Dos semanas antes se había marchado en un viaje de negocios dejando el departamento a cargo de Jaime, pero las facturas del teléfono y la luz estaban en el piso junto a un recado del administrador del condominio: “tiene un paquete resguardado en la recepción”. El olor se tornaba cada vez más insoportable. Cómo era posible que unas flores expidieran semejante pestilencia. Y sobre todo, por qué Jaime no las había tirado. Habían estado en el jarrón desde la noche de su segundo aniversario, el día anterior a la salida de Sara.
Aguantando la respiración, cogió el florero para vaciarlo en el lavadero del patio, echó las flores en una bolsa negra y la amarró tratando de contener el hedor. Pinche Jaime. No se te puede encargar nada, inútil. Cinco días que salgo y ya se está cayendo el departamento. Encendió una vara de incienso y recorrió con ella las habitaciones, comenzando por la sala y el comedor, aunque el olor a santuario apenas logró disimular la peste. Parecía como si algo en avanzado estado de descomposición estuviera escondido a propósito. Sara corrió al refrigerador. Había varios contenedores con pollo, quesos, jamón, verduras cocidas, medio litro de leche y un bote de crema ácida sin tapar en la que podía apreciarse una película azulada cubierta de pelusa. Todo aquello fue a dar en lote a la bolsa negra junto con algunos refractarios imposibles de vaciar, los jitomates podridos y dos lechugas flácidas.
No se distrajo en cambiarse o en deshacer la maleta, de inmediato bajó al cuarto del sótano con la apestosa carga que depositó cerrando la puerta tras de sí. El auto negro de Jaime estaba estacionado en el cajón habitual, justo a unos pasos del contenedor de la basura. Infeliz. Con razón estabas tan sedosito cuando me llevaste al aeropuerto. Ya traías tu plan y hasta vinieron por ti. Volvió al departamento envuelta en furia. Subió las persianas y abrió las ventanas para luego ponerse a lavar el refrigerador con una solución de vinagre y limón que enjuagó con grandes cantidades de agua. A la segunda vara de incienso, mientras terminaba de secar los trastes, el tufo comenzó a ceder. Aun así, revisó el horno, hurgó en la despensa, miró debajo de la cama y dentro del clóset. Pos claro, si tonto no eres. La ropa de Jaime seguía ahí.
Antes de levantar la tapa del excusado tiró de la cadena un par de veces, dejó correr el agua de la regadera y abrió todos los grifos del departamento durante unos minutos. Aprovechó para tomarse un respiro quitándose la ropa del viaje mientras recorría la habitación con ojo de suegra. Se puso un pants, se amarró un paliacate en la cabeza y fue a sacar los trapos, la escoba y el recogedor para hacer una limpieza exhaustiva. Aspiró los extractores del patio y el baño, lustró los pisos de madera, lavó la estufa (que estaba limpia) y pulió la mesa de cristal del comedor. A qué hora se te hará bueno volver, pedazo de mierda. Has de estar muy contentito, allá donde quiera que te estén tratando mejor. Al echar la ropa sucia a lavar se sorprendió de no encontrar prendas de Jaime en el bote del baño. Algo en verdad inusual, pues él era incapaz de accionar siquiera el botón de la lavadora.
Fue entonces cuando reparó en que la ropa de Jaime que se encontraba en el clóset era la que ella le había comprado. Los sacos, pantalones de vestir, corbatas, calcetines de lana y unas pijamas de algodón. De sus gastados jeans y sus eternas camisetas negras no había señal, como tampoco logró encontrar las botas ni los tenis. Del librero habían sustraído el par de libros de Coehlo, que ella hubiera querido tirar desde el primer día, y un ejemplar ilustrado a color con la historia de la Fórmula 1. Dedicándose al detalle descubrió que también faltaban el X-Box ─la propiedad más preciada de Jaime─, la caja de herramientas y todas las botellas del bar, excepto las de vino tinto y una crema rosa de mezcal. Para eso me gustabas, comecuandohay, para largarte como ladrón de barrio sin darme la cara.
Montada en rabia se fue a la cocina, sacó un rollo de bolsas negras y echó en ellas el resto de la ropa de Jaime, todas las sábanas y cobertores, las toallas, los cepillos de dientes, manteles, vajilla, cubiertos, los vasos y las copas. Tuvo que hacer dos viajes hasta el sótano, el primero para subir el carrito que servía a los vecinos para acarrear las compras y el segundo al bajar su carga monumental hasta el contenedor de la basura. Pasó por recepción a recoger el anunciado paquete, una caja de diez por doce centímetros, y subió de nuevo. Puso música de Sabina, se sentó en el suelo de la sala y destapó una botella de vino de la que bebió directamente. Dentro del paquete sellado con cinta canela estaban las llaves del departamento y del auto, la tarjeta de crédito adicional a nombre de Jaime y una nota en media hoja de cuaderno: Gracias por todo.
Las canciones empezaban a repetirse en forma monótona cuando el corcho de la tercera botella rodó bajo el sillón. Sara bebió a intervalos, sin hacer distingo, ahora un trago de vino, ahora un sorbo del mezcal cremoso. Encendió la computadora que se puso sobre las piernas y desplegó varias páginas en internet dispuesta a ordenar sábanas nuevas, toallas en otro color, vajilla para ocho, velas aromáticas, más incienso y un colchón a doble altura con cubierta impermeable. Estaba acostumbrada a esa rutina que siempre le provocaba un inmenso regodeo culposo. No sabía qué le ocasionaba mayor placer, si la seguridad de que podía reponer las cosas que la rodeaban o pensar que otros Jaimes llegarían a su vida. Después de todo, aquella no era su primera vez. Este era el cuarto hombre que se le iba por exceso de atenciones. Pinche Jaime, saliste igual a todos.
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Twitter: @mldeles
De la Autora
He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.
He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.
He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.