• 20 de Abril del 2024

Suerte te dé Dios (Aries 5432 / Parte IX)

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Canuto ladró con desidia. El eco chillón de sus ladridos se abandonó a la complacencia sobre una chancla del tal Heriberto. Desde la muerte de su amo se había convertido en un espíritu que deambulaba por la casa en penumbra. Apenas comía, apenas meaba el ladrillo... En pocas palabras, le andaba valiendo madres que alguien aporreara el zaguán con la punta del pie.

 

Doña Felícitas se echó salivita en los ojos y salió a abrir acomodándose los pelos sueltos del chongo. Era don Richard, haciendo malabares con un canastón de apasteladas para el último rosario. Se cumplía la novena del tal Heriberto y en la casa se respiraba un aire solemne pero tranquilo. Y es que el panadero se había dado a la tarea de acompañar cada tarde a doña Felícitas, ahora ya muy repuesta y contemplando la posibilidad de quitarse el luto. A tantos años de pertinaz asedio le iba a aceptar su primer café al vecino, porque vestir a la virgen y cambiarle sus pelucas no se le antojaba para nada.

Adentro nos hallábamos congregados: algunos vecinos condolientes, doña Wendolyn Paniagua calentando el rosario, el tío Abelardo con su mujer, sus dos hijos y tres pomos, la doblemente nuera y Padilla y un servidor, rascándonos los huevos porque francamente no había otra cosa que hacer.

Una semana antes, el domingo 20 de julio como a eso de las siete cincuenta para ser exactos, en la fábrica de espaguetis de la San Pablo Xochimehuacán había tronado un transformador tamaño Guliver, posiblemente a injerencia de su difunta suegra ─según se oyó comentar a doña Felícitas. El corte al suministro eléctrico, justo en el momento álgido de la entrega de premios, provocó a Padilla una descompensación que además de lacio lo dejó engarrotado de la lengua durante unas horas. Había pasado la noche restregándose el pie grande en la cobija para nomás amanecer, y ya de puro de ojete, de un zapatazo cegar la vida de un gorrión que auguraba el amanecer con sus gozosos salmos.

El día 21 se incorporó al alba, vistió su tradicional DKNY corte boot ─con apenas once puestas y ninguna lavada─ y salió a toda prisa en dirección al estanquillo más próximo. En la lista que tenían colgada en la vitrina del frente leyó y releyó con escepticismo: Aries 5432 ocupando el primer lugar del sorteo. El premio era de trescientos mil pesos en una serie, cantidad de la cual le correspondían doscientos diez mil varitos nada despreciables. Con impacto había caído al suelo, dándose un fuerte golpe en la nuca que lo puso a dormir una semana completa en la Cruz Roja del bulevar 5 de Mayo. El domingo siguiente recuperó el habla y no se sabe con seguridad si también la consciencia, pues en completo estado de angustia nos relató una compilación de hechos que vino a superar lo de las antiguas visiones.

Había aterrizado en medio del desierto ─dijo─ a pocos metros de un leidis bar llamado “El Quinto Infierno”. En la marquesina se anunciaba el espectáculo fuerte de la noche: la presentación de La Mojana, un súcubo de extraordinaria belleza cuya gracia consistía en aparecer desnuda y lavarse el cabello con una totuma de oro. Cientos de personas hacían fila ante una puerta custodiada por dos halterofílicos anchos y chaparros, pero a él lo habían dejado pasar de inmediato.

Cuenta que ingresó al establecimiento con el pedal izquierdo por delante y descubrió un interior muy similar al de La Papaya tropical, pero más oscuro. Tenían mesas de lata, patrocinadas por “Gas Maru”, y una rockola que escupía: ya está cerrada con tres candaaaadoooos y remachada la puerta neeeeegra, en voz de los inigualables Tigres del Norte. La concurrencia estaba conformada por políticos de poca monta, algunos vándalos vestidos de ministeriales y unas putitas enanas que hacían la ficha junto a enormes helechos de plástico. Al fondo había una barra atendida por una canosa y obesa mujer que lo saludó con macabra familiaridad.

─ ¿Qué le dije mi´jo? Ni pa’cobrar el premio le alcanzó el aliento. ¿Le sirvo un güisquito?

─ ¡Ay, no mames! ¿Cómo le hizo pa’regresar?

─ Tan pendejo como siempre, mi’jo. No regresé, usté vino. ¿Se lo pongo doble?

─ ¿No tendrá mejor una cubita?

─ No sea mamón y bébase esto. Lo va a ocupar, porque aquí hace harta calor.

Era la Chata, peinada de raya en medio con el jugo de una muñequita de jitomate y provista de seis brazos que le servían para despachar a toda velocidad.

─ Y mejor se apura mi´jo, porque ahí ya vienen por usté ─agregó─, le va a tocar de excavador en las salmueras subterráneas de Veracruz.

─ Pero ¿por qué, agüelita? ¿Qué es aquí?

─ ¿A usté qué le parece?

─ ¿Ya llegué al cielo?

─ No mame, cabrón. ¿Le ve cara de paraíso a este congal? Ándele, bébaselo rapidito, que aí vienen sus guaruras.

De un lado, Padilla quería despreciar el güisqui por aquello del no te entumas, pero el miedo lo obligó a beber de un sorbo el trago que le despacharon “onderocs”. Olía bien culero a azufre y el calor era más denso que en La Loma, cuando en eso anunciaron que ya se venía el tan esperado chou. Unas luces tartamudas cayeron sobre el escenario y de entre unas cortinas de blonda salió la Mojana en cueros. Sus cabellos arrastraban sobre el cemento pulido, donde una calabaza de oro puro le esperaba para darse el champú.

A la segunda copa, una chiquita de uno veinte, ojialmendrina y bubilacónica, se le acercó acarreando el cajón de los tabiros para ofrecerle una cajetilla de Marlboro.

─ Ni te fijes, manito, en unos días te vas a acostumbrar. Aí te la apunto ─dijo guiñando un ojo.

─ No te vayas, mamacita, ¿cómo le hago pa’salir de aquí?

─ Mmmmtaaaa, eso sí no sé, pero mientras no dejes de chupar no te pasan la cuenta.

 ─ ¿Te cai de madre?

─ Seguro, mi chavo. Túpele pa´dentro y ya verás que ni te pelan.

Y Padilla obedeció. Se las bebía una tras otra haciendo gestos porque prefería ligar con coca, pero tan rápido como la Chata era capaz de servirlas con la destreza de su media docena de brazos. Lo chistoso es que la peda no se veía llegar. Con una cantidad igual de cubas ya estaría tumbado en la acera de enfrente arrojando espuma por la boca y con los pantalones meados, en cambio con el güisqui ni se embrutecía ni se sentía mejor. El pánico lo tenía paralizado. Sudaba frío a pesar de los cuarenta grados que había en el lugar, pero siguió chupando parejo mientras el súcubo le ponía el acondicionador a sus cabellos doraditos y la horda gritaba enardecida. Miles de rondas después, la Mojana sacó una secadora profesional y comenzó a pasarse el cepillo redondo. Entonces volvió a aparecerse la minivendedora de cigarros, ofreciendo unos habanos de la mejor calidad. 

─ ‘Bías de probar uno de estos, porque ya vienen por ti, manito

─ Pero si no he dejado de chupar.

─ Ah, qué tarugo eres. Aquí nada es verdad ni nada es mentira. Si quieres yo te puedo alivianar, pero tendrías que ser bien machín para entrarle al ruedo.

─ ¿Qué hay que hacer?

─ ¿Tienes varo?

─ Lo voy a tener el 20 de julio.

Se disponía a fugarse por la puerta de atrás, como le había indicado la de los ojos de almendra, cuando una cuadrilla de buzos con la escafandra adornada por un par de cuernos le interceptó el paso.

─ Tanto bueno por aquí. ¿A dónde con tanta prisa, mi’jo?

─ Nomás voy a un mandado aquí cerca y vuelvo de volada.

─ Ah, qué mamón eres, compadre. Mejor jálate para acá, que ya te vamos a dar tu uniforme.

─ Ahoritita los alcanzo, voy al baño.

─ ¡Ni madres, cabrón! Usté se viene de una vez con nosotros, con nosotros, con nosotros…

 

No le haga mi’jo, quédese con nosotros, con nosotros, con nosotros… ─gimoteaba una doliente Felícitas, incapaz de reunir la fuerza necesaria para sufrir otra pérdida importante. Y ese calor de hogar, que solo las jefecitas saben el modo de repercutir, fue precisamente lo que trajo a Padilla de vuelta a casa.

Al último rosario llegaron varias damitas de la 4 comandadas por la Cruel Amalia. En ausencia del Chipocles ─que se encontraba postrado con una cirrosis de ahí te encargo─ querían solicitar la protección de nuestro amigo porque ser independiente en el oficio no era de Dios. Y doña Feli no la hizo de jamón ni siquiera cuando la gabacha se mostró entusiasmada por el modo en que la Gótica elogiaba las virtudes de la profesión, pero la señora del tío Abelardo sí se puso espesa y se lo llevó de la oreja igual que a todos los vecinos que traían freno de mano. El Jeringas le metía el dedo a Amalita en los hoyos de sus pantimedias de cocoles, mientras ella le langüeteaba un cachete y el panadero se agarraba a los besos con la viuda. Era una escena bellísima, que compartí con el Amapolo y sus caramelos.

El azar debe ser la teoría del caos para los fenómenos estáticos, no hay otra explicación. Luego de varios días buscando respuesta al insospechado giro en la suerte de nuestro protagónico, llego a la conclusión de que la ley del menor esfuerzo priva sobre cualquier plebiscito de la madre naturaleza. Sin haber movido apenas un dedo, Padilla despertó del letargo de años como una fresca mañana, acaudalado, empoderado y al lado de una apetitosa nenorra que cada día pronunciaba mejor el idioma local. Había logrado quitarse de encima a tres cabrones de un solo golpe y con menos brío que el lobo de los cerditos, ya nomás le faltaba dar carpetazo al último trámite.

Había recibido un citatorio para presentarse nuevamente a declarar en las instalaciones de la PGJ. Al parecer al comandante Universo Sánchez le quedaban todavía muchas hojas sueltas en la carpeta de investigación del incidente sufrido por el tal Heriberto.

─ ¿No le parece mucha coincidencia el hecho de concordar su vuelta al domicilio materno con la defunción del señor Martínez Ramos?   ─le preguntó.

─ Oiga, mi comandante, yo no tengo la culpa de que nos hayan desalojado. A usted le consta que yo ya me había ido a vivir por mi cuenta para dejarles el paso franco.

─ Muy conveniente, sí.

─ ¿No dice que hay una banda ahí por Zacatlán que hace de estos trabajitos?

─ Sí, eso lo seguimos investigando pero, ¿qué me dice de unas acusaciones por ambulantaje que me acaba de presentar el señor secretario? ¿No es cierto que usted se dedica al comercio informal en la calle 5 de Mayo?

─ Pues, qué le digo, mi comandante, ¿de algo tiene uno que ganarse la vida, no?

─ ¿Sabe usted que ese tipo de comercio opera al margen de la ley?

─ ¡Uy, mi comandante! Necesitaban entambar a medio Puebla y a medio país.

─ ¿Qué hacía la noche del jueves 17?

─ Estuve en La Papaya tropical, allá en La Loma, ¿conoce?

Como si alguien no. Además de ser un fiel admirador de Fidelidad Caballero, la bebida de la casa era una de las favoritas del Comandante Universo Sánchez, quien cada noche de sábado se convertía en puntual ocupante de una mesa en primera fila. Que Reyes fuera asiduo y se expresara con tanta emoción a propósito del espectáculo de la exuberante le hizo consentir una cierta simpatía hacia su probable participación en el caso del homicidio. Había dejado de lado las preguntas formales para dedicarse a platicar de plumas y tangas de lentejuela, y juntos rememoraban el increíble baile sobre los pezones que efectuaba la Caballero con tanta gracia, cuando una llamada del procurador le obligó a dar por terminado el interrogatorio.

También le urgía dar carpetazo al asunto. El citado procurador ya andaba nervioso y a la espera de resultados contundentes, pues aunque del estado se decía en los medios de comunicación que era un sitio seguro, sin grupos organizados y con muy bajas tasas de delincuencia, abajito del agua en las sobremesas de las señoras decentes y en las reuniones de empresarios y políticos se comentaba que los hijos de los más poderosos delincuentes del país estaban matriculados en las universidades locales, razón de más para mantenerlo como terreno neutral. 

En dos madrazos, que consistieron en una llamada y en la redacción de un oficio, el Comandante Universo Sánchez concluyó el expediente de los recientes homicidios sumándoles el infortunado caso del secuestro exprés acaecido en la persona del más importante empresario textil del municipio. Lamentablemente, señor Procurador, nos ha alcanzado la garra del crimen organizado. Hemos conformado un equipo de especialistas, para lo cual requerimos de un incremento a la partida presupuestal del ejercicio, y nos daremos a la tarea de seguir la pista a un grupo que ya tenemos en la mira hasta extirpar la cepa. Su seguro servidor, a tantos de tantos…

En Caldos Don Teódulo se había realizado una transformación que trajo al establecimiento un aire rejuvenecido. En el sitio donde alguna vez estuviera el farol chino habían puesto un anuncio luminoso de la Coca Cola, una descomunal corcholata que proveía de luz a varias mesas con manteles verde bandera. Las paredes iban de un selecto color ostión, en pintura vinílica muy lavable, y las ventanas cubiertas por cortinas de bramante con alemaniscos del tamaño de una Victoria. Atrás quedaban la vieja rockola y el pestilente olor a marisco, pues ahora reproducían la música en forma digital y la cocina contaba con un potente extractor. De la antigua decoración se conservaban el mosaico veteado del piso y las puertas abatibles, recién barnizadas en tono caoba. Todo lo demás había sufrido una exultante metamorfosis que a decir de los asiduos era como un merecido baño de modernidad.

Teódulo III, nieto del creador del reconfortante caldo de rabadilla, sirvió personalmente la mesa ocupada por nuestro amigo, quien iba de punta en blanco y tocado con sombrerito Panamá, el muy mamador. Había dado de baja sus DKNY corte boot, con apenas trece puestas y ninguna lavada, pues consideraba de índole primordial el presentarse ante sus achichincles formalmente vestido. A su diestra, Jennifer hojeaba una revista, vestida con un ajustado atuendo animal print y estiletos de charol de quince centímetros de altura. Su rubia cabellera no le alcanzaba a cubrir las enormes toronjas por las que un servidor hubiera dado un dedo meñique, pero ya nadie se atrevía a mirarle el escote.

Había en los modos del nuevo pachuco algo de la personalidad de Lozano, una prepotencia adquirida de última hora que me hizo recordar la forma en que solía mirarme desde arriba.

─ Pásate, compadre ─me dijo─, ¿ya conoces aquí a la dama?

FIN

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.