• 25 de Abril del 2024

Soy el Mamián

Wikipedia

─ Y, ¿cómo vamos a dormir?

─ Pus, de a quince, ¿no?

 

     El Mamián se mesó los pelos bajo la gorra y entornó los ojos para hacer un cálculo rápido. Habían alquilado tres cabañas, cada una con cuatro literas de cama individual, chimenea, baño y una cocinita como de juguete, según las fotografías que encontró en internet. Miró al grupo y regresó la vista hacia las rústicas casitas de ladrillo y techo de dos aguas que de pronto aparecieron a mano derecha. Iba a estar bien complicado acomodarse. A ojo de buen cubero ellos eran poco más de cuarenta, contando al grupo de siempre, más la nueva novia del Pollo y la prospecta del Malitzin planner, una chava que o no terminaba de encajar o andaba apenas midiendo el terreno.

     ─ Pido abajo.

     ─ Es como vayan llegando. Tú ponte abusado.

     Iban a dar las once. A esa hora todavía calaba el invierno y el volcán asomaba el pico entre una nube densa y un friso largo en varios tonos de azul. Al día siguiente tenían planeado subir a la cima, como cada año desde nadie sabía cuándo, para conmemorar el cumpleaños del Malitzin. La primera excursión se había realizado con solo diez personas, luego el grupo fue creciendo en los siguientes aniversarios hasta convertirse en el evento más concurrido y esperado por todos. Estar en la lista no era cosa fácil, los nuevos integrantes debían someterse al escrutinio del clan fundador y solo entonces se les notificaba si eran aceptados o no.

     Nomás abrir las portezuelas de los coches el viento les pegó de tortazo en la cara. Quienes ya se la sabían echaron carrera a poner las mochilas sobre las camas de abajo y a repartirse las pocas toallas. Por estatuto, las parejitas, los chaparros y los flacos dormían de a dos, mientras que los de ronquido intermitente eran confinados a la tercera cabaña para salvaguardar el sueño de los demás.

      ─ Asu mecha, hasta pingüinos debe haber aquí.

     ─ Pingüinos quién sabe, pero el Cacalote misterioso sí se deja ver.

     ─ Y ese, ¿quién es? ─ preguntó el Mamián.

     ─ Aguanta, seguro que no te vas sin conocerlo.

     Después de acarrear las cajas con comida y bebida, instalar las bocinas y poner la música, unos se dispusieron a prender el carbón y otras a untar con mayonesa el pan para los jochos en lo que aquellos preparaban el coctel universal dentro de un vitrolero para veinte litros. El Mamián se acomedía de grupo en grupo, aprovechando para interrogarlos sobre las costumbres del misterioso Cacalote. No se lo había confiado a nadie, pero le tenía mucho respeto, por no decir que pánico, a los espíritus divagantes. Desde niño conocía la historia y procedencia de varias las almas en pena, pues su abuela era experta en coloquios de ultratumba y no escatimaba a la hora de adornar sus hazañas.

     ─ ¿A ti ya se te apareció el Cacalote, Anita?

     ─ Uy, sí. De los que estamos aquí, ya casi a todos.

     ─ Pero, cómo es. A qué hora se aparece o qué hace.

     ─ Pues, mira, hora fija no tiene, pero lo que hace no hay modo de que pase desapercibido.

     Nadie sabía decirle bien a bien cuáles eran su tamaño y aspecto, aunque todos coincidían en que su hedor debía provenir del mismísimo infierno. No querían ahondar en descripciones para no asustar a los nuevos ─decían─, pero el Mamián estaba convencido de que quienes ya habían estado en contacto con él compartían una especie de pacto silencioso que les obligaba a ocultar información. Lo que no acababa de entender era ese afán de volver año tras año en la misma fecha y al mismo lugar. ¿Se habrían convertido en una secta? ¿Lo irían a sacrificar a él? Chance y no, pero ¿y si, sí? Por si acaso, él se había instalado en la cabaña del Malitzin, donde casualmente sobraban varios lugares.

     Cuando oscureció, la fogata ardía en medio de bombones y salchichas. Habían vuelto a llenar el vitrolero con un menjurje de Bacardí, gin, vodka, refresco de naranja y jugo de limón. El Mamián aprovechó un brindis con el Malitzin para pedirle razón del aparecido.

     ─ Oye, ¿y a qué hora sale el Cacalote?

     ─ Ya en un ratito.

     ─ Pero, a quién se le aparece o por qué.

     ─ No se sabe, pero cuando vayamos de subida en la montaña tienes que contestarle el saludo a todos los que te hablen. Pueque algunos ya estén muertos y nomás te estén probando.

     ─ Ora. ¿Eso es cierto?

     ─ A huevo que sí. Si no, pregúntale a Rangel lo que le pasó por no saludar.

      Mientras más chupaba del brebaje, más angustiado se sentía el Mamián. Hubiera preferido que el Cacalote se manifestara de una vez, allí con todos presentes y no cuando pudiera agarrarlo solo. Nada le parecía peor que la incertidumbre. Las manos le hervían por la anticipación, o tal vez porque las estaba metiendo al cubo de las papas con queso, pero su miedo no era de mentiras. Esa sensación de vacío en el cuerpo era similar a la que lo invadía durante las tardes en casa de su abuela. De pronto, alguien sacó un churro y lo empezaron a rolar, ¿o eran varios? La noche caía suavecita cuando el fuego quedó convertido en una alfombra de brasas. Los que tenían pareja se habían adelantado y el Malitzin se echaba la última rola en el karaoke, antes de que los de la administración vinieran a callarlos.

     Se hizo una calma pasajera, apenas interrumpida por los ronquidos de gordos y borrachos, hasta que a eso de las tres de la mañana las luces de la primera cabaña se encendieron como signo de interrogación. Algunas chicas pegaron de gritos y unos cuates se atropellaban queriendo salir al mismo tiempo para agarrar aire. Todo era angustia y confusión. ¿Dónde está el amigo? Suplicaba Rangel, cubriéndose la cara con una bufanda navideña mientras empujaba la puerta del baño con la punta del pie. Al Malitzin le llovían las mentadas por haberse salido con la suya. Y es que nadie sabía cómo pero, en un modo por demás subrepticio, se daba maña para tapar el baño a una hora en que todos pudieran sufrir las consecuencias de sus actos.

     El Mamián se incorporó sobresaltado en lo alto de su litera. Puede que aún estuviera medio dormido cuando un olor como de cloaca se le metió por la nariz. No perdió el tiempo en cumplidos y así como estaba, es decir, en calzones, salió volado a esconderse detrás de un árbol. Tuvieron que pasar largos minutos para que sintiera el gélido abrazo de la madrugada caer sobre su piel. Entonces se dirigió a la segunda cabaña y comenzó a tocar con desesperación.

     ─ ¡Ábranmeeeeeeee! Tengo frío. Soy el Mamián.

------------------------------

Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.