• 12 de Diciembre del 2024
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Insomnio con bala (Cuento)

Watercolour / Prawny/Pixabay

 

El bicho al que iba dirigida la bala había dado dos vueltas sobre una cerca de piedra negra y, sin exclamar ningún quejido, cayó del otro lado sobre unas botellas

 

Juan Norberto Lerma

Rómulo Esperanza estaba mirando de nuevo el túnel negro que los muchos días sin dormir le provocaban, cuando a lo lejos escuchó un disparo. Se había trepado a una escalera para alcanzar la cara de la figura de yeso de un San Martín, y ni aun con el estremecimiento que le provocó el ruido dejó de agitar el trapo húmedo para cumplir con su cometido.

El estampido de la bala fue dando tumbos por las paredes coloridas del poblado El Manzano, y el entendimiento de Rómulo Esperanza hizo lo posible por no quedarse muy atrás del zumbido del tiro que disparó un parroquiano en la cantina Los Iluminados. El bicho al que iba dirigida la bala había dado dos vueltas sobre una cerca de piedra negra y, sin exclamar ningún quejido, cayó del otro lado sobre unas botellas. Una docena de pájaros que bebían agua en los charcos se refugiaron en los álamos vecinos, y los niños que acababan de salir de la escuela cayeron de espaldas en las escaleras.

Calle abajo, el estampido se redujo y sus astillas volaron por las callejuelas, pero la bala siguió su curso. En la plaza sólo se escuchó el zumbido limpio, como de bala nueva, cuando pasó para reposar su carrera en los escondrijos del templo del Señor Santiago.

En cambio, Rómulo Esperanza había dejado de ver el túnel negro que lo perseguía, en el instante en que recordó que había sido elegido para representar a un centurión en el drama de la Crucifixión que realizaba año con año la capilla. Hacía varios días que Rómulo Esperanza no dormía, sin embargo, mientras limpiaba los nichos de los santos en el templo del poblado, le pareció sentir un golpe de aire en uno de sus costados, y escuchó casi enseguida el tintinear de un metal junto al Sagrario, al que él todavía no llegaba con su cubeta y su escalera. Por un instante, Rómulo Esperanza se dijo que quizá el Señor Santiago había escuchado al fin sus oraciones y había comenzado a llover dinero.

Escuchó el revuelo que ocurría allá afuera y de unos cuantos pasos arenosos llegó a la puerta. Todavía alcanzó a ver a la gente que se había escondido entre las bancas de la plazoleta y vio que en los costados de las jardineras estaban agazapados algunos jóvenes. Se sintió liviano y creyó que la voz ronca del balazo le había aguzado los sentidos y que, por lo mismo, notaba una tonalidad distinta en los colores de cuanto lo rodeaba.

Le pareció que las rejas de la ventana de Remedios Estrada estaban recién pintadas y que él, absorto en su insomnio, ni cuenta se había dado. Le extrañó no verla a ella vigilando la entrada de la calle, sino a una niña pequeña que jugaba de espaldas a atravesar la pared, y lo sorprendente es que lo conseguía.

Tal vez Rómulo Esperanza hubiera vivido durante muchos años de no haber dudado de lo que veía, o por lo menos ese instante se le hubiera figurado tan grande como otra vida. Sin embargo, Rómulo parpadeó repetidas veces para creer lo que estaba viendo y en ese instante dejó de sentir el suelo, el túnel negro se había instalado en su costado. Una brisa amable lo llevó a mirar de cerca por última vez los lugares que había amado y a descubrir una calle amarilla que nunca antes había visto, y más tarde lo depositó con suavidad frente al muro por donde la niña se había escapado.

***

Juan Norberto Lerma

México, Distrito Federal. Es escritor y periodista. Ha colaborado en diversos medios de comunicación y en varias revistas culturales. En el año 2000 ganó el premio de cuento José Emilio Pacheco, al que convocó la Universidad Nacional Autónoma de México.

Ha publicado varios libros de cuentos en Amazon, entre los que se encuentran La Bestia entre los días, y Perro Amor.

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