• 29 de Marzo del 2024
TGP

El encargo (Aries 5432 / Parte IV)

Facebook

Con la imagen de doña Felícitas tirada en el suelo de la cocina, porque después de los violentos acontecimientos que le había descrito el hornero no podría ser de otra forma, Padilla se fue a latiguear a los ambulantes de la 5 de Mayo que tenía a su cargo. Por aquello de la temporada se encontraban vendiendo camisetas con el escudo del América y las ventas estaban a punto de superar a las de San Valentín, pero el triste espectáculo del cuerpo ensangrentado de su jefecita no abandonaba sus pensamientos. Necesitaba encontrar un maje, alguien en quien descargar su furia antes de que el mondongo se le pusiera tieso de a feo.

 

─ No me digas, ¿te chingaron los de la tira, Federico? Pos, qué, ¿no les distes la clave? ─le dijo a un vendedor que no podía disimular el sacón de onda.

─ Se las di, ca, pero me agarraron entre dos. Que porque ésa no era.

─ ¡Jijos de la tostada! A ver, ¿qué te dejaron? Trai pa’cá.

     Y es que la mentada clave cambiaba con cada turno de los efectivos, pero entre el desalojo y lo de los cachitos del Zodiaco se traía un desorden mental de miedo. En efecto, se le olvidó pasar la actualización del día y por ese descuido imperdonable les bajaron la mitad del varo de la venta y unas camisetas talla G que, para colmo de la arbitrariedad, eran las de mayor demanda entre los libadores de lúpulo. Mejor echarle algo a la tripa ─pensó─ y cogió camino al “Café Aguirre” de la 5 de Mayo, santuario de los huevos mejor divorciados en veinte kilómetros a la redonda, donde lo recibió Teresita, una mesera afable y gordibuena que le conocía al lengüetazo los apetitos.

─ ¿Qué milagro, papucho? Hace días que no te paras por ésta, tu casa.

─ Quíubas, mi Tere. Es que ‘ora sí anduve bien ocupado.

─ No me digas. Mira, tú. ¿Quieres que te traiga unos huevitos en cazuela? ¿Divorciados con pensión? ¿pechuguita asada con su recaudo? ¿Qué te damos?

─ ¿Vas a creer que ando como desganado? Nomás tráime unos chilaquiles Serdán, pero sin pollo.

─ ¿Ni de una conchita tienes antojo?  ─preguntó extrañada la Tere, recargando las chichis en la superficie veteada de la mesa.

─ No quiero quedarte a deber. Dame chancita y uno de estos días te llevo a ver la nueva de las penumbras del Grei.

─ ¿De veras, corazón? Hoy no trabajo en la tarde.

     Luego de dar cuenta del plato, y en un descuido de la Tere, salió corriendo hacia el expendio de Pronósticos para la Asistencia Pública. El establecimiento se encontraba ya con la cortina a media asta por ser hora de merecer, aunque de todos modos ingresó pese a la inconformidad de un chavo que lucía un trébol de cinco hojas en la camiseta. El cuate le rogaba volver otro día porque su vieja ya le estaba tamborileando las uñas en el cristal, además de que solo quedaban tres billetes. Y es que en el sitio donde poco antes tenían la serie completa, justo en el primer peldaño de la vitrina pegada a la puerta del aparador, ahora exhibían unos miserables “Gana Gato”.

     Padilla entrecerró los párpados, como hacía doña Felícitas cuando quería sacarle la verdad y no tenía a mano la chancla, pero todo parecía indicar que el cuate iba de honesto.

─ Órale pues, échamelos ─dijo agarrando los tres billetes para introducirlos en la bolsa trasera de sus vaqueros.

 

Antes de llevarle la cuenta de la recaudación del día al Chipocles, un chulo que regentaba a todas las damitas de la 4 Poniente y a la tercera parte de los ambulantes de la capital, Padilla pasó a echar un lente a Ca’del diablo por si sus DKNY corte boot se hubieran quedado en un rincón. En el inmueble habían cortado ya el suministro eléctrico y las primeras sombras de la tarde descendían sobre las paredes como la mugre incrustada en los asientos de un microbús.

     Nuestro amigo se coló por debajo del precinto que tapiaba la puerta y se movilizó prudente en la penumbra de una noche sin luna. Privaba un silencio turbio, apenas interferido por el crujir de las viejas tuberías y los silbidos del viento entre las cortinas de plástico que resguardaban el acceso al segundo patio. Allí se tropezó con la camionetita de redilas color olivo que el Connan jalaba a todas partes y era el medio de transporte de sus valerosos luchadores. Cuando la alzó para hurgar en el interior, descubrió con un dejo melancólico que al otro lado de la ventanilla el mecate en que Evelia solía orear sus tangas ondeaba huérfano de esperanza. Al vehículo también le faltaban una rueda delantera y el asiento del copiloto, lo que le hizo suponer que los mini héroes habían sido víctimas de desaparición forzada.

─ ¡Me lleva la que me trajo! ¿’Onde habré puesto al Negro?

     Era una escena tristísima. No se oían el rumor del agua en el pozo ni el reproductor de música del que todos los días, a eso de las nueve y media, brotaba el acompañamiento para que Jenni Rivera y la Mamirrica ensayaran sus adoloridos duetos. Habían quitado puertas y ventanas, así que a Padilla no le costó ningún trabajo meterse al siete, ex domicilio del bombero al que tantas veces coronó con los de reno canadiense mientras comía de su pan y de su carne (en la persona de la Mamirrica) para después darle baje a su vino en unas cubitas postcoitales. Nada. Allí no quedaban más que polvo y escombro.

     A punto de dar las siete agarró dirección a “Caldos don Teódulo”, oficina del Chipocles, su empleador, donde al llegar, y tal como lo venía sospechando, lo encontró en plena hora de la secretaria con una chamaca que sentada sobre sus piernas le iba suministrando cubos de queso de puerco en la boca.

─ Pásate, compadre. ¿Ya conoces a la dama?  ─dijo el padrote.

     Como si alguien no. Era la Cruel Amalia, una luciérnaga de uno cincuenta, chichona y ojona, que se vendía cara como dominatriz aunque para efectos prácticos solo fuera una madreadora frustrada con ínfulas de gótica. Vestía botas largas de plástico negro con tacón del quince, medias caladas en forma de cocol y un vestidito con tirlangas a la altura de los pezones. Por tan ecléctico atuendo podía saberse que venía de ejercer o para allá iba, pues el látigo de siete colas que sostenía en la diestra y el histrionismo de sus modos hacían suponer de inmediato lo antiguo de su oficio. La plasta del lipstic se le frunció sobre los labios cuando saludó a Padilla con una sonrisa displicente, arrojada desde un pedestal que la ponía muy por encima de su condición de gato.

─ Quíubas ─musitó.

─ A ver, mamacita, vete a ver si estamos en la otra mesa, que vamos a hacer negocios aquí con el compadre  ─dijo el Chipocles, poniendo cara de empresario el muy mamón.

     Dos rondas después, le había cobrado a Padilla lo de la incautación de las camisetas del América.

─ Bisnes son bisnes, bro. Somos muy cuates, pero tus pendejadas te las compras con tu domingo  ─apuntó el jefe.

     Padilla no la hizo de jamón porque necesitaba pedirle un favorcito, en voz baja para que no oyera la Gatúbela de los liliputienses que se bebía las cubas como si tuviera a Bob Esponja atorado en el gañote.

─ Hay un vejete huevón que le anda sobrando a mi jefa   ─dijo prácticamente en un susurro.

     Luego se puso a hacer copitos de nieve con los restos de una servilleta, hasta que el nuevamente fraterno compadre respondió.

─ No es nuestra industria, mano, pero ¿cómo qué quisieras que le pasara? O cómo.

     Y el hijo de Felícitas Benítez guardó silencio, nomás pelando los ojos para que el interlocutor le leyera en la mirada que estaba dispuesto a todo.

─ Chale, compadre, eso te va a costar una lana. ¿Tienes varo?

─ Lo voy a tener el 20 de julio.

 

Poco más tarde, la Cruel Amalia caminaba detrás de Padilla guardando prudente distancia. Había decidido seguirlo luego de conocer sus perniciosos propósitos, pues además de haber llegado al límite de la paciencia con el Chipocles, a la chiquita le repapaloteaba el trasiego de información. Al escucharlo despedirse del ebrio compadre aguardó unos minutos y salió por la puerta de atrás en pos de su víctima. Era una noche serena y la calle lucía solitaria, excepto por la miríada de moscos que cometía suicidio en el único farol encendido sobre la 21 Sur. Al contacto con el exterior, la Gótica sintió sobre la piel el golpe tibio del viento y un frenesí que cualquiera habría podido confundir con la felicidad le hinchó los pulmones. Se detuvo al llegar a la esquina. Desde ahí pudo observar a su presa abrir el cofre de la unidad móvil y aprovechó para acercarse con movimientos felinos. Lord Wagen esperaba al abrigo de un frondoso tabachín con una gran cagada de pájaro sobre el parabrisas.

─ ¿Qué pedo?, ¿qué se ofrece? ─dijo Padilla al descubrir a la Minigatúbela recargada en la portezuela del copiloto.

─ Aquí nomás, persiguiendo la chuleta.

─ Újule, mi chava. Te equivocaste de público conocedor.

─ Ay, no mames, güey. Ni que te estuvieras cayendo de bueno. Yo vengo para otra cosa.

─ Y como qué otra cosa o qué, pues.

─ Tú aguanta, vamos a platicar un ratito. Súbete.

─ ¿No que venías para otra cosa?

─ De veras que eres mamón. Al coche, pendejo.

     La Gótica se trepó al vocho inglés y esperó a que el conductor se pusiera en marcha para maniobrar en la consola. Marc Bolan & T-Rex hacían una vieja versión de Light of Love que de inmediato comenzó a corear. Alrededor de su cuerpecito un aura antigua hacía suponer que su presencia, más que pertenecer al mundo de los vivos, era una lejana sensación. Alternaba las manos dentro de las copas de su brasier y al levantarse los pechos un olor a limón se liaba con las frambuesas de Marianita López. Sus cabellos no se alborotaban para jugar con el viento porque un rígido chongo, oscuro como las pestañas ficticias que aleteaban sobre su nariz, le tenía secuestrada la cabellera. Todo en ella era de un lóbrego encantador y por lo mismo, Padilla consideró de supervivencia elemental el poner distancia. Estaba convencido de que una hueva infinita de hacer la calle la impulsaba a aprovecharse del rai para no irse en blanco, pero lo que vino a continuación borró de lleno aquel alucine. 

─ Ya sé que andas queriéndote quitar de encima a tu jefe ─dijo la pasajera─ Si te late, yo te puedo alivianar.

─ No me digas. Yo ya no creo en los Santos Reyes.

─ Oh, tú lacio. ¿Vas a aflojar la chamba?

─ ¿A poco también te dedicas a la refrigeración?

─ Sólo cuando hay buenos fierros.

     Nuestro interlocutor hizo como que cavilaba un rato para no parecer urgido y al cabo de unos cuantos onomatopéyicos aceptó la propuesta. No ignorando que siempre andaba acéfalo de circulante, tampoco sorprenderá saber que se aventó la puntada de entregarle a la Minimiau los únicos tres cachitos del “número ganador” habidos en su poder. Es nomás un anticipo por la transacción ─le dijo─. El odio que sentía por el nuevo señor de Felícitas sobrepasaba su ambición por el dinero, y es que el coraje no le venía nada más por el asunto del maltrato a la doña, sino por la desfachatez con que se atrevía a mirarlo siempre para abajo como si no fuera un muerto de hambre igual a él.

     La Darketita se cagó de risa con lo del triunfo en el Sorteo del 20 de julio, pero le acabó recibiendo el simulacro de pago porque muy en lo íntimo le atraía la idea de someter al viejo. Acostumbraba a ingerir chiles cuaresmeños antes de practicar el sexo oral a los adeptos de su látigo de siete colas, aunque ya los clientes cautivos le empezaban a colmar el buche de tedio. Desde hacía tiempo sentía ganas de experimentar con un pobre pendejo que le suplicara “ya no, mamacita” con un miedo auténtico atravesado en las gónadas, y aquella era una oportunidad de oro. Le advirtió a Padilla, eso sí, que una vez finalizado el trabajo debía cubrirle el pago de los honorarios o convertirse en su sumiso durante por lo menos un año.

─ Párate.

─ ¿Otra vez tú?

─ Que aquí me bajo, mamón ─dijo al pasar frente a la fuente de la China Poblana.

─ Y, ¿cómo te localizo, Dulcinea?

─ Yo te busco. Tú dedícate a juntar mi varo.

─ Ya vas, Barrabás.

     La Minificción se esfumó meneando las chiquitrancas entre las luces violáceas de la fuente. No habían transcurrido ni cinco minutos cuando nuestro personaje ya estaba preguntándose si había soñado el encuentro con todo y trato.

 

------------------------------

 

Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.