De las mesas vecinas se volvían para mirarlos sin disimulo. Con el solo impulso de sus palabras, los monumentales senos de Delicia se bamboleaban rozando el borde de la taza de café. Javier recibió correctamente la señal; esos pechos eran badajos de sendas campanas llamando a motín. Vertió un botecito de grasa vegetal en el americano y de inmediato las ligeras olas sin espuma comenzaron a llevarlo lejos de ahí. Los reclamos que su mujer escupía en contra suya podían escucharse hasta la mesa once, de modo que para esquivarlos activó el modo de silencio programado en su cerebro.
Con los años, Javier había desarrollado la facultad de camuflarse en una gran variedad de personalidades con tal de evadir la realidad. Reducido a un tamaño diminuto, tres centímetros a lo sumo, esta vez adoptó la forma de un cerillo cuya roja cabeza carecía de oídos. El hombre fósforo caminó sobre la cubierta de formica hasta topar con la taza de café. No eran pocos los peligros que debía sortear, la superficie era un terreno resbaladizo con profundos voladeros que convidaban a una muerte segura. Para protegerse del medio ambiente su cuerpo iba cubierto con una película de cera, pero tuvo que rasparla un poco con dos granos de azúcar antes de trepar por el mango de la cuchara. Cuando por fin alcanzó la parte cóncava del utensilio se tiró un clavado al frente con vuelta y media, cruzó a nado de crol los primeros milímetros y descendió a las profundidades. El sedimento arenoso del café le sirvió para practicarse un baño de lodo.
─ ¿Tengo o no tengo razón, Javier?
─ La tienes.
─ No me estés dando el avión.
─ Que no, mujer, pero tienes que bajar el ritmo.
─ ¿Por qué? ¿Acaso no somos ricos?
─ A este paso pronto dejaremos de serlo.
─ Eres un tacaño, Javier. ¿Para qué quieres tanto dinero?
─ No lo quiero, solo lo cuido.
Las nalgas inmensas pero firmes de Delicia se colaban por los hoyuelos del tejido de bejuco en la silla. Una mezcla feroz entre negro africano y nodriza holandesa, perpetrada en algún recóndito lugar de su árbol genealógico, le había dejado en herencia la piel lustrosa de una yegua y los ojos azules de las recolectoras de tulipanes. Era una mujer enorme, bien proporcionada para su uno noventa de altura, tosca y alebrestada como el hedor del infierno. En cambio, Javier era un tipo de estatura promedio, complexión delgada y modos muy prudentes. Tenía para los negocios la destreza de un estadista y una fortuna tan ofensiva que seis generaciones de vagos alcanzarían a vivir de ella con desahogo, pero él la cuidaba como si no tuviera para comer al día siguiente.
Las diferencias físicas y emocionales entre los esposos eran de llamar la atención. Viéndolos pasar del brazo cualquiera podía imaginar que cohabitaban en la barroca escena de un parto difícil. Quizá el secreto en sus doce años de matrimonio era que Javier había perfeccionado un sistema infalible para escapar de situaciones turbulentas. Estaba imposibilitado para discutir, pero conseguía transmutarse en cualquier persona, animal o cosa sin perder el estado de semiinconsciencia con que respondía a los interrogatorios de su mujer. Gracias a este método había sido, entre otras cosas, ave de paso, bolígrafo, recaudador de impuestos, cucaracha, párroco de pueblo chico, perro guardián, calentador de agua y molde para hornear.
─ Entonces, ¿me das el dinero? o no ─dijo ella.
─ ¿No te acabo de dar la semana pasada?
─ Yo también te di la semana pasada, ¿no?
─ Últimamente estás gastando demasiado. ¿Por qué no mejor te metes a unas clases de pintura?
─ No digas sandeces, Javier. Nunca pasé de dibujar monos con palitos, pero en todo caso tú gastas más en trajes y corbatas.
─ Son necesarios para mi trabajo. De ahí sale para todos tus lujos, mi vida, que muy pronto nos llevarán a la ruina.
─ Me enerva lo pichicato que eres. Te vas a morir con un baúl lleno de monedas bajo la cama.
─ No si tú lo encuentras antes.
Javier podía ser un poco agarrado, precaución que se justificaba debido al sanguinario dispendio de Delicia. La mujer era una poza sin fondo del tamaño de toda su humanidad.
─ Me estás orillando a caer en la ignominia, Javier. Como le pasó a la pobre Silvia.
─ Silvia no es pobre, pero, ¿qué le pasó?
─ Nada, que el miserable de su marido le canceló las cuentas y el viernes pasado se tuvo que jugar el collar de perlas y la estola de doña Cuquita. ¿Te imaginas? ¿Quieres que yo haga lo mismo?
─ No tienes por qué hacerlo. No vayas y ya.
─ Si no hay dinero, no hay maleta. Te lo advierto.
─ ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
─ Yo también me quiero divertir.
Ante la amenaza de suspender la maleta, Javier comenzó a flaquear. El hombre fósforo había concluido el baño de lodo y ahora descansaba tendido sobre los restos de una servilleta de papel. Se debatía entre la vigilia y el sueño, pero quedarse dormido bajo la luz neón que iluminaba la mesa podía provocarle una combustión cerebral. Un grave peligro se cernía sobre sus hombros.
─ Dos mil quinientos ─ofreció él.
─ Eso es una miseria. No hay maleta. Y ya decídete, porque me están esperando las muchachas.
─ Querrás decir, tus viciosas amigas mantenidas.
─ ¿Me acabas de llamar mantenida? ¡Descarado! ¿Crees que la casa y tus hijos se atienden solos?
─ No dije eso.
─ A mí háblame claro. Si ya te duele la chequera, yo te dejo el camino libre para que ahorres peso sobre peso.
Delicia dejó caer sobre los restos del café unos lagrimones de desconsuelo que le salían a pedir de boca.
─ No llores, por favor. No quise decirlo así, mi amor.
─ Entonces, ¿cómo? Mañana mismo me regreso a casa de mis papás, de donde nunca debí haber salido.
─ No grites, Delicia. La gente nos está mirando.
─ ¡No me importa! Que lo sepan todos. ¡MI MARIDO ES UN DEPREDADOR! Sí, señores. Este hombre que ven aquí, tan decente con su traje recién planchado, me escatima hasta lo más indispensable.
Se había puesto de pie para gritar mejor. Erguida alcanzaba la estatura de hombre y medio, pero estando además poseída por la cólera se ungía con la fuerza bruta de un gladiador. De haber querido lo hubiera levantado de la silla con una sola mano, aunque le bastaba con escandalizar a la concurrencia, lo sabía bien. Si algo sacaba a Javier de sus casillas era el verse envuelto en el escarnio público.
Delicia golpeó la mesa con sus manazas y le escupió otra sucesión de insultos. El fervor hacía que sus senos asomaran por el escote de la blusa de holanes. Mientras más fuerte gritaba, más le saltaban los pezones y las venas del cuello. Era una escena terrorífica. El hombre fósforo sintió el terremoto. Vajilla y cubiertos trepidaban amenazantes y aprovechando el brincoteo de un tenedor se proyectó hacia el bolsillo del saco de Javier. Por suerte, aterrizó entre los pliegues de un pañuelo de seda para resguardarse durante el tiroteo.
─ Mira, Delicia, la situación se viene muy difícil el año entrante y si no te ajustas al presupuesto, olvídate de las vacaciones de invierno en Whistler y de la camioneta nueva.
─ Nada más eso me faltaba. ¡OIGAN TODOS! El señor me está amenazando con el recorte presupuestal. Ya le bebió los alientos al presidente.
─ Baja la voz, mujer. ¿Qué necesidad tienes de exhibirte?
─ No me importa. ¡NO ME IMPORTA! Yo cumplo con todas mis obligaciones de esposa, lo mínimo que merezco es el derecho a un rato de diversión.
─ Pero lo tuyo no es diversión, ya es vicio. Serías capaz de jugarte hasta el acta de nacimiento de los niños. Acuérdate de tu papá.
─ ¡No me toques a mi padre, Javier! Qué ingrato eres, de veras. Me casé contigo creyendo que eras un buen hombre, pero tu incomprensión ha sido un castigo insoportable. Algo muy malo debí haber hecho en mi otra vida para merecerte.
─ Tres mil.
Llegado este punto, Delicia supo que había ganado la batalla. No era una cantidad despreciable, pero esa noche se sentía con suerte y quiso apostar por más. ¿No era ese su talento? El hombre fósforo asomó la cabeza desde la trinchera del bolsillo para reconocer el terreno. El enemigo parecía enarbolar la bandera blanca.
─ Cinco mil y dos maletas ─reviró Delicia.
─ ¿Hoy y mañana?
─ Hoy y mañana.
Como quien quema las naves, Javier extendió un cheque por los cinco mil pesos que exigía su mujer para la jugada semanal. Ella lo besó tiernamente en la boca y ante la mirada incrédula de los comensales salió del restaurante contoneando sus nalgas diamantinas. Una mujer cerillo se bronceaba en cueros echada sobre un pedazo de Klennex con marcas del labial de Delicia. Al descubrirla, el hombre fósforo sintió crecer el ardor en sus partes combustibles. Calculó que el fuego no tardaría en abrasarlo, cogió el pañuelo de seda para hacerse un paracaídas y se abalanzó sobre la esbelta mujercita para fundirse en una flama que arrasó con los mantelitos individuales en segundos.
Javier volvió a casa para prepararlo todo. Encerrado a piedra y lodo se dio una ducha larga, se perfumó con agua de colonia y se envolvió en una yukata corta de algodón para orearse las partes.
Del fondo del armario extrajo una maleta de cuero y sobre la cama fue armando una hilera con su colección de extravagantes juguetes. De allí salieron una máscara de pene con rendijas en la base del glande, un guante masajeador tupido en espolones de caucho, una bolsa de agua caliente con órgano copulador incluido, un vibrador rosado en forma de ballena, bolas chinas, esposas de peluche, patito de goma y un sinfín de ingeniosos artículos que aguardaban en formación militar por el regreso de la diosa de ébano.
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Twitter: @mldeles
De la Autora
He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.
He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.
He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.