Al diablo lo nuestro, se acabó, tú no eres mi otra mitad… Espinoza Paz le echaba de su ronco pecho en lo que un rechinido subía de decibeles cada vez que Leidi Feis le hincaba el pedal al freno. El sufrimiento incrustado en las entrañas sintéticas se confundía con el ruido de los metales rozando entre sí. Era un reclamo legítimo; tan angustioso como un montón de cacas de perro rebosando el contenedor de basura junto al parque. “Malditas balatas”, escupió la Leidi, con ese tono característico de quienes no practican la empatía. Era lo único que le faltaba luego del melodramático fin de semana. La esposa de su novio se había dado vuelo con las publicaciones en Facebook, y mientras conducía iba repasando mentalmente sus argumentos para encuadrar el pancho correspondiente.
Se sentía humillada. Y una mujer humillada es una bomba de tiempo, dijo un filósofo oriundo de Apaseo el Grande. Su socia iba entrando al quinto piso con un desparpajo digno de envidia. De a una por año se había practicado todas las cirugías estéticas posibles, incluida la de juanetes, con tan buena suerte que aún estaba lejos de parecerse a Elba Esther. Eso le calaba hondo. Que tuviera casa con alberca y vacaciones en el extranjero cada cambio de estación le tenía sin cuidado, lo que en verdad la hacía bailar en un pie era que la ruca se exhibiera en las redes sociales como si fuera la más feliz de las mujeres.
“Te vas a arrepentir, licenciado”, chilló. Aventó las chanclas al asiento trasero y se amarró las zapatillas de pulsera. Para variar llegaba con retraso y tuvo que dejar el auto entorpeciendo la salida de otro vehículo. Tarde se le hacía para cantarle el precio a Villegas, su güey. “Ni sabes la que te espera. Me voy a matar de hambre lo que resta del mes y a huevo que entro en la talla siete. De rodillas me vas a suplicar que no te deje de querer y, ¿sabes qué te voy a contestar? ¿Sabes qué, perro? ¡Lánzate a posar en las ridículas fotos de tu mujercita!”
El licenciado Güey no era bien parecido, aunque ni falta le hacía porque era sexoso y acaudalado en abundancia. Como todo cincuentón adúltero se consideraba en obligación de compensar los daños y Leidi Feis tenía una adicional de su tarjeta de crédito, un depa totalmente amueblado y hueco en la apretada agenda de la misma peluquería donde se tuneaba la doñita. Caer en amores pérfidos con el jefe reportaba suculentos beneficios, lo malo es que eran de quita y pone. Una vez apagada de amor la llama, adiós paquete de prestaciones. Por eso, y para no correr con la misma suerte de sus antecesoras, ella se había puesto como meta convertirse en la próxima señora Villegas.
Leidi Feis apretó el paso al cruzar frente a la oficina del director. Lo primero era aplicarle la ley del hielo un buen rato.
─ Buenos días, licenciada. Por favor, venga a mi oficina con el actualizado de ventas ─dijo Villegas al reconocer los acordes de su taconeo.
─ Buenos. Se lo envío después de las once.
─ Oiga, pero necesito revisar otros pendientes con ust…
─ Yo le aviso, licenciado. Si me disculpa, tengo algo de prisa.
El güey se quedó con las palabras en la bragueta. No se animó a salir al pasillo por no armar un alboroto frente a los empleados, pero de inmediato marcó a su extensión para averiguar de qué iba la cosa. Había llegado más temprano a la oficina porque la idea de embarrarle la piel pelona, atrincherándola contra el lavamanos de su baño privado, lo había hecho saltar de la cama.
─ Dígame, licenciado.
─ Páseme a su jefa.
─ Fue a servirse un café.
─ Pues, en cuanto vuelva que me llame.
─ Yo le digo, licenciado.
Sospechando de gato encerrado, Villegas se apresuró a abrir la página de Facebook para anticiparse al sainete. “Me recargo en la puerta”, escupió mientras hurgaba en la cuenta de su señora, quien aprovechando el tercer güisqui dominical lo había acribillado con el arma mortífera del obturador. Mejor pasarse de una vez a Amazon. ¿Aretes? ¿bocina? ¿bolso? “¡Chingada madre! ¿Por qué siempre me han de tocar pederas?”, pensó al ordenar un Carmelo Rodero TSM por si conseguía que la Leidi aflojara antes del miércoles. También le mandó al depa unos audífonos Bluetooth Indy y un conjunto deportivo Juicy Couture en talla 7. Si todo salía según lo previsto, ese pleito iba a ser de los baratos.
Pero a Leidi Feis ya le urgía salir de las tinieblas y a como diera lugar quería tener su lugar en Facebook. No la movían ni el famoso vestido blanco ni la casa con cuatrocientos metros de jardín, lo que ella quería era coleccionar laics.
A media tarde, la ofendida se sintió en condiciones para armarla de pedo.
─ Aquí tiene el avance de la venta, licenciado.
─ Entre y cierre, por favor.
Villegas la amuralló entre el escritorio y la silla. De volada le planto un beso en la boca y le metió la mano por debajo de la falda.
─ ¿’Ora qué te traes, mamacita? ¿Qué te hice?
─ Qué hice, pregunta el licenciado Cabrón.
─ No te entiendo.
─ ¿Ya viste las fotos que subió la mujer esa? Anoche ya llevaban más de cien laics de sus estúpidas primas.
─ ¿Otra vez tú?
─ Otra vez, tú. Me rechoca verte en el Face con ella. Mira, mira nada más cómo le agarras la cintura.
─ ¿Qué querías que hiciera? Mi comadre insistió en tomarnos la foto, pero nada más salimos a comer con los niños.
─ No tienes vergüenza.
─ Baja la voz. Te va a escuchar Lolita.
─ No inventes, Villegas. Lolita y todo el edificio ya saben que te encanta el fruto prohibido. ¿De cuándo acá tan precavido?
─ Ya tengo los papeles del divorcio, ten.
─ No te creo nada. Me los voy a mi casa para revisarlos con calma. Tú no me vas a seguir viendo la jeta.
─ Bueno, pero, ¿nos vemos mañana? Te tengo una sorpresa.
─ A ver. Primero los leo.
Al día siguiente, la ofendida amaneció empoderada. Su buen humor y condescendencia sorprendieron a todos en la oficina, aunque no tanto como a Villegas, quien no daba crédito a su buena suerte. Después de la comida, su novia lo había atrincherado en el baño privado y no le permitió volver a ponerse la ropa hasta que el reloj checador almacenó la última tarjeta. Por la tarde volvió a casa todo lacio y se echó a dormir la mona sin sospechar que entre los arrumacos le habían sacado parte de sus pertenencias.
Leidi Feis fotografió las seis páginas de la demanda de divorcio con el celular de Villegas, entró a su perfil de Facebook y las subió una a una etiquetando a la doñita.
En eso sonó el timbre. Era el güey de Amazon con el Carmelo Rodero.
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Twitter: @mldeles
De la Autora
He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.
He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.
He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.