Adriana se puso súper contenta, como si le hubiera dicho que quería ser su madrina de boda o que en enero le tocaba el primer número de la tanda. Iba a estar su jefe pasando lista, porque dizque era el brindis navideño y se iba a hacer una rifa. Qué van a rifar, pregunté. Creo que un viaje a Acapulco y un centro de lavado, o algo así. Como si fueran lo mismo. No manches, le iba a decir, pero igual yo ni tenía boleto. Nomás no te vayas a ir así, me dice. Así, cómo. Pues en esas fachas. Yo para qué iba a arreglarme. Eran solo sus cuates del banco, todos casados y panzones. Todavía cuando éramos chavas un empleado de banco era buen partido. No sé si ganaban bien, pero tenían sus beneficios. Les prestaban para casa y coche. Trabajar en el banco era una cosa aspiracional. Yo quería ser cajera, aunque hubiera preferido ser sobrecargo de Lufthansa. Pero ni una ni otra. Era muy gorda para estar detrás de la ventanilla cambiando cheques y muy chaparra para servir el café en alemán. Al final me metí a la universidad porque allí no te medían nada. Ponte mejor un vestido, me dice. Uno nunca sabe dónde va a conocer al amor de su vida. Y eso me dio miedo. Yo ni andaba buscando ligue. No salía con nadie desde la universidad, pero, ¿un panzón de banco? Por qué estarán panzones los empleados del banco, pensé mientras me ponía el vestido negro que es el único que medio me hace cintura. ¿No tienes perfumito? ¿Huelo feo? No, mensa. Es que te voy a presentar a Ernesto. Se acaba de divorciar y ya es gerente de sucursal. Igual y se entienden. Si no se entendió con su esposa en tantos años, menos se va a entender conmigo, le digo. ¿Ves? Por eso estás soltera. Ni lo has visto y ya le pones peros. Es muy mono. Hace mucho ejercicio y todavía no tiene canas. Entonces, ¿por qué lo dejaron? Bueno, me pongo perfume. Si no eres fea. Lo que pasa es que no te sabes sacar partido. Es que no sabía que lo traía adentro. Con esa actitud no vas a llegar a ningún lado. Ahí está, mejor no voy. Pero fui. Total, que el brindis era en el jardín de una casa en Atlixco. Pinche frío. Y eso que habían puesto unas teas con citronela para espantar a los moscos, pero tenían unas flamitas miserables que ni alumbraban ni daban calor. Los panzones ya estaban estacionados junto a la barra. Había mucho Bacardí, tequila reposado, de ese que se usa para mezclar con refresco de toronja, y unas cervezas más frías que los dedos de mis pies. De comer nos dieron hot dogs y papas fritas de un carrito quesque muy famoso. No eran malos, pero ameritaba una sopita. El que sí era malo era el DJ. Creo que era el sobrino del jefe y andaba en sus primeras tocadas, pero nomás se sabía unas de banda y otras que lastimaban mucho los oídos. En fin, como a las once empezó la rifa. Primero eran premios chiquitos: secadoras para el pelo y sartenes con teflón que los panzones festejaban porque se iban a ahorrar el regalo de la suegra. Luego unas bocinitas y audífonos que todos se querían ganar, hasta que se vino el premio mayor. La secre del jefe se sacó el viaje a Acapulco para dos personas y el jefe el centro de lavado. Qué casualidad, pero nadie reclamó. En eso me dice Adriana, mira, te presento a Ernesto. Y por cierto que no estaba mal, nomás que hablaba mucho de su ex. Medía como uno ochenta y además tenía ojos bonitos, así como de almendrita confitada. Ahí estuvimos platicando del dólar y del precio de la gasolina en lo que nos formábamos para otros jochos y le dábamos su vuelta a la barra. Me contó que le gustaba leer y bien emocionado me citó tres o cuatro libros de Coelho que le estaban ayudando mucho a superar el divorcio, pero ya como a las doce llevaba un buen de palomas y empezó a llorar por la señora en mi hombro. Pobre. Adriana nos veía desde lejos pensando que me estaba haciendo arrumacos, pero lo que el cuate quería era que le diera consejos para ir a reconquistarla. Algo dijo de unos cuernos, pero no supe si fueron de ella o de él. Y en esas andábamos, aunque yo no era la persona indicada para dar ese tipo de ayuda, cuando dos se empiezan a pelear por la asistente del contador. Así a puño limpio, que yo la llevo a su casa, que no, que Angelita me dijo primero a mí. Y bueno, los tres se arreglaron afuera y el jefe ni supo, pero porque hacía rato que nadie lo veía, ni a él ni a su secre. Se habían encerrado en el baño, pero eso vino después. Y nadie se hubiera enterado si no es porque los panzones se pusieron a orinar en los matorrales y las señoritas a pegar de gritos. Ahí fue cuando supimos que el baño estaba cerrado, pero yo luego luego pensé que era porque alguien lo había dejado como trepadero de mapache. Ya para la hora en que empezaron a levantar las sillas uno dijo que faltaban dos personas desde hacía rato, pero que el coche del licenciado (así le decían todos) seguía estacionado afuera. Y ándale que todos nos pusimos a buscarlos, porque ya eran como las dos, ¿no? Y resultó que la casa no era del licenciado, sino de su compadre que ya se había salido a asomar para ver si apagaba las luces porque los vecinos se estaban quejando del ruido y le habían hablado de la caseta de vigilancia. Pues nada. No estaban por ninguna parte, hasta que a alguien se le ocurrió que igual estaban en el baño y se les había ido el tiempo. Queríamos ayudar, más porque el compadre ya tenía cara de pocos amigos, pero la puerta estaba atrancada por dentro y hubo que llamar a los de la seguridad, que eran dos enclenques como de prepa y nunca en su vida habían entrado en acción. Pudieron abrir a la de mil y sí, ahí estaban el licenciado y su secretaria, el primero encima de la otra y los dos como muertos arriba de un charco de agua (creo). Entonces nos sacaron de volada y desde afuera vimos llegar a la ambulancia. El pobre licenciado se había metido muchas pastillas azules y mucho Bacardí, dijeron. Yo creo que le dio un infarto, pero ya no supe porque dice Adriana que no han vuelto al banco. Muertos no estaban, porque a los dos los sacaron con máscara de oxígeno. En fin, que Adriana me habla hace ratito y me dice, oye, va a haber un brindis de año nuevo, ¿vamos? Pero primero voy a ver cómo anda el refri.
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Twitter: @mldeles
De la Autora
He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.
He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.
He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.