• 21 de Noviembre del 2024
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Quiero relatar lo que a mí me sucedió

Especial

Recientemente asistí a una convención en Playa del Carmen. Había comprado un precioso juego de bolso y maleta para llevar en cabina. Qué ilusa. Al momento de abordar, un empleado de la aerolínea de los cuadritos de colores anunció que debíamos entregarles toda maleta rígida con rueditas antes de ingresar al gusano. No es que estuviera prohibido llevarlas arriba, sino que para hacerlo me pedían soltar quinientos pesos. Mejor les solté la petaca rumiando el coraje.

 

Estaba nuevecita y me la iban a desmadrar, pero lo peor fue cuando al final de los llamados por abecedario, ese lapso en que despistados y negligentes abordan en franco desorden, vi a algunos listillos subir con sus bagajes rodantes como si nada. De regreso hago lo mismo, me dije. Faltaba más.

Al llegar recuperé mi equipaje en la banda número dos. De milagro había salido ileso y muy campante me dirigí a la salida anticipando el calor de infierno anunciado por el señor Piloto. Nomás cruzar la puerta eché en falta el bolso. Dónde jijos… bajo el asiento del avión, claro. Tuve que acudir al mostrador 114, donde para su mayor información se encuentra el servicio a clientes de los coloridos cuadritos. Ahí estaba mi flamante bolsa nueva, solo me pedían la credencial del INE, que de puro churro traía en el bolsillo superior de la chamarra, para entregármela. Le hicieron una copia y volví a depositarla en el mismo lugar.

Durante el traslado terrestre fui enviando mensajes a mi familia, a Facebook y Twitter. Me solazaba entrando en detalles por la afrenta del equipaje y el extravío del bolso. Así se me fue la hora que duró el trayecto. Entre un mensaje y otro guardaba el celular en el bolsillo de la chamarra, junto a la credencial del INE, repitiendo la operación cada vez que pitaba mi celular para darme noticias.

Al hacer el registro en el hotel me di cuenta de que ya no traía conmigo la credencial. Maldita sea mi suerte, pues como soy una mujer muy precavida no llevé ninguna otra identificación, no se me fueran a extraviar. Volví corriendo a revisar el autobús y todavía regresé escaneando el piso del vestíbulo antes de acudir con cara de “¿Por qué a mí, señor?” a pedir ayuda en la recepción. Allí me permitieron hacer el registro con la fotografía del pasaporte que guardo en el teléfono para casos de emergencia. Qué alivio, pensé por un instante. Nomás que enseguida la voz de un gusanito ladino me trepanó el cerebro: Sí, pendeja, y ¿cómo piensas abordar de regreso?

Era domingo. La agenda marcaba un coctel de bienvenida a las siete, así que apenas tuvimos tiempo de llegar al evento en una explanada sobre la arena. Los dos únicos lugares disponibles estaban en la barra, donde los meseros descargaban a los muertos (los vasos vacíos) y por eso permanecían desocupados. Allí nos sentamos mi compañera y yo, justo a tiempo para ver caer un copioso chaparrón que acabó con el festejo mucho antes de que yo pudiera dar cuenta del primer coctel. Esa noche no pude conciliar el sueño. Nada me quitaba de la cabeza que aquello era una continuación del mal agüero.

Al día siguiente le escribí a mi asistente. Ella me salvaría de mí misma, como siempre. Mucho más tranquila me fui a internar en la conferencia de César Lozano, una cosa insufrible y devastadora, a la que era voluntariamente a fuerza asistir. Dos horas después tenía los primeros mensajes en el celular. Ya estuvo, pensé. “No te van a dejar pasar. Hablé a la aerolínea y con la agencia y dicen que vayas viendo que alguien de tu casa te envié el pasaporte o la licencia.” ¡Rayos! ─dije, y me arranqué a la recepción por si las influencias del hotel pudieran servir para arreglar mi escabroso asunto.

De ahí me enviaron a Concierge. Volví a contar lo sucedido y revisaron sus computadoras. Mi credencial no había sido reportada en todo ese tiempo. El resto de la tarde se me fue encerrada en la habitación rogando por un milagro junto a dos cervezas. El martes temprano me apersoné de nueva cuenta en el Concierge. Nada. Mi vuelo salía el miércoles a las 10:30 y cada vez me ponía más nerviosa.

A medio día llamé a la terminal 2 del aeropuerto. “Buenos días, soy una turista en Playa del Carmen y el domingo perdí mi credencial del INE. No traigo otra identificación y quisiera saber cómo puedo abordar…” La comunico a Servicio al pasajero. “Buenos días, soy una turista en Playa…” La comunico a Objetos perdidos. “Buenos días, soy…” La comunico a Seguridad. “Buenos días…” “Uy, señorita, va a tener que ir a la Fiscalía a presentar denuncia”.

Para qué esperar. Bajé otra vez al Concierge y les conté. Me miraron con lástima y pidieron para mí un taxi cuya tarifa era de trescientos cincuenta pesos hasta el centro de Playa del Carmen, a veinte minutos de ahí, pero llegando, el chofer se encajó con cuatrocientos.

La oficina de la Fiscalía estaba desierta. No podía creer mi suerte. "Buenos días, vengo a levantar…” Salga por el pasillo y en la siguiente puerta. Segunda oficina, vacía. “Buenos días, ven…” Salga por el pasillo y en la última puerta. Allí había más de treinta parroquianos en fila india. Unos iban a sacar la carta de antecedentes no penales y otros íbamos por la constancia certificada de pérdida de documentos oficiales, con un costo, no podía dar crédito, de ochocientos cuarenta y cuatro pesos.

Rabiosa y resignada pagué para luego de hora y media pasar con la licenciada, una dama amabilísima, que nomás le cambiaba el nombre a su machote y firmaba y sellaba el acta en menos de diez minutos. Taxi de regreso: trescientos cincuenta pesos. Hora de llegada: 14:00. Entonces decidí aprovechar mis últimas horas en el hotel desquitando con comida y alcohol la falta de descanso. Tragué y bebí, volví a beber y volví a tragar, luego nomás bebí y luego nomás tragué, hasta que no pude más y me fui a dormir.

Al otro día bajamos a desayunar en punto de seis. Treinta minutos después estaba en la recepción para hacer el registro de salida, olvidarme de todo y volver a mi oficina de donde nunca debí haber salido. Todo en orden, no debía nada. Faltaba más. Esperamos que su estancia haya sido fabulosa. Sí, muchas gracias. Vuelvan pronto. Claro, cómo no. Que tengan buen viaje. Gracias otra vez.

Me dirigía hacia la salida, toda hinchada y más cansada que nunca, cuando escuché a mi espalda la voz del recepcionista ”Oiga, señora, ¿usted perdió una identificación?” Sí, le dije. “Ah, es que aquí la tengo”.

De regreso me volvieron a quitar la maleta.

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.