• 04 de Mayo del 2024

Diario para un cuento, de Julio Cortázar/¿De qué va?

 

 

Juan Norberto Lerma

Diario para un cuento, de Julio Cortázar, es una historia conmovedora y deslumbrante, que comienza con un narrador que lamenta que él no tenga la capacidad literaria de Adolfo Bioy Casares para contar la historia de una mujer a la que recuerda como una presencia importante en su vida. La mujer es una prostituta, una mujer joven y sensual, que se paseaba todas las noches en el puerto, y que sostenía un amorío con un marinero extranjero.

En este historia, el narrador de Julio Cortázar utiliza el formato de diario, lo que le permite teorizar formalmente sobre las formas de construir un cuento y al mismo tiempo contar la historia de la mujer. El diario de apuntes lo comienza en febrero, el mes con menos días, y lo termina el ultimo día. El formato de diario le permite al narrador tocar distintos ángulos de la historia, y también corregir, jugar con la narración, hacer observaciones subjetivas, y reflejar la preocupación que experimenta cuando cree que la historia no está bien escrita.

El narrador era un traductor que pasaba sus días trabajando con textos técnicos de dispositivos mecánicos que nunca había visto, y su vida se limitaba a trabajar y, de cuando en cuando, a pasear con su novia. El narrador aprovechaba los ratos muertos para teorizar sobre la forma en que se escriben los cuentos, y mientras cuenta la historia de la prostituta, hace un breve repaso por los puntos esenciales para contar una historia.

Una tarde, mientras revisaba unos libros, de entre las hojas cayó el retrato de una mujer, que se llama Anabel. El narrador miró la fotografía y de inmediato le vinieron a la mente muchos recuerdos y se propone escribir una historia en la que cuente cómo conoció a Anabel y cómo fue que ella desapareció de su vida. Acto seguido, el narrador comienza a tomar apuntes para escribir el cuento.

El narrador nos dice que en aquellos años en que traducía, entre sus tareas también estaba la de traducir las cartas que las prostitutas del puerto deseaban enviarles a sus amantes, que iban de puerto en puerto. Las mujeres llegaban hasta la oficina y le decían al traductor que les escribiera en inglés las cartas que le llevaban o que le dictaban. Una de esas mujeres era Anabel, la mujer de la fotografía que estaba en el libro.

El traductor traducía las cartas y se las entregaba, pero con el tiempo se cansa de los lugares comunes que les escucha decir a las mujeres y ya no escribe tal cual lo que ellas le dictaban. Comprende que lo que ellas querían era transmitir sus sentimientos amorosos, hacerles ver a sus amantes que los adoraban, que los extrañaban, y también entiende que entre más sentimentales fueran las cartas, los marineros serían más complacientes con ellas, y que cuando volvieran traerían regalos lujosos, extraordinarios, como unas medias de nylon, unos zapatos con tacón estilizado, o bolsas cubiertas de pedrería llamativa.

Una tarde, a la oficina del traductor llega Anabel y le pide que le traduzca una carta y que escriba en inglés la respuesta. Anabel era una mujer joven, agradable, sencilla y natural. Al principio, el narrador no tenía la seguridad de que Anabel era una prostituta y conforme se fueron conociendo se dio cuenta que ella trabajaba en lugares difíciles y que era una mujer solitaria, a la que le duraba poco el dinero y las amistades. El narrador cuenta que ni los cortejos amorosos le duraban a Anabel, porque a la tercera o cuarta carta, los marineros dejaban de enviarle regalos, y en general dejaban de comunicarse con ella.

Un par de semanas más tarde, Anabel le lleva al traductor una carta de un tal William, un marinero que estuvo en Buenos Aíres y con el que estuvo de novia unos días. El marinero le escribe a Anabel con términos apasionados y algunas vulgaridades, que avergüenzan al traductor, así que intenta suavizar el lenguaje de William, que junto con la carta envió zapatos, medias de nylon, y pulseras de piedras brillantes. Las cartas de las prostitutas que iban con el traductor eran románticas, incluyendo las de Anabel. En sus cartas, ellas hablaban de tristeza, de nostalgia, de las ganas que tenían de estar al lado de los marineros.

Una tarde, Anabel le pide que le escriba una carta urgente para William. El traductor le responde que está trabajando en un texto técnico y que más tarde escribirá la carta. Le pide que le diga los puntos básicos y que él redactará el mensaje. Anabel le replica que lo que importa es que logre transmitir el sentimiento de felicidad que hay entre ella y William, lo que ella disfruta su presencia cuando están juntos. Ya para despedirse, Anabel le dice al traductor que le diga a William que el problema de la Dolly continúa igual. El traductor le pide que le hable más de esa tal Dolly para poder explicarlo en la carta, pero Anabel le responde que nada más escriba que el asunto de la Dolly no había empeorado.

El traductor, que ya para ese entonces se acuesta ocasionalmente con Anabel, se entera que ella tiene una amiga llamada Marucha y que la tal Dolly le hace la vida imposible. En sus cartas a William, Anabel explica que Dolly es más joven que Marucha y que le gana todos los clientes, y que incluso le ha quitado a varios de sus amantes que le daban constantemente dinero. Marucha queda devastada por todas las desgracias que le ocurren desde que apareció en su vida Dolly. Marucha llora y sufre no sólo porque pierde dinero, sino porque se da cuenta de que ya está vieja y los hombres prefieren a Dolly. Además, Marucha nota que su cuerpo pierde atractivos y se le cae el cabello. Dolly utiliza todas esas situaciones para humillar a Marucha y quitarle más clientes.

Cuando el marinero está en Buenos Aires, Anabel le cuenta los problemas de su amiga Marucha y él le responde que para ponerle un alto a Dolly le va a enviar un frasquito. William le dibuja en una servilleta una calavera, con dos huesos encima. Anabel se espanta, le dice que no quiere ese frasquito, y rompe la servilleta. William se ríe, dibuja una cárcel y la tacha, lo que quiere decir que nadie irá a prisión por lo que le ocurra a Dolly. William le dice a Anabel que cuando ella quiera le enviará el frasquito con la poción venenosa y que se la den a Dolly en un trago y listo, que nadie se dará cuenta y que tampoco nadie irá a la cárcel porque es un líquido indetectable.

Uno de esos días, Dolly le quita a Marucha un cliente que tiene automóvil y no conforme con eso, difunde que la mujer tiene sífilis. Anabel se enfurece cuando Marucha le cuenta lo que hizo Dolly, y de inmediato se va a la oficina del traductor para que le escriba una carta a William y le diga que le envíe el frasco con la poción.

De pronto, el traductor se da cuenta que está en medio de una situación que puede terminar en tragedia. Comprende que se verá implicado en un delito, en caso de que él escriba la carta al marinero y le diga que le envíe a Anabel el frasquito.

En este cuento, Julio Cortázar no utiliza ningún elemento fantástico y consigue construir una historia que describe un panorama del Buenos Aires de los años 40 del siglo pasado. Aunque el formato en el que el autor nos cuenta la historia es el de un diario que sufre constantes modificaciones, la manera de contar la historia está llena de lirismo y hace que el lector se acerque a los personajes.

El narrador de esta historia crea una atmosfera de intimidad y de cercanía con los protagonistas, y podemos advertir la ingenuidad de Anabel, la maldad de Dolly y la tristeza de Marucha. Además, este cuento tiene un tono amigable, nada barroco ni retórico, sino directo, con una escritura literaria que únicamente se retrasa para explorar otros temas que tienen que ver con la historia que nos está contando.

Julio Cortázar fue un escritor argentino, escribió varias novelas, de las cuales la más conocida es Rayuela. Julio Cortázar escribió decenas de cuentos fantásticos, sus escenarios son cosmopolitas y uno de sus temas recurrentes son las situaciones en las que los personajes tienen un pie en la realidad y el otro en lo desconocido.