Allá en Michigan es un texto en el que predomina lo físico, y aunque no está narrado desde el punto de vista femenino, es la mujer la que muestra los vaivenes de su espíritu y su sexualidad, que aparecen ante la visión del hombre que la atrae y que terminan avasallándola.
Uno podría pensar que en la literatura las historias de amor o eróticas ya están superadas y que hay que pasar a otras cosas, pero la conjunción de un narrador y sus personajes en plena armonía demuestran que una historia de amor puede ser novedosa en varias épocas.
En el texto, el narrador nos muestra el enamoramiento, algo ya conocido, y que sin embargo en cada mujer debe tener sus particularidades, y que por eso siempre es original, un descubrimiento, una situación novedosa. Casi como mirar llover y esperar mojarse, o que las gotas aplaquen una tolvanera o que desborden un río y arrastren una vaca, o que inunden ciudades o que lo que empezó como una lluvia cualquiera se convierta en un Diluvio.
A lo largo del texto de Ernest Hemingway somos testigos del gusto femenino por lo varonil, aunque lo natural suene a cliché, y vemos cómo se puede llegar al enamoramiento más inocente y hasta bobo, desde lo físico, lo brutal e instintivo.
Liz es una mujer de campo, silvestre, pero con una sensibilidad refinada y eso le basta para experimentar sensaciones, primero sensuales, que la turban, y que posteriormente la llevan al deseo sexual.