traicionados y utilizados como carnada. Cristian tampoco retornará con buenas nuevas, es masacrado junto a Marian por los militares, con la intención de fingir un alevoso crimen, callando a su vez la realidad de la corrupción en las detenciones.
Con la promesa de otorgar justicia a la influyente familia de Marian, el general Oribe (Gustavo Sánchez Parra), condena a los militares involucrados a la horca, y estos, son ajusticiados frente a Iván como una suerte de venganza pública. En medio del marasmo en que se sumerge la ciudad por el estallido social, el final de la película resulta tan abrupto como la trama en sí, no hay tiempos muertos, ni moralejas adscritas, tampoco triunfan los buenos. Amparado por un solvente guion, el director coloca en bandeja de plata este trabajo fílmico, para la degustación de las audiencias.
Nuevo orden, es un retrato fiel de los históricos impasses que las dictaduras militares han significado no sólo para México, sino para toda América Latina. Pero el autor Michel Franco, no focaliza, evita colocar el resultado, la culpa, sobre los hombros de un solo personaje determinado.
El cineasta va en pos de una historia cuyo éxito radica en solventar una trama con suficiencia técnica, y no un papel actoral que se robe la posteridad, es la historia en sí; y no el rostro. La avidez argumental ejercida por Michel Franco en Nuevo orden, el estupendo reparto, distribuido con la exquisitez que sólo un gourmet del cine conseguiría, permite reconocer los horrendos desvaríos de una sociedad fragmentada en el interior de una solvente fabula distópica donde no hay ganadores.
Gana el realismo, aún dentro del mar de clichés o estereotipos que la trama recoge, y que, por cierto, ya estaban ahí antes que el propio director naciera, el solamente los consigna, lo hace con la mirada acuciosa de un Luis Buñuel (“El ángel exterminador”, “El discreto encanto de la burguesía”), aunque sin la sordidez del director hispano-mexicano (Franco no pretende jamás una película surrealista).
La excelente dirección de cámaras retrata a la ciudad más allá de algún actor fetiche, es decir, los rasgos de la urbe son los de la masa uniforme que se debate entre los estertores del caos, el odio en que termina la ancestral lucha de clases resulta desbordante, no hay una ideología, los pobres, excitados, se organizan para derribar la vieja bacanal burguesa.
Los ricos tampoco son los victimarios, entre los rudos trazos del aguafuerte urbano que Michel Franco logra en Nuevo orden, se distinguen los rasgos de la verdadera tiranía: la alta burocracia, la clase militar, y su vieja bota manchada de sangre, la historia da cuenta de ello. La cultura del “chivo expiatorio” o la criminalización de la pobreza es exhibida, sólo porque así ocurre en la vida real, no es una ocurrencia del director.
Y para muestra, la trama peliculesca en que terminó el asesinato de Luis Donaldo Colosio, donde un obrero de Tijuana (Mario Aburto), pobre y con aparentes delirios de grandeza, fue inusitadamente acusado por la muerte del entonces candidato, incrustándole el mote, tan perverso como argumentalmente eficaz, de: “asesino solitario”.
Nuevamente, nuestra historia, nos demuestra que estamos a la altura de Kafka o Dostoievski, la realidad supera la ficción, o en pocas palabras, los delirantes espasmos nacionales, no son culpa de Michel Franco.
Las escenas de pulsante vigor frenético en Nuevo orden, es decir, los tiros en la nuca por las ejecuciones sumarias, la zozobra que inunda la pantalla, el rostro de una ciudad beligerante que se derrumba desde lo alto de sus torres, una ciudad sin corazón, despersonalizada, hirviendo bajo la potestad de los egregores de la ambición, recuerdan (guardando la debida proporción), la corrección fílmica del director Costa Gavras (“Z”, “Estado de sitio”).
Quienes tachan al director Michel Franco, de intentar una aventura clasista con “Nuevo orden” se equivocan. Nuevamente, los fenotipos o la lucha de clases, ya estaban ahí antes de su llegada, seguramente aquellos nuevos críticos que se rasgan las vestiduras, para el contento de los dadores de likes que exudan puritanismo, igual habrían catalogado de pornógrafo a Luis Buñuel en su tiempo, o al mismísimo Pier Paolo Pasolini, de pervertido sexual, lo que demuestra, como dijera el escritor Amos Oz, que en pleno siglo XXI, la añeja batalla entre el fanatismo y el pragmatismo no ha terminado de librarse.
Excelente fotografía, ritmo, guion que exhibe sin reparos al comportamiento humano, dirección que hace honor a la economía de imágenes en pos de construir una historia no sólo posible, sino además inevitable hasta lo siniestro en nuestro país, si es que no se logran las aspiraciones de la incipiente democracia, son algunas de las cualidades de esta película dirigida por el triunfador en los festivales de Cannes, Venecia, Chicago y La Habana.
Aquellos que continúan etiquetando a la cinta, como una película “contra los pobres”, debieran abortar su espíritu moralista y comprender, que un cine que no provoca ira, miedo, incertidumbre, no es cine. Tal vez estos noveles críticos, acostumbrados a solazarse con la banalidad de los influencers, estarían de acuerdo con el retorno de las tétricas fábulas autocomplacientes como “Nosotros los pobres”, donde la miseria se cantaba como en una desdibujada opereta a tres tiempos.
Un aplauso a Michel Franco, por la muestra de un cine elegante, que mira sin miedo hacia las contradicciones del espíritu humano. Un cine que consigna la realidad, aunque a los integrantes de la nueva feligresía “progre” les incomode; sentimos las molestias que la relectura de la buena cinematografía les ocasione.