Para García Márquez, la memoria era un atributo de la imaginación. Y esto, en el sentido de que no todo lo que podemos rememorar ha sucedido realmente. A la distancia, una parte importante de nuestros recuerdos sufre de una transformación accidental. La voces, los rostros y los nombres, curiosamente permanecen intactos en una parte del cerebro, mientras las anécdotas y los momentos de toda índole se van desvaneciendo o transformando en historias distintas. Hoy todavía recuerdo el primer abril que nos robaron, el de 2020, con la esperanza de que algún día se llegue a desdibujar y ocupe un espacio remoto en mi memoria.
En marzo del año pasado, las calles más transitadas en todos los países del mundo se convirtieron de pronto en las más silenciosas y esquivas. La gente se resguardó detrás de los ventanales a ver pasar la nada, la música dejó de sonar y los pájaros y las mariposas salieron de sus escondites para inspeccionar. Vaciaron las tiendas y las volvieron a llenar para volver a vaciarlas, se acabaron los viajes, el turismo, la familia y los amigos. Nos sacaron de las oficinas y de los cines, nos desinfectaron y nos enseñaron a lavarnos las manos con el estribillo de una canción. Artistas y colectivos grabaron mensajes de amor incondicional, subieron videos, fotografiaron las avenidas desiertas, las flores nuevas, los ancianos en los balcones y la gente trabajando desde su casa. Perdimos de a poco la risa y el contacto, y nos lamentamos porque entonces no sabíamos lo mucho que todavía podíamos perder.
Y nos volvieron a robar el siguiente abril con una tercera oleada en Europa. Para entonces, en México ya nadie escuchaba el reporte diario del gobierno. Nadie creía en los datos y muchos habíamos vuelto a las calles. Un sábado amanecí con cuatro de los síntomas de la lista negra. Si alguien ha pasado por ahí, no necesitará mayor explicación, pero, si como yo, no había enfermado ni de una inocente gripa en todo un año, le cuento que esto se trata mucho más del miedo que del dolor. Uno no sabe el tipo de paciente en que se va a convertir, No puede adivinar si será de los que se recuperan pronto, de los que requieren oxígeno, de los que necesitan conectarse a un generador o de los que terminan intubados en el hospital antes de morir sin compañía.
Vivo sola, en un minúsculo departamento de 63 metros cuadrados a más de 130 kilómetros de mi familia. Al despertar esa mañana lo primero que pensé es que seguía soñando. El termómetro marcaba 38.4, la garganta no me permitía tragar ni mi propia saliva, el dolor de cabeza era intenso y sentía piquetes en todas las articulaciones. Entre mis conocidos hay ya un número importante de personas y familias completas que han sufrido la enfermedad con algunas bajas y cuadros alarmantes durante los 14 días que dura el proceso en el mejor de los casos. Nunca desestimé la gravedad del virus, pero tampoco le temía porque observaba todos los cuidados y medidas.
Antes de sembrar el pánico llamé a la doctora de la empresa, quien obviamente me indicó hacerme una PCR. Con esta enfermedad el tiempo es oro, me dijo. Si es usted neófito en el asunto, le informo que las pruebas rápidas, como decía el doctor Gatell, no son tan confiables y pueden arrojar un falso negativo. El hisopado, por ejemplo, detecta la presencia de proteínas del virus a través del fluido nasal o bucofaríngeo, mientras que la prueba del antígeno identifica la respuesta inmune en una pequeña cantidad de sangre, ambas en un lapso de 15 minutos, que es lo que ha permitido salvar muchas vidas. La prueba RT-PCR, mucho más certera, es una técnica de reacción en cadena de la Polimerasa y detecta los ácidos nucleicos del virus, es decir, la presencia del ARN o material genético, pero se necesitan como mínimo 14 horas para obtener resultados.
Encontré un laboratorio a menos de dos kilómetros de mi departamento y se me hizo muy fácil ir caminando. No había conseguido cita y tuve que formarme detrás de unas 8 personas para entrar después de las 10 de la mañana. La muestra te la sacan directamente del lugar donde se guardan las ideas, o al menos yo sentí que el hisopo me entraba hasta el cerebro y luego hasta el esófago. Volví a casa caminando bajo el sol y con 39 grados de temperatura para no volver a saber de mí en 24 horas. El cansancio era continuo. Dormía de dos a tres horas, me levantaba al baño, bebía líquidos y me tomaba la temperatura para inmediatamente caer perdida en los sueños más horribles que alguien pueda tener. En una escena, luego de subir una escalera larguísima y de cruzar en arnés de una azotea a otra para entrar en mi recámara, vi a las muñecas de papel de mi infancia metidas en la cama. Cuando levanté el edredón tenían las piernas cercenadas y sangraban a borbotones. El termómetro marcaba 39.8
El resultado de la prueba llegó a mi correo electrónico el domingo al mediodía. “Negativo”, decía con letra negrita. Diría que me volvió el alma al cuerpo, pero todavía lo pasé muy mal durante tres días. Mi enfermedad era real. Tenía las anginas blancas por completo y la fiebre y las pesadillas tardaron varias horas en ceder. Manuel, quien también vive solo, lejos de su país de origen y tuvo la enfermedad en diciembre, justo entre navidad y año nuevo, me dijo que el trance se trata de sufrir a ratos y paniquearse a intervalos. De sacar el álbum de fotografías de la vida y pasar las páginas lentamente recordando los buenos momentos. No cayó al hospital, pero el miedo se le quedó metido al cuerpo. Ese miedo a no volver a ser lo que se era.
Puede que seamos más fuertes que al principio, pero no dejaremos de ser vulnerables.
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Twitter: @mldeles
De la Autora
He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.
He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.
He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.