─Le recuerdo que su cita con la bariatra es mañana a las diez ─dijo una voz amable, pero firme.
Semejante recordatorio bastó para que la culpa se me viniera encima de golpe. Igual que sucede en las películas, miré hacia un lado y otro para asegurarme de que nadie hubiera escuchado el ominoso mensaje. Apuré el contenido de la botella, pedí la cuenta y me fui directo a la casa. Estaba dispuesta a irme a la cama sin cenar para que durante la quietud de la larga noche desaparecieran de mi cuerpo los vestigios de las últimas semanas de fiesta. Mi vientre amanecería tan plano como una tabla de planchar y yo podría enfrentar orgullosa al monstruo de la báscula asesina. O bueno, eso había leído entre los diez mejores tips para adelgazar en la revista de Martha Debayle.
Al día siguiente salí sin desayunar, directo a la clase de spinning de las ocho y, por si todavía alcanzaba a quemar algunas calorías, a encerrarme unos minutos en el cuarto de vapor. A la clínica llegué la más puntual, sobra decirlo. Tenía que dejarle claro a mi nueva nutrióloga que soy una persona responsable y comprometida, cuidadosa hasta en los más mínimos detalles, porque tengo una fuerza de voluntad increíble. Seguramente ella sabría leer entre líneas que si no me decidí antes a ponerme en huelga de hambre, fue nomás por falta tiempo y sobra de estrés. Nadie, que yo conozca en persona, consume tanto helecho y madreselva en su estado natural como una servidora. Los helados y pasteles me hacen los mandados, aunque siendo sincera, a la hora del brindis no puedo mostrarme tan estoica.
Un minuto antes de las diez apareció una diminuta muchacha de no más de veinticinco años, enteramente bien formada y con la piel tan lozana como la de mi hija. Era la nutrióloga. Enseguida me habló de “usted” para hacer más notoria la diferencia de edades y marcar distancia, es decir, para ejercer desde aquel primer momento una autoridad invulnerable. Es cierto que no esperaba ser atendida por alguien de mi talla, pero aquello resultó una verdadera afrenta. No hay forma de discutir con una mujer tan delgada que se la queda mirando a una con una mezcla de lástima y desaprobación. Por más que le busqué, no le hallé ningún defecto visible. Qué coraje.
Después de una exhaustiva entrevista sobre mis antecedentes familiares y mis hábitos alimenticios ─en lo cual me explayé con ánimo de sorprenderla por mis buenas maneras─ me pidió que me quitara los zapatos y subiera a la báscula. Quise pensar que lo hizo para ahorrarme algunos kilos y no para evitar que le ensuciara el aparato, pues a esas alturas del partido la humillación ya me había puesto muy sensible. Me encontraba de espaldas al indicador de peso cuando en un reflejo involuntario cerré los ojos. Recordé que mi hermana siempre dice que lo que no se ve, no se siente, y puede que tenga razón. Claramente alcancé a escuchar un suspiro proveniente de la doctorcita, que atribuí al sonido de mis tripas clamando por alimento.
Antes de darme alguna referencia o comentario, la escuincla sacó del bolsillo de su impecable bata blanca varios instrumentos de medición. Con ellos me calculó grasa, volumen, densidad y consistencia de algunas zonas de mi cuerpo, lo cual consideraba de vital importancia para el diagnóstico. Yo cada vez hablaba más rápido, como hago siempre que me pongo nerviosa y me da por amigarme con el enemigo, en lo que ella se dedicaba a anotar grandes y pequeñas cifras en una libreta. Luego sacó una calculadora y se puso a hacer operaciones matemáticas para determinar que, sin lugar a dudas, a mi voluptuosa anatomía le sobran varios kilos de chatarra y material desechable.
Aproveché la puesta de los zapatos para desplomarme en la silla. Incrédula, me pregunté en silencio cuándo y en qué lugar había perdido mi formidable cintura para dejar paso a esa enorme circunferencia que quedó indicada en la cinta métrica (mi segundo adversario en la vida). Ni hablar, estaba hecho. La dieta iba a convertirse en mi nueva mejor amiga por el resto… del año. En ese momento vino a mi memoria la inequívoca filosofía de mi madre ante situaciones como esta: cada noche reza por ser un gramo más delgada al día siguiente, haciendo la aclaración a sus santitos de que si esto no fuera posible se conformaría con que todas sus amigas se volvieran gordas. Y esa puede ser otra forma de solucionar mi problema.
Soy una mujer que enfrenta lo que viene con entereza. No puedo dejarme vencer por una cuestión tan irrelevante ─pensé, así que salí del consultorio con la frente en alto y las manos vacías, porque era tan delicado el asunto de mi futura alimentación, que la nutrióloga prefirió hacer el balance con cautela y enviarme la dieta por correo electrónico dos días más tarde. Eso me dio muy mala espina. Con todo, el lunes me desperté contenta para vivir el primer día del resto de mi existencia con una actitud súper positiva: requesón con apio y cilantro, una tacita de papaya y café sin azúcar como primer desayuno, y lo acepté con valentía. Dos claras de huevo con espinacas y caldo de zanahorias con cebolla esponjosa a mediodía. ¡Que delicia!
El miércoles me desperté en mitad de la noche, envuelta en un sudor frío y con un hambre atroz. Bajé las escaleras por inercia y entonces la vi. Una luz al final del camino me hizo comprender que todo sacrificio tiene una recompensa.
Era la luz del refrigerador.
Continuará…
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Twitter: @mldeles
De la Autora
He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.
He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.
He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.