Juan Norberto Lerma
Hombre de la esquina rosada, de Jorge Luis Borges, es un texto que retrata una escena barriobajera de Argentina. Es un mosaico de color local en el que se transpiran los valores y pasiones que son necesarias para subsistir en una zona en la que cualquier gesto es una afirmación del hombre sobre la tierra.
A los hombres no les basta tener los pies en el suelo, sino que además deben justificar con valor y coraje su presencia en la calle o en la cantina. En este texto de Jorge Luis Borges la violencia de la ley de la selva está ahí, tan fresca como en cualquier año de la modernidad, y es igual de ruda y brutal que la de cualquier otra época. En realidad, la ley de la selva nos acompaña siempre, sólo que de cuando en cuando cambia sus vestiduras.
Con un tono entre sobrado y cínico, el narrador de Hombre de la esquina rosada nos cuenta lo que lo ocurrió con Francisco Real, un sujeto casi mítico, un tipo duro, rudo entre los rudos, que tuvo la desgracia de cruzarse en su camino en una noche de fiesta y desafíos. La suerte o el destino lo convirtieron en un defensor de su terruño, en un hombre de coraje entre los arrabales, y en un sujeto legendario que demostró no sólo su valor, sino que además dio la cara por el barrio de forma modesta, sigilosa, y con dimensiones de epopeya.
En las primeras líneas del cuento, el narrador describe de forma vertiginosa lo que ocurrió aquella noche en la que los hombres más valientes de aquellos andurriales tuvieron la fortuna de reunirse en un tugurio gangrenoso y maloliente. La fortuna puso en ese tugurio a hombres de coraje para que quienes los conocían los vieran realizar proezas, y para que los que no los conocían contaran que alguna vez habían tenido la suerte de estar frente a verdaderos hombres valientes.
Durante la historia no se nos revela el nombre del narrador y sólo se le percibirá como una sombra, un sujeto de cuidado que en cualquier instante puede soltar un puñetazo o una cuchillada. Desde las primeras líneas, el narrador nos advierte que la historia que va a contar es tan extraordinaria, increíble y maravillosa, que hasta parece inventada. Jura que es una historia que ocurrió en la realidad y que no es producto de la imaginación de alguien ingenioso.
El narrador de esta historia posee un lenguaje propio, un castellano argentinizado, local, creativo, poético, lírico, y luminoso. Su forma expresiva es colorida y tiene la capacidad de dibujar con sus palabras las escenas en las mentes de los lectores. Cada una de sus frases que escribe convoca imágenes que cobran vida en la visión interior del lector y nos da un lugar privilegiado desde el que podemos observar a placer la totalidad del escenario en el que se desarrolla la historia.
Los vecinos del barrio se reúnen en el tugurio local y la noche transcurre entre el juego, el baile y la bebida. A lo lejos, se escucha que por la calle pasa una caravana, una carreta en la que van unos hombres con música y mujeres. Entre esa decena de sujetos que arma alboroto en la calle, va Francisco Real, alias El Corralero, un sujeto temible, del que se cuenta que ya debe varias muertes. El sujeto pertenece a otro rumbo y de momento no se sabe qué busca en esa colonia.
En el tugurio no están desprotegidos, también tienen a su asesino, en la sala de baile está Rosendo Juárez, alias El Pegador, uno de los hombres más intrépidos y decididos de ese barrio. Como su sombra, trae pegada a La Lujanera, una mujer que no sólo es hermosa, sino que además tiene valor y más coraje del que presumen varios hombres. La Lujanera es una mujer que está como mandada a hacer para un hombre lúcido e inteligente, que con su valor pone el ejemplo y marca el paso de los otros sujetos que solamente son comparsas y unos don nadie.
De pronto, en el tugurio de Julia, en el que se encuentran Rosendo Juárez, El Pegador, y el narrador, se escuchan golpes en la puerta y una voz imperiosa que exige que le abran. Como los asistentes a la fiesta se demoran en abrir, de un pechazo el sujeto abre.
El visitante es Francisco Real, El Corralero. Es un sujeto imponente, alto, de rasgos aindiados, vestido de negro y con un poncho colorido. Cuando El Corralero abre, la puerta golpea al narrador que, sin pensarlo, se le va encima a El Corralero, le da un puñetazo y de inmediato se lleva la mano bajo la axila para sacar su puñal. El Corralero abre los brazos y le da un empujón tan potente que envía al narrador al piso como si fuera una cosa y lo deja arrumbado y se abre paso entre los curiosos.
A todos los presentes les queda claro que El Corralero es un sujeto temible y que está en el tugurio de Julia para enfrentarse a cuchilladas con Rosendo Juárez, El Pegador, un tipo que tiene fama de ser el más valiente de esa zona.
El Corralero comienza a abrirse paso hacia donde está El Pegador, y en ese momento un tipo al que le dicen El Inglés golpea a El Corralero y los que están cerca también le caen a los golpes. El Corralero no se inmuta, aunque sangra y se tambalea, no responde los golpes y permite que le peguen mientras avanza.
En el momento en que El Corralero se detiene frente a El Pegador se hace un silencio. El Corralero le dice a El Pegador que todos los que lo acaban de golpear son unas basuras y que les permitió que le pusieran la mano encima porque no vale la pena responderles. Le dice que anda buscando a un hombre al que le dicen El Pegador, porque se las da de tener mucho valor y coraje, y en ese instante le muestra el cuchillo que lleva en la mano, listo para tirar cuchilladas. En la puerta aparecen unos sujetos que acompañan a El Corralero y se detienen vigilantes, para que nadie intervenga en la pelea que va a comenzar.
Rosendo Juárez, El Pegador, no se mueve, parece petrificado, no atina a sacar su cuchillo y a muchos de los parroquianos se les figura que apenas respira. El Pegador murmura unas palabras que no se escuchan y El Corralero levanta la voz y lo vuelve a retar. Los testigos abren con incredulidad los ojos, entienden que El Pegador no le responde a El Corralero porque tiene miedo. Con dolor, descubren que su campeón, su asesino, no es más que un cobarde.
De pronto, de atrás de El pegador sale La Lujanera, se enfrenta a Rosendo Juárez, mete la mano en el pecho del hombre, le saca el cuchillo y se lo pone en la mano. El Pegador no levanta la vista y apenas mira a La Lujanera. Toma el arma y la arroja hacia atrás, hacía lo alto. El cuchillo sale volando por un ventanuco que tiene la pared del fondo y se pierde en el lecho de un río. El Corralero mira con desprecio a El Pegador y levanta la mano para castigarlo, pero La Lujanera se adelanta y le dice que no vale la pena ensuciarse las manos con uno que los había engañado y los había hecho creer que era un hombre. Enseguida, La Lujanera se va con El Corralero, que la recibe como si la mereciera.
A partir de ese momento, Rosendo Juárez, El Pegador se convierte en un paria, los que antes lo respetaban ahora lo miran con asco. El que manda en el tugurio es El Corralero y todos le abren paso para que se aleje con La Lujanera. La fiesta vuelve a subir de tono, se juntan los forasteros con las mujeres del tugurio, y los vecinos se tragan la humillación que sufrieron debido a la cobardía de El Pegador.
El narrador dice que él no está conforme y se pregunta si acaso ese barrio mugriento y esforzado no es capaz de dar hombres que lo representen con coraje y valor. Hombres que no permitan que lleguen de otros andurriales a pisarles la sombra y a humillarlos. El narrador dice que tiene una sensación de asco y de frío, de temor y molestia, y decide salir a la calle. El narrador ve salir a Rosendo Juárez, El Pegador, y lo ve perderse en la oscuridad, se pregunta en que cuneta están haciendo sus cosas El Corralero y La Lujanera.
El protagonista narrador vuelve a entrar al tugurio y con algo de resignación se da cuenta que los forasteros bailan con las mujeres del barrio. La fiesta continúa hasta que afuera se escucha la voz de un hombre que ordena a alguien que abra la puerta y entre. De lejos escuchan que la voz es de Francisco Real, El Corralero, y que la que empuja la puerta es La Lujanera.
La voz de El Corralero ya no es imperativa ni espanta a nadie, sino que se escucha debilitada, como la de alguien a quien se le escapa la voz a borbotones. Algunos murmuran que se escucha como la voz de un ánima, y entonces entra El Corralero al tugurio y los corrige, y les dice que en realidad su voz es ya la de un muerto. El Corralero todavía tiene fuerza para caminar entre los parroquianos y se derrumba en medio de ellos, que le ven en el pecho una herida de muerte.
Los amigos de El Corralero encaran a La Lujanera y le preguntan qué fue lo que pasó, y ella les responde que ellos estaban en los suyo cuando de pronto un sujeto llamó a Francisco Real y lo retó a que pelearan. El Corralero aceptó el reto y luego de varias acometidas el tipo le dio una cuchillada que lo dejó tendido.
En el cuento Hombre de la esquina rosada, la historia no sólo es maravillosa, sino que alcanza unas dimensiones de leyenda. El narrador describe una época en la que algunos hombres tenían potencias épicas. En el cuento se percibe la violencia, el vigor, de esos grupos humanos que tuvieron la capacidad para vencer los elementos y fundar ciudades.
Esa clase de hombres trabajadores y vigorosos no sólo se asentaron en lugares inhóspitos, sino que además se dieron tiempo para la fiesta y las peleas, con las que obtenían poder y renombre. El escenario en el que se mueven los personajes no sólo es agresivo, sino también pasional, multicolor y festivo.
Entre esa clase de hombres hay unas leyes que son anteriores a la fundación de la sociedades y el Estado. Esas leyes no siempre coinciden con las que dictan las autoridades y siempre están latentes, como una forma potencial de expresar valor y fuerza frente a los propios y los extraños. Las potencias de esos hombres legendarios se despiertan en momentos emotivos y pasionales.
En el cuento Hombre de la esquina rosada, Jorge Luis Borges capta no sólo el lenguaje de esos hombres, sino también su temperamento violento y arrebatado. Ese carácter no sólo pertenece a hombres de esa localidad, sino que está repartido en todos los grupos humanos.
El narrador de este cuento es un personaje de clase baja, que describe con sencillez y arte literario la historia que nos cuenta, se vale de frases aparentemente simples, y con ellas va creando una atmósfera de violencia latente en la que explotan la pasión, el valor y el coraje.
Jorge Luis Borges fue un poeta y cuentista argentino. Su calidad literaria sobresale en el Continente Americano y opaca incluso a las plumas europeas.