• 27 de Abril del 2024

El Ruletista, de Mircea Cărtărescu/¿De qué va?

 

 

Juan Norberto Lerma

El Ruletista, de Mircea Cărtărescu, es una historia que cuenta un narrador de 80 años. El cuento se llama El Ruletista porque trata sobre un hombre que se enfrenta al juego de la ruleta rusa, en el que se introduce una sola bala en un revólver, se da vuelta al tambor y posteriormente se acciona el gatillo en la cabeza. El hombre se llama El Ruletista porque fue el único que se mereció el título, como si fuera su nombre de pila, debido a que era un sujeto que desafiaba al azar, a la suerte, y voluntariamente contribuía a su propia destrucción o a luchar en contra de su destino.

En este relato, Mircea Cărtărescu utiliza como narrador a un hombre viejo, que a pesar de la sabiduría que adquirió durante su vida, aún se pregunta cuál es el significado de la literatura y de la existencia. El narrador nos cuenta una historia en la que el azar acorrala a un hombre hasta convertirlo en uno de los seres más despreciables de la sociedad, sin embargo, ese mismo azar, lo lleva a elevarse por encima de los grandes hombres que antes lo despreciaban.

Es verdad que el hombre, el personaje de El Ruletista, no obtiene gratis ese reconocimiento social, sino que lo recibe gracias a que vive en una constante tensión emocional que lo coloca a cada momento a punto del colapso. De cualquier modo, el dinero y la fama no mejoran la vida interior del personaje central, que sólo parece existir para colocarse frente al público, empuñar un arma y desafiar a la muerte.

En el momento en que el narrador comienza la historia se encuentra sumergido en un estado emocional alterado, en una depresión que le permite mirar en su interior y acercarse a sus pensamientos más reflexivos. El hombre filosofa sobre la muerte, la vida, y la literatura.

Sus reflexiones son una introducción a la historia que nos va a contar. Nos dice que todos los personajes de sus libros son inventados y que los lectores han creído que son reales, y que ahora por primera vez va a contar la historia de un sujeto real, con el que convivió durante algún tiempo. El narrador declara que no había querido utilizar a esa persona real, porque los lectores habrían calificado de inverosímil cualquier historia en la que apareciera un hombre semejante. El sujeto del que va a contar la historia es un ser especial, un perdedor que se eleva hasta las más altas esferas sociales y que, aunque es una contradicción, gracias a su mala suerte se convierte en una persona de éxito abrumador.

Alrededor del juego de la ruleta se crearon imperios y se derrumbaron empresarios poderosos. Las apuestas eran desorbitadas y muchos se hacían ricos de la noche a la mañana. En ese juego, un hombre apostaba la vida y lo sabía, no podía participar cualquiera, sino sólo hombres dispuestos a jugarse la existencia frente al cañón de una pistola que contenía una sola bala que ellos mismos podrían disparar.

El espectáculo de un hombre con una pistola cargada en la sien tampoco era para cualquiera. Sólo podían presenciarlo las personas que tuvieran el suficiente temple para mirar cómo le estalla el cerebro a un ser humano. Los asistentes deberían aguantar sus ganas de vomitar y por ningún motivo deberían salir corriendo cuando los fragmentos de cráneo y masa encefálica del ruletista les cayeran sobre sus ropas de fiesta.

 Desde luego, el juego y las apuestas se realizaban en lugares clandestinos, en sótanos de callejones llenos de peligros. Al espectáculo asistían hombres de la política, filántropos, pintores, empresarios, apostadores profesionales y hasta escritores. Aunque no participaban de manera directa, las autoridades también colaboraban para que se realizara el juego de la ruleta, pues fingían que no se daban cuenta. Cuando el jugador moría, siempre había hombres dispuestos a ayudar a deshacerse del cuerpo.

El ruletista tenía un nombre, pero el narrador lo olvidó. Lo describe cómo un hombre de cara triangular, con ojos asimétricos y el cuello alargado. El ruletista tenía un aspecto desaliñado, primero vestía ropajes comunes y después se le vio con sus esmóquines elegantes. El narrador dice que quisiera agregarle al ruletista algunas características memorables, pero desafortunadamente no las tenía, sólo recuerda que la mitad de sus dientes eran de metal y la otra de carbón.

El narrador no se anda por las ramas y desde los primeros capítulos cuenta que años más tarde una pistola provocó la muerte del ruletista. Aunque la revelación podría parecer una mala estrategia literaria, porque adelanta la muerte del ruletista, en el texto no es una indiscreción, sino un motivo que al narrador le sirve para sorprender cuando llega el instante de contar la forma en que murió el ruletista, que tuvo una muerte inesperada y no convencional.

En el transcurso del relato, nos enteramos que el ruletista era vecino del narrador. Atestiguó en varias ocasiones las transformaciones casi milagrosas o brutales que le ocurrieron al sujeto, antes de que se convirtiera en ese estereotipo del hombre que se enfrenta a la estadística, a las matemáticas, a la muerte, y que las derrota una por una o a todas juntas. El ruletista se enfrentaba en una lucha cuerpo a cuerpo y cara a cara a toda las probabilidad en su contra y las vencía.

De niño, a El Ruletista le gustaba torturar animales, jugaba a las canicas y a lanzar la herradura. En esos juegos, nunca se le vio ganar al ruletista, siempre perdía, lo que fuera, botones, corcholatas, estampas. De joven, el ruletista se volvió brutal y le encantaban los pleitos. En esos años, lo acusan de violación y de robo y termina en la cárcel durante una temporada.

El narrador cuenta que él lo visitó en la cárcel y que lo ayudó con dinero, porque el ruletista jugaba a los dados, baraja, y cuanto juego de azar le propusieran, y en todos perdía. Era un perdedor y se avergonzaba, porque sabía que estaba incapacitado para quedarse con el dinero de otras personas. Cuando el ruletista sale de la cárcel va dando tumbos de un lado a otro, se convierte en un alcohólico y comienza a mendigar en bares y cantinas.

En esos años, el hombre aún no se convertía en el ruletista, dormía en las calles y cuando se lo permitían, en las cantinas. Para burlarse de él, algunos parroquianos a menudo lo llamaban, le ofrecían una jarra de cerveza si lograba sacar el palillo más largo. Le mostraban la mano en la que tenían las puntas de dos palillos y le pedían que eligiera el más largo, y el hombre invariablemente elegía el más corto. Los parroquianos se burlaban de él porque siempre perdía. El azar jugaba en su contra, cualquiera que apostara contra él ganaba. El destino de ese hombre era perder siempre y, sin embargo, esa misma condición fue la que lo condujo a tener éxito en la ruleta rusa. Su mayor debilidad fue la que lo llevó a la cumbre de la popularidad y del prestigio social.

En los años siguientes, el hombre logra vencer de manera casi milagrosa a su destino de perdedor y no sólo se sobrepone a sus adversarios, sino también a esa especie de fuerzas que manejan la parte oculta del mundo.

En esos años, el narrador ya había publicado sus primeros relatos y poco después publicó su primer libro de cuentos. Una tarde, entró a un restaurante de lujo y en una de las mesas ve a un hombre rodeado de empresarios y mujeres hermosas. El narrador se da cuenta que aquel sujeto es su amigo, el ruletista, y se asombra de que el tipo sea el centro de atención de todos aquellos personajes que colman la mesa. El ruletista está ahí en medio de toda esa gente de elevado nivel social y tiene la mirada indiferente, y en su rostro se refleja el fastidio.

El narrador reconoce que siente envidia de ver a su amigo en la cumbre social, al mismo perdedor que vio derrotado en todos los juegos de azar y a quien ayudó cuando lo encarcelaron. La vida del ruletista cambió drásticamente, de un paria se convierte en un hombre asediado e incluso célebre, por lo menos en los mundos clandestinos en donde se mueve. El ruletista invita al narrador a sentarse a su mesa y él acepta. Al narrador le admira que esos empresarios y hombres destacados en la pirámide social concentren su atención en su amigo y mientras está con ellos logra captar frases indirectas que hablan del juego de la ruleta rusa.

Unos días después, cuando pasea en las calles, el narrador siente un desasosiego, sospecha que lo siguen y lo vigilan. Más tarde, descubre que efectivamente lo siguen, porque alguien lo ha propuesto para que sea testigo del juego de la ruleta rusa en los sótanos clandestinos.

Unos sujetos suben al narrador a un automóvil y le vendan los ojos. Lo llevan a un sótano lúgubre y maloliente. Alguien le dice que presenciar el juego de la ruleta rusa sólo es difícil al principio y que luego se convierte en algo adictivo. Cuando le quitan la venda de los ojos, ve una especie de ruedo y a un gran número de personas. En un lugar especial, está su amigo, El Ruletista. Todos los que se encuentran en ese lugar, se sienten una especie de elegidos, algunos son grandes empresarios, otros son industriales exitosos, unos más son actores, y otros profesionistas, personas bien vistas en sociedad.

Toda aquella multitud va a ser testigo de cómo su amigo se va a enfrentar a su suerte, cómo va a desafiar a su destino y mirará cara a cara a la muerte. Los preparativos comienzan y los corredores de apuestas hacen anotaciones con cifras estratosféricas, casi descabelladas. En la escena entra otro hombre, que va acompañado por un sujeto que tiene una pinta similar a la que el ruletista tenía en sus peores años. La multitud está tensa porque sabe que en cualquier momento comenzará el espectáculo.

De pronto, todos se callan, una especie de maestro de ceremonias saca de una caja de madera un revólver con incrustaciones de diamante. La gente murmura y mira casi con reverencia el revólver, que el individuo coloca en el piso. Enseguida, el sujeto saca una bala y se la da a uno de los apostadores. El hombre la mira fijamente, como si valorara el material del que está hecha la bala y, cuando se convence de que la bala es real, se la pasa al sujeto que está a su lado. La bala va de mano en mano, llega hasta el narrador, que la sopesa y siente su tibieza, y luego de unos minutos la bala regresa al encargado del revólver.

El sujeto que dirige el espectáculo mete la bala en el tambor del revólver y como si fuera un ilusionista, lo hace girar. Enseguida se lo entrega al sujeto desaliñado que entró al último. El tipo lleva el revólver a su cabeza y coloca el cañón contra su sien. En ese instante, el peso de la tensión se siente en el aire, se percibe en el ambiente un aroma de sudor y almizcle. El narrador nos dice que es fascinante mirar al hombre con el revólver en la sien y detrás de él la pared blanca llena de manchas. En ese instante se escucha el clic del gatillo y un alarido espantoso de la multitud que contempla el espectáculo.

Mircea Cărtărescu es un escritor rumano. Ha publicado varias novelas y es una de las estrellas de la literatura europea y candidato al Premio Nobel de Literatura. Mircea Cărtărescu tiene una escritura de un nivel elevado, similar a la de cualquier escritor consagrado.

En este relato, el narrador utiliza un lenguaje culto y descriptivo. El narrador domina el arte de crear y describir, porque cada palabra que escribe revela un significado que aporta una imagen a la historia que está contando, es decir, no suelta palabras al aire, sino que utiliza las que son estrictamente necesarias para enriquecer su historia. Con cada párrafo que agrega, el narrador dibuja una situación de vida, que poco a poco va formando el organismo social en el que vivimos nosotros, junto con sus personajes.

Las palabras del narrador tienen un poder superior al de las escenas de alguna película, porque al tiempo que las escribe materializan imágenes que llenan nuestras capacidades sensoriales. En los momentos de tensión, el narrador mueve nuestros sentimientos y nos coloca frente a escenas demoledoras que nos pedirán tener piedad del personaje o condenarlo y desearle la peor de las suertes.